Las tribus de Israel están instaladas en la tierra de Canaán. Ana, una mujer casada, piadosa y estéril, ora a Diosen Silo en el templo, que contiene el tabernáculo con el Arca de la Alianza. Le pide que, a pesar de su edad, le conceda el don de tener un hijo varón. Si así es, le promete a Dios que le consagrará el niño para toda su vida, no pudiendo nunca cortarse el pelo. Dios escucha la oración de esta mujer: tiene un hijo, al que llama Samuel, porque a Dios se lo ha pedido. Una vez destetado el pequeño, Ana lleva a su hijo al templo y se lo entrega al sacerdote Helí. El niño se queda a vivir en el templo, bajo la tutela de Helí, dedicándose a atender las actividades referentes al culto. El alma de Samuel es tan limpia que Yaveh lo elige para manifestarse por medio de él.
Una noche, Dios llama a Samuel por su nombre. El jovencito se despierta, cree que lo llama Helí y se reune con él. Helí le dice que él no lo ha llamado, que vuelva a acostarse tranquilo. Así ocurre hasta tres veces. A la tercera, Helí se da cuenta de lo que ocurre. Le dice a Samuel que se acueste de nuevo tranquilo. Si Dios lo vuelve a llamar, debe responder, diciendo: “Habla, Yaveh, que tu siervo escucha.” El muchacho se acuesta, Yaveh lo llama otra vez, el joven le responde como le ha dicho el sacerdote. Y Dios habla directamente con Samuel. El Señor le dice que va a castigar a la familia del sacerdote Helí debido a los desmanes que sus dos hijos, sacerdotes también, cometen. Al día siguiente, Samuel cuenta todo lo que le ha revelado Yaveh a Helí, ante el requerimiento de éste.
Ocurre, por entonces, que los filisteos derrotan varias veces a los israelíes. Se apoderan del Arca de la Alianza. La ponen en el templo junto a su dios Dagón en la ciudad de Azoto. Pero, al día siguiente, la estatua de Dagón amanece en el suelo, con la cara contra la tierra, delante del arca. Lo ponen en su sitio. Pero, al otro día, encuentran a Dagón tendido en el suelo boca abajo con la cabeza y las manos cortadas, que yacen en el umbral. Además, los habitantes de Azoto se llenan de tumores. Los filisteos llevan el arca a otras ciudades. Pero también sus habitantes sufren de tumores y otras enfermedades. Por fin, los filisteos deciden devolver el Arca de la Alianza a los hebreos.
Samuel es siempre grato a los ojos de Yaveh. Todo Israel reconoce que es un auténtico profeta de Dios. Cuando es ya anciano, los israelíes se dirigen a él para que les dé un rey, como tienen los pueblos cananeos. Comienza, así, la monarquía con el rey Saúl.
Vemos, por tanto, que, a lo largo de la Historia, Dios se ha valido de personas muy diferentes para hablarnos: algunas llevaron una vida de espaldas a Yaveh hasta que se convirtieron, como el apóstol Mateo; otros siguieron la voluntad de Dios desde siempre, como el profeta Samuel.