Celebramos hoy la fiesta de “todos los santos”. “Santos son aquellos que en la tierra han llegado más cerca de Dios por medio de sus buenas obras”. Y es la fiesta de todos, de “todos esos santos” sin exclusión; es decir, la Iglesia reconoce que en el cielo hay más santos que en los altares y celebra sus méritos conjuntamente en la festividad del día 1 de noviembre.
Tradicionalmente en este día se va al cementerio con la intuición de que muchos de nuestros familiares están entre esos santos. Con nuestros gestos, oraciones y flores, en estas fechas los recordamos vivos y seguimos sintiendo la fuerza de su amor. Agradeciéndoles cuanto supieron amar y amarnos. Con la confianza descansan en la Vida que no se acaba y en la plenitud del amor que es Dios. Y desde esta idea, nosotros nos preguntamos: ¿por qué son santos? La respuesta es bien sencilla, han vivido heroicamente las virtudes cristianas, porque han vivido los valores de las Bienaventuranzas, que escuchamos en el Evangelio.
Las Bienaventuranzas son, a la vez que el motivo de santidad de todos los santos, el camino de la santidad para todos nosotros. Si alguien nos preguntase cuáles son nuestros sueños y aspiraciones en la vida, la mayoría de nosotros responderíamos que tener un buen trabajo, tener una familia, viajar, tener un buen coche, tener muchos amigos, estar bien considerado, ser inteligente…Cada uno de nosotros podría añadir alguna aspiración muy personal a esta lista.
Y todo eso es legítimo, y está bien, siempre y claro que para obtenerlo no tengamos que sacrificar a otros ni tengamos que dejar de ser honrados. Lo que ocurre con las aspiraciones y con los sueños es que no todos se cumplen ni mucho menos, y que algunos acaban entrando en conflicto con otros. Los niños aprenden muy temprano que no todo lo que desean lo pueden tener y los adultos descubrimos que el tener muchas cosas no nos da siempre la felicidad, sobre todo cuando nos damos cuenta que otros no tienen ni lo mínimo para sobrevivir.
Pero a la vez, la aspiración y el deseo es un mecanismo poderoso que al hombre le permite progresar y realizarse. Pero ese deseo necesita un cauce para que no se vuelva contra uno mismo. El evangelio nos propone un cauce para enderezar el deseo humano por buen camino, hacia aspiraciones más altas.
Quizá oyendo con nuestros oídos apegados a este mundo, las palabras del Evangelio, todo eso de bienaventurados los pobres, los que lloran, los sufridos, los misericordiosos, nos puede sonar inverosímil o incluso ridículo, tan acostumbrados como estamos a buscar la felicidad en el tener y el poseer; y sin embargo para Dios la felicidad, nuestra felicidad de hijos suyos, está ahí, porque Dios conoce mejor que nadie el corazón humano y sabe que sólo se es feliz cuando uno se desprende de lo que tiene en favor de los demás, cuando uno lucha para que todos puedan tener un trabajo y una vivienda dignos, cuando uno trabaja por la paz y la justicia aún perdiendo de sus intereses y comodidades.
Éste es ni más ni menos el camino de la santidad, el camino que millones de personas como nosotros han recorrido y están recorriendo. Con dificultades, pero con fe. Con esfuerzo y renuncia, pero con confianza en la ayuda del Señor. Y estos santos están también aquí entre nosotros, se pasean a nuestro lado, son de nuestra propia familia, amigos, vecinos, hombres y mujeres de nuestra propia condición. Hoy, fiesta de Todos los Santos, hagamos un esfuerzo por creer a Dios, por creer que las Bienaventuranzas nos pueden dar la felicidad que tanto buscamos.
Hagamos ese esfuerzo por confiar en Él, en Dios; y decidámonos a entrar en el camino de la santidad, el único sueño y la máxima aspiración que todos debemos tener: ¡ser santos! Además de visitar los cementerios, intentemos soñar con cumplir las Bienaventuranzas y recemos por nuestros difuntos. Así seremos un poquito más santos.
padre carmelita Antonio Jiménez