Este domingo, el Evangelio nos sigue narrando pasajes del discurrir de Jesús por los pueblos a donde iba a evangelizar. Una vez más, acompañado de sus fieles apóstoles, vuelve a dirigirse a los discípulos y les enseña la fórmula para ser felices. Esta fórmula consiste en las bienaventuranzas. La palabra “bienaventurado” es sinónima de la palabra “feliz”.
Por eso, cuando cambiamos una palabra por la otra, el significado de cada una de las ocho bienaventuranzas coge un significado más cercano y más entendible a todos, además de dar un mensaje de esperanza muy claro a todos los que se refieren estas bienaventuranzas.
Recordarlos no suele ser tan fácil para todos, pero cuando estudié en el colegio recuerdo a una de mis maestras de religión (gracias Loli Cordón por este truco), que nos enseñó un buen método para acordarnos de todas. Consiste en recordar la serie POMANLLOHANMILIPAPA. Cada sílaba, recuerda en orden, cada una de las ocho bienaventuranzas: los pobres, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que padecen persecución por ser justos y los pacíficos.
Todos los que practiquen la pobreza, la mansedumbre, los que sufren, los que estén deseosos de vivir en un mundo más justo y solidario, los que practiquen la misericordia, los que miren con ojos limpios y desde el amor que Cristo nos enseña, los que son señalados por querer aplicar la justicia entre iguales y los que practiquen la paz, todos ellos, sentíos felices, porque el Señor nos enseña el camino para alcanzar la verdadera felicidad.
Sabiendo que sus caminos son inescrutables, dejaros guiar por Él, desde la lectura y práctica de su evangelio, y encontraréis el camino para ser felices en el Señor.