En los meses de veranos solemos variar nuestras actividades, relajar en cierto modo algunos de nuestros hábitos y cambiar tal vez de ambiente. Las vacaciones son un buen momento para desconectar de la rutina diaria que tenemos durante el curso, disfrutar más de la familia y los amigos, hacer planes fuera de casa. Pero no debemos olvidar que dentro de esos planes y esos amigos no podemos dejar a Dios a un lado. No podemos vivir las vacaciones como si en este período Dios no existiera, como si estuviera ausente en nuestras vidas. No podemos darle vacaciones a nuestros ratos de oración, a nuestros encuentros con Él en la Santa Misa y en los demás sacramentos. Dios tiene que viajar en nuestra mochila, en nuestra maleta… ¡que se venga al chiringuito!
Existe el peligro de vivir el tiempo de verano como si Dios no existiese, como si la fe fuese sólo para los días ordinarios, para el tiempo del cole, para el tiempo del trabajo. Los cristianos debemos llevarnos a Dios en la maleta, entre el bañador, las gafas de sol y la toalla. Pensar en verano como una especie de tiempo sin ley donde se echan unas cuantas canas al aire, se permite el destape en las playas (donde en algunas de ellas no se pueden ni pisar debido al nivel de piel que dejan al aire algunas personas).
La vida cristiana es el tesoro más grande que Dios nos ha dado. El verano puede ser un paréntesis, un momento en el que dejemos volar los instintos o donde nos lleven. El verano se puede convertir en un tiempo maravilloso para conocer nuevas ciudades (no hace falta irse lejos), reflexionar sobre tantas cosas importantes: nuestra familia, nuestras amistades, nuevos proyectos, para rezar sin mirar el reloj tranquilamente. Además de todo esto; las vacaciones no sólo es una época para mirarnos a nosotros mismos; sino para darnos a los demás, hacer algunas obras de misericordia, ayudar a los necesitados, acudir a algún campo de trabajo para colaborar con algún organismo o institución que necesite nuestras manos para levantar un colegio, dar de comer a algún anciano o simplemente contar con nuestra presencia para conversar.
Encarni Álvarez Portillo