David se fue a vivir a tierra de filisteos para que Saúl no lo buscase más para matarlo. Estuvo con ellos un año y cuatro meses. El hebreo realizó con sus hombres incursiones, razzias contra los bandidos del desierto: el botín que cogía lo llevaba a Akis, el rey filisteo en cuyo territorio vivía. Akis estaba contento de tener en sus dominios a David porque pensaba que se había hecho odioso a su pueblo Israel y que, por tanto, sería su servidor siempre.
Pero estalló la guerra entre los filisteos y los israelíes. Akis le dijo a David que debía luchar de su lado contra los hebreos. David no se opuso porque confiaba en que las circunstancias le impidiesen luchar contra su pueblo, como así resultaría.
Los dos ejércitos se movilizaron. David marchó con sus hombres en la retaguardia de las huestes filisteas. Entonces, los jefes filisteos le dijeron a Akis que qué hacían esos hebreos con ellos, que los despidiese para evitar que, durante la batalla, se volviesen contra ellos para ganarse el favor de los de su pueblo hebreo. Akis mandó a David que él y sus hombres regresasen al lugar que tenían asignado para habitar en territorio filisteo y no fuesen al combate con ellos.
Los filisteos y los israelíes se enfrentaron en el monte Gelboé. La victoria fue para los primeros. Los filisteos mataron a los tres hijos de Saúl y los arqueros lo hirieron. Entonces, Saúl le dijo a su escudero que sacase su espada y lo matase para evitar que cayese en manos de los filisteos y se burlasen de él. Pero el escudero no se atrevió a cumplir la orden. Entonces, el rey Saúl se arrojó sobre su espada causándose la muerte. El escudero hizo lo mismo. Los filisteos conquistaron algunas de las ciudades en poder de los hebreos. Además, le cortaron la cabeza a Saúl, se llevaron del campo de batalla sus armas, que depositaron en el templo de la diosa Astarté, y colgaron los cuerpos de Saúl y de sus hijos de los muros de una ciudad filistea. Un grupo de israelíes, después, aprovechando la noche, cogieron del muro el cuerpo de Saúl y de sus hijos, los llevaron a tierra hebrea, los quemaron, enterraron sus huesos bajo un tamarisco y ayunaron siete días.
Cuando David y sus hombres supieron la noticia de la muerte de Saúl, todos desgarraron sus ropas, lloraron y ayunaron hasta la noche por el rey muerto, por su hijo Jonatán y por el pueblo hebreo.
Había muerto Saúl, el primer rey de Israel que, aunque ungido, no contó al final con el respaldo de Yaveh. El siguiente en ocupar el trono sería el más importante de todos: David.