domingo 24 noviembre 2024
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Estamos en Pascua: es verdad que Jesús murió, pero también es verdad que está vivo

Después de su Resurrección el Señor nos ha dejado en el alma la alegría de saber que Él está vivo. Es verdad que Jesús murió; y es verdad que está vivo. Y se ha quedado muy cerca de cada uno de nosotros, en cada Sagrario. 

San Juan Pablo II nos decía que quería suscitar en nosotros el “asombro eucarístico”: “Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su Cuerpo y de su Sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada”.
 
En la homilía de una misa de ordenación episcopal, el entonces Cardenal Bergoglio aconsejaba al nuevo obispo que acababa de ser ordenado: “Cuando todo parece oscuro aprende a “pelarte” las rodillas ante el Sagrario. Él, Jesús, jamás defrauda”.
 
Podemos pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a asombrarnos ante la presencia real de Jesucristo en cada Sagrario. En una ocasión la Beata Teresa de Calcuta, hablando del trabajo de la Misioneras de la Caridad, dijo que ellas sacan las fuerzas de la diaria adoración del Santísimo Sacramento, y que sin una hora de adoración serían absolutamente incapaces de desarrollar su tarea. También nosotros podemos acudir al Sagrario y recuperar las fuerzas que necesitamos para vivir. Hay días en que parece que la cabeza no puede contener más cosas: aquello que está sin hacer; aquello otro que está hecho, pero que hay que rehacer.
 
Y se llena el alma, no de falta de paz, pero sí de intranquilidad, de inquietud. Entonces es la hora de acercarse al Sagrario y de decirle a Jesús: Tú harás las cosas, antes, más y mejor; y vuelve la tranquilidad y relucen en nuestra vida la alegría y la paz.
Uno de los maestros de ceremonias de San Juan Pablo II recuerda la última procesión del Corpus Christi en la que participó el Papa. “En aquel entonces el Pontífice ya no caminaba. Lo habíamos subido con la silla sobre la plataforma del vehículo preparado a propósito para la procesión. Ante el Papa estaba expuesta la Custodia con el Santísimo Sacramento.
 
“Durante la procesión el Pontífice se dirigió a mí pidiendo poder arrodillarse. Me sentí perplejo ante tal petición porque físicamente el Papa no estaba en condiciones de hacerlo. Con mucha delicadeza, le mostré la imposibilidad de arrodillarse porque la plataforma oscilaba durante el recorrido y sería muy peligroso realizar un gesto así.
 
“Pasado un rato repitió de nuevo: ¡Quiero ponerme de rodillas! Y yo, con muchas dificultades por tener que repetir la respuesta negativa, sugerí que sería más prudente intentarlo un poco más adelante.
“A pesar de todo, después de unos instantes, volvió a insistir con gran determinación: ¡Jesús está aquí! Por favor, quiero ponerme de rodillas. Ya no era posible contrariarlo. Comenzamos a ayudarlo a arrodillarse. Lo hicimos con gran dificultad, casi dejándolo caer sobre el reclinatorio. El Papa se aferraba al borde del reclinatorio y trataba de sostenerse. Sin embargo, las rodillas no le respondían ya y tuvimos rápidamente que devolverlo a la silla.
 
“Acabábamos de asistir a una gran demostración de fe. A pesar de que el cuerpo ya no respondía a la llamada interior, la voluntad permanecía firme y fuerte. El Pontífice había demostrado, a pesar de su gran sufrimiento, la fuerza interior de la fe que quería demostrar con el gesto de arrodillarse. No contaban para nada nuestras sugerencias disuadiéndole de cumplir aquel gesto. El Papa siempre había mantenido que ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento, es necesario ser muy humilde y expresar esta humildad a través del gesto físico.”
 
Una madre con su hijo pequeño pasa por delante de una iglesia, ya cerrada, cuando está anocheciendo. El niño le pregunta muy serio: Mamá, ¿ya estará durmiendo Jesús en el Sagrario? Y la madre le responde: No, hijo. Jesús nunca duerme. En el Sagrario siempre está rezando por nosotros.
 
Quizá en esta Pascua podemos acercarnos al Sagrario y decirle a Jesús Sacramentado: Señor y Dios mío; en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro; lo poco y lo mucho; lo pequeño y lo grande; lo temporal y lo eterno. Y quedarnos tranquilos.
 
padre José María Valero 
 
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