A Moisés le ocurre algo espectacular: habla con Dios. Mientras apacentaba el rebaño de su suegro en el monte Horeb, ve una zarza que no deja de arder. El fuego es uno de los modos de manifestación de la divinidad. Más adelante, cuando el pueblo hebreo camine por el desierto, Dios se hará presente de noche como una columna de fuego. Moisés se acerca para averiguar por qué la zarza no se apaga y Dios lo llama. Le encarga la misión de su vida: sacar a su pueblo sufriente de Egipto y conducirlo a la tierra que mana leche y miel.
Después, le revela su nombre, que no es otro que: “Yo soy el que soy”, que también se puede traducir como: “Yo soy el que es” o “Yo soy el existente”. Para la mentalidad hebrea, el nombre definía al sujeto nombrado. Aquí, el texto sagrado dice a Moisés y a todos nosotros que el Dios que se reveló a Moisés es el único Dios que de verdad existe. En el evangelio de Juan, Jesús afirma que Él es “Yo soy”, queriendo decir que Él es el Salvador.
Además, Dios revela en la zarza que Él es el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Se trata de otra revelación de una importancia fundamental para todos nosotros. En la mentalidad judía, cuando Dios afirmaba que era el Dios de alguien, quería decir que le otorgaba su protección y su amistad. Por tanto, esa persona no podía morir para siempre. Los patriarcas no habían muerto irremisiblemente, sino que participarían de la resurrección en un momento futuro. Posteriormente, este es un argumento en favor de la resurrección de los muertos que usará Jesús en sus enseñanzas.
Como el faraón no estaba dispuesto a dejar salir de su país a los hebreos, Dios dio a Moisés la facultad de realizar unos prodigios, también llamados plagas, delante del faraón. Son las famosas diez plagas de Egipto. En esta ocasión, sólo quiero referirme a otro elemento que aparece frecuentemente en la Biblia: la sangre.No hace falta decir que la sangre es esencial para la vida. Es tan importante, que los antiguos judíos consideraban que el alma o la vida residían en ella, por lo que estaba prohibido su consumo, evitando, al mismo tiempo, la transmisión de ciertas enfermedades.
Pues bien, la primera plaga consiste precisamente en que Moisés, en presencia del faraón, golpea con su cayado el agua del Nilo, convirtiéndose ésta en sangre, que matará a los peces y que no podrán beber los egipcios. Aarón hará lo mismo con las demás aguas de Egipto, extendiendo el brazo con su bastón.En la décima plaga, la sangre será la salvación del pueblo de Moisés. Los primogénitos de las familias egipcias, incluida la del faraón, morirán durante la noche. Pero a los hijos de los hebreos no les pasará nada, gracias a la sangre de una res, que han sacrificado antes, con la que untarán el dintel y las jambas de las puertas de sus casas. Queda, así, instituida la importante fiesta de la pascua judía.