Para concluir el tiempo de Adviento se nos presentan dos grandes personajes que nos acercan y nos traen la Navidad. Estas dos figuras son Juan el Bautista y María. Podemos decir que el tiempo del nacimiento de Jesús es la síntesis de estas dos vidas. Estos dos grandes modelos de fe son tenidos en gran respeto y veneración por parte de la Iglesia, no en vano en la Iglesia Católica sólo celebramos tres nacimientos: el de Jesús, el 25 de diciembre; el de María el 8 de septiembre; y el de Juan el Bautista, el 24 de junio. El resto de los santos los celebramos el día de su muerte.
Las actitudes interiores que debemos de tener para vivir en profundidad la Navidad, fueron las que se dieron en estas dos grandes personas anunciadoras de la venida del Señor. La Palabra de hoy nos recuerda el momento en que María se encuentra con Isabel. Es el encuentro entre dos madres y es también una visita que beneficia a ambas. Dice el Evangelio que María de dirigió “deprisa” a la casa de Zacarías. La fe siempre demanda una cierta urgencia. La fe no es estancamiento sino encuentro.
Desde que Isabel oyó el saludo de María se produjeron en ella dos situaciones: “la criatura se movió en su vientre y quedó llena del Espíritu Santo”. Todo encuentro espiritual verdadero debe provocar algo parecido: un movimiento interno que nos lleve a un encuentro con la realidad que hay en nosotros y una auténtica acogida del Espíritu Santo.
Podemos vivir una fe rutinaria que no se conmueve ni mueve por las cosas que nos suceden, ni por los encuentros con el Señor. Debemos de tener cuidado para que la fe sea siempre un encuentro vibrante para que lo que llevamos dentro se haga sensible a lo que sucede a nuestro alrededor. Isabel capta la presencia interior que hay en María y es capaz de vibrar. ¿Somos nosotros capaces de vibrar ante las personas que nos ofrecen la presencia amorosa de Cristo? ¿O nos hemos acostumbrados a mirar al Señor con la indiferencia y la lejanía con la que vemos las demás situaciones de la vida?
Isabel no envidió ni tuvo celos de la Virgen María, supo acoger su grandeza con humildad y realismo. Buena enseñanza para todos aquellos que quieren buscar un reconocimiento en su tarea pastoral. Las personas en las cuales el Espíritu de Dios ha hecho su morada están siempre inclinadas a pensar con sencillez sobre sí mismas y sobre los favores y beneficios que Dios le concede.
La persona que recibe así la presencia del Espíritu puede estimular a otros en su camino de fe, esto fue lo que sucedió en este encuentro. Cuándo tú te encuentras con las personas que te rodean ¿puedes transmitir esa presencia escondida de Dios a la otra persona? ¿Ven los demás en ti esa referencia al Señor?
Termina la lectura de hoy proclamando dichosa a María por creer en lo que Dios le había prometido. La vida del cristiano siempre estará surcada por las promesas de Dios; en nuestra mano estará aceptarla con alegría y plenitud. En el fondo nuestra vida cristiana queda vacía cuando falta la alegría y la esperanza. María fue dichosa porque sin pedir nada a cambio, supo esperar en las promesas que Dios le había hecho.
Acogió su maternidad como una tarea pastoral a la que destinó todos sus esfuerzos y todos sus horizontes.
No se guardó nada para sí. La Historia nos enseña que quien se entrega totalmente a Dios, sin guardarse nada para sí mismo, recibe la plenitud de la gracia y en esa persona se realiza a la perfección todas las promesas que el Señor estableció. Anticipadamente os deseo: Feliz Navidad.
padre carmelita Antonio Jiménez