Era una mujer que confiaba en Dios. Apoyada en esta confianza nos aconseja:
Elige amar, en lugar de odiar.
Elige reír, en lugar de llorar.
Elige crear, en lugar de destruir.
Elige perseverar,
en lugar de renunciar.
Elige alabar, en lugar de criticar.
Elige curar, en lugar de herir.
Elige dar, en lugar de quitar.
Elige actuar, en lugar de aplazar.
Elige progresar, en lugar de desistir.
Elige bendecir, en lugar de maldecir.
Elige seguir viviendo,
en lugar de desear morir.
Elige ser optimista,
en lugar de ser pesimista.
Y esta confianza viene de su fe en Dios. Estamos viviendo el Tiempo de Pascua. Jesús ha resucitado de verdad. Realmente había muerto y realmente ha vuelto a la vida. Y esta Verdad nos llena de confianza en Dios.
Un cristiano sabe que puede fiarse de Dios. Nuestra vida puede ser áspera muchas veces, pero la Presencia de Jesucristo Resucitado a nuestro lado hace que todo tenga sentido. El cristiano es un hombre, una mujer, que se fían de Dios, suceda lo que suceda.
En el Evangelio se relata cómo un padre pide a Jesús que cure a su hija enferma. Cuando llegan a la casa la niña ya ha muerto. El Señor le dice: “No está muerta, sólo está dormida”. Los allí presentes se ríen de Jesús. Se ríen porque no confían en Él. Ese padre confía y Jesús devuelve a su hija a la vida.
Muchas veces el Señor nos pregunta: ¿Por qué has dudado? ¿Por qué dudas?¿Por qué esas tristezas, esos desánimos, esas vacilaciones? ¡Confía en mí! Los que creemos en Dios hacemos un acto de fe. Y sobre esa fe edificamos nuestra existencia.
Los que no creen en Dios están haciendo, igualmente, un acto de fe: creen que no existe. No saben, simplemente creen. Y sobre esa fe cimientan su vida en la tierra. El hombre puede escoger lo que quiere creer. Pero no puede escoger entre creer o no creer.
Todos vivimos de fe. Y es mucho más razonable, estimulante y hermoso creer que Dios existe que creer que no existe. Con Dios se explica todo. Sin Dios no se explica nada y nada tiene sentido.
“Ten confianza.”Esto nos dice el Señor, cuando sentimos el peso de la vida. Muchas veces el Señor nos suplica: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. ¡Creedme!”. Por eso, el que confía en el Señor, el que tiene fe, no está nunca solo.
Pedir al Señor que cualquier cosa que nos suceda la veamos con fe y que nos ayude a descubrir su sentido sobrenatural y su relación con la Providencia de Dios. Y la consecuencia es que nuestra vida se llenará de paz, serenidad, audacia, optimismo, seguridad…
Alguien dijo alguna vez que el cristiano está dotado de tres pares de ojos: los ojos de la carne perciben realidades materiales; los ojos de la inteligencia captan las realidades espirituales; los ojos de la fe alcanzan las realidades sobrenaturales.
Gracias a este último par de ojos, el cristiano ve “como con los ojos de Dios”. Ver las cosas como las ve Dios… en la medida en que esto es posible y Dios lo concede. Quizá no habría que subrayar tanto la oscuridad de la fe, de la verdad revelada y sobrenatural. Porque la fe es, sobre todo, luz. Jesucristo dice de sí mismo: “Yo soy la Luz del mundo: el que me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida”.
Puede ocurrir que ante una circunstancia concreta, o durante una temporada más o menos larga se haga más difícil ver esta luz de Dios. Pero abandonarnos en Él, en su Providencia nos lleva a pasar del activismo a la serenidad, de la rebeldía a la confianza, de la complicación a la sencillez interior, de la soledad a la Presencia de Dios.
Cuando lo pasemos mal en nuestra vida, realmente mal, podemos decirle a Jesús: “Señor y Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno”. ¡Y quédate tranquilo!
padre José María Valero
Más información, edición impresa sábado 23 de abril de 2016 (pinche aquí y conozca dónde puede adquirir el ejemplar) o suscríbase y recíbalo en casa o en su ordenador, antes que nadie (suscripción).
