jueves 21 noviembre 2024
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Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu de Amor: La Santísima Trinidad

En este domingo celebramos la Santísima Trinidad: Nuestro Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. El ser de Dios está impreso en la Creación y en nuestro ser e influye en nuestra historia; lo perciben quienes se hacen conscientes de su radical dependencia de Dios. 

Hoy es la Jornada Pro Orantibus, dedicada a orar por las religiosas contemplativas, que normalmente rezan por nosotros. El lema, en esta año jubilar Teresiano y de la Vida consagrada, es “Solo Dios Basta”, en clara alusión a Santa Teresa de Jesús. Pidamos muy especialmente a Dios por todas las religiosas contemplativas de nuestra ciudad y que la Santisima Trinidad suscite vocaciones a la vida contemplativa. Felicitamos a los Trinitarios, presentes en nuestra ciudad de Antequera.
 
Dios nos salva gratuitamente por la entrega de su Hijo en la Cruz. La Ley, que los judíos consideraban causa de salvación, que nosotros podemos entender como nuestro esfuerzo y nuestras obras, no valen para salvarnos; sí, para acoger la salvación que Dios nos da. Pero queda claro que la relación con Dios no depende principalmente de mí y de mi actitud; Dios tiene la iniciativa y nos ayuda con su gracia.
 
Así es como hay que entender esa expresión de “Vivir en Cristo” y la nueva vida en Cristo (Rom 12): Es vivir desde Cristo, desde sus valores, con responsabilidad y exigencia. Pero esa vida no nace de nosotros mismos, sino de estar injertados en Cristo, de la vida que nos comunica, asumida libre y conscientemente.
 
Pues, bien, el capítulo 8 de Romanos, del que está sacada la segunda lectura, expresa lo que es vivir en el Espíritu, que es como dejar que el Espíritu viva en nosotros o ser conscientes de que habita en nosotros. Así se contrapone los que viven según la carne, siguiendo los apetitos desordenados, y los que viven según en el Espíritu, manifestando todo lo que en ellos hay de divino. También se puede entender los que viven según la carne como todo aquello que hay en el ser humano de perecedero en comparación con Dios. Y los que viven según el Espíritu por todo lo que hay de participación del ser humano en el mismo ser divino.
Es decir, Dios habita en nosotros. La cuestión es ser conscientes de ello y dejar a Dios obrar en nosotros. Por eso las afirmaciones de la segunda lectura: “Los que se dejan llevar por el Espíritu, ésos son hijos de Dios”. La filiación nos viene del Bautismo y se acepta dejándose llevar por el Espíritu, dejando que Dios gobierne –pongo adrede este verbo– tu vida.
 
Si somos hijos, no somos “esclavos”, no cabe una relación con Dios desde el “temor”. En la religión, lo decisivo es el encuentro con Dios Padre, desde una actitud de hijo, desde el amor. Sin ese encuentro, la relación con Dios puede quedar reducida al cumplimiento de unas normas, de unas costumbres, de unas tradiciones… y al temor que nos suele brotar de nuestra mala conciencia ante el mal que hacemos, por ejemplo. Como somos hijos adoptivos, como Dios está en nosotros, es su Espíritu el que nos hace gritar ¡Abba! Padre.
 
En Romanos 8 aparece la “Teología de los tres gemidos”: 1) El de la Creación: Toda la tierra gime con dolores como de parto. 2) El gemido de aquellos que hemos recibido las primicias de la fe, que nos hace gritar esas cosas no resueltas en nuestro corazón, y que nos hace mendigos junto con el resto de la creación. 3) Dios gime con nosotros: El Espíritu grita en nosotros: ¡Abba! Padre, deshaciendo el dolor de la orfandad del ser humano.
 
Nuestra gran dignidad consiste precisamente en que no sólo somos imagen, sino también hijos de Dios. Y esto es una invitación a vivir nuestra filiación, a tomar cada vez mayor conciencia de que somos hijos adoptivos en la gran familia de Dios. Es una invitación a transformar este don objetivo en una realidad subjetiva, decisiva para nuestro pensar, para nuestro actuar, para nuestro ser. Dios nos considera hijos suyos, pues nos ha elevado a una dignidad semejante, aunque no igual, a la de Jesús mismo, el único Hijo verdadero en sentido pleno. En él se nos da o se nos restituye la condición filial y la libertad confiada en relación con el Padre.
 
Y si somos hijos, “somos herederos de Dios, coherederos con Cristo”. “El Espíritu es una prenda generosa que el mismo Dios nos ha dado como anticipación y al mismo tiempo como garantía de nuestra herencia futura (cf. 2 Co 1, 22; 5, 5; Ef 1, 13-14)” –De la misma catequesis de Benedicto XVI–.
Por tanto, tengamos presente que Dios está actuando en nuestras vidas: cuando levantamos las manos para rezar, el Espíritu está moviendo nuestros corazones de alguna manera. Dejemos a Dios Padre, Hijo y Espíritu vivir en nosotros.
 
padre Antonio Fernández López, Arcipreste de Antequera 
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