El mundo nos está mostrando muchos rostros de personas, políticos y países que manejan el mundo a sus antojos e intereses. Fariseos que aparecen ante el mundo como los buenos y salvadores tras consentir y vender armas para matar como en el caso de la guerra de Israel y Palestina a más de 70.000 personas y sin tener la mínima sensibilidad humana ante la muerte de miles de niños, mujeres y ancianos. Y lo más triste es que estos hechos se han dado en la tierra santa de Jesús. Ciertamente el mismo Jesús habló sin pelos en la lengua y denunció a aquellos fariseos que en el nombre de Dios y de su ley cometían las mayores aberraciones humanas.
Hoy nos encontramos con una de las parábolas más desconcertantes de Jesús. Un piadoso fariseo y un recaudador de impuestos suben al templo a orar. Me pregunto: ¿Cómo reaccionará Dios ante dos personas de vida moral y religiosa tan diferente y opuesta? Imaginemos la escena. El fariseo ora de pie, seguro y sin temor alguno. Su conciencia no le acusa nada. Para él no es hipócrita. Lo que dice y reza es verdad. Cumple fielmente con la Ley, e incluso la sobrepasa. No se atribuye a sí mismo mérito algunos, sino que todo lo agradece a Dios: “¡Oh Dios!, te doy gracias”. Si este hombre no es santo, ¿quién lo va a ser? Seguro que puede contar con la bendición de Dios.
Por otra parte y por el contrario, el recaudador de impuestos por su mala fama que tenían de corruptos y ladrones, se retira a un rincón. No se siente cómodo en aquel lugar santo. Se golpea el pecho y reconoce su pecado. No promete nada. No puede dejar su trabajo ni devolver lo que ha robado. No puede cambiar de vida. Solo le queda abandonarse a la misericordia de Dios: “¡Oh Dios!, ten compasión de mi, que soy pecador”. Nadie querría estar en su lugar. Dios no puede aprobar su conducta.
De pronto, Jesús concluye su parábola con una afirmación desconcertante: “Yo os digo que este recaudador bajo a su casa justificado y aquel fariseo no”. Seguramente que a sus oyentes se le rompieron todos sus esquemas. ¿Cómo puede decir que Dios no reconoce al piadoso y, por el contrario, concede su gracia al pecador? ¿No está Jesús jugando con fuego? ¿Será verdad, que al final, lo decisivo no es la vida religiosa de uno, sino la misericordia insondable de Dios?
Si es verdad lo que dice Jesús, hemos de tener muy claro que ante Dios no hay seguridad para nadie, por muy santo que uno se crea. Todos hemos de recurrir a su perdón y misericordia. Recordemos que cuando uno se siente bien consigo mismo, apela a su propia vida y no siente necesidad de mas. Pero por el contrario, cuando uno se ve acusado por su conciencia y sin capacidad para cambiar, solo siente necesidad de acogerse a la compasión de Dios, y solo a la compasión.
Jesús con la parábola del fariseo y el recaudador de impuestos , se dirige a algunos que se consideran “justos”, mejores” y que desprecian a los demás. En este ambiente de piedad y del “deber” por cumplir normas, tanto ayer como hoy día, hay algunos fariseos que se sienten con todo el derecho de presentar en su oración una especie de “canje” con Dios.
Finalmente vemos en esta parábola que hay algo fascinante en Jesús. Es tan desconcertante su fe en el perdón y misericordia de Dios que no era fácil creer en él. Recordemos que todos poseemos nidos de fariseimos y una falsa humildad que es la forma más sutil de orgullo. Por eso, pidamos a Dios la luz para vernos como somos y reconocer nuestros pecados.

 
                                    



