Tercer domingo del tiempo ordinario. “El Espíritu del Señor está sobre mí”. Este fue el texto que leyó Jesús en la sinagoga el sábado que fue a orar al templo de Nazaret, donde realizó Él mismo la lectura del propio rollo del profeta Isaías.
Jesús va comenzando su propia vida pública, ese peregrinar por diferentes pueblos donde su misión estar en llevar la buena noticia. Un camino incesante donde, como ya anuncia en este momento en la sinagoga, el Señor le envía para evangelizar a los pobres, proclamar a los cautivos la libertad, devolver la vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos y anunciar el año de gracia del Señor.
Curioso es este pasaje ya que, además de anunciar quién era –por si a alguien le quedar alguna duda-, también se convierte en un anuncio de lo que va a acontecer. Y es que Jesús, en su recorrido por los diferentes pueblos, realiza un anuncio de la buena noticia del Señor de palabra y de obra, donde no sólo da catequesis sino donde también la fe de muchos es capaz hasta de salvarles de la ceguera, a otros de limpiarles de lepra o incluso de llegar a resucitarles tras haber muerto.
Y todo esto sólo lo podía hacer alguien que tuviera la condición de mesías, de Salvador, de ungido, sobre el que el Espíritu del Señor hubiera ejercido su misión salvadora al mundo.
¡Abramos los ojos y descubramos en jesús al ungido que se nos entrega para regalarnos una vida nueva de vida desde el amor en el Señor!