Estamos en plena época estival y, con ello, el ir y devenir de gente en busca de paz, sosiego, descanso y, por qué no, también en búsqueda de nuevos sitios que descubrir. Y, claro está, con ello, el preparar la dichosa maleta que, más que ayudarnos a hacer más bueno nuestro merecido descanso, nos hace más esclavos de nuestras posesiones.
El evangelio de este domingo decimoquinto del tiempo ordinario es contundente en cuanto al mensaje que Jesús les transfiere a los doce: id a evangelizar “pero no llevéis nada para el camino”. ¡Impensable a día de hoy! ¿Cómo vamos a irnos de nuestra casa y no vamos a llevar con nosotros ni siquiera una simple muda para poder cambiarnos? ¿Estamos tan locos de creer que a día de hoy vamos a encontrarnos quien nos lo dé todo por nuestra simple cara bonita?
Pienso que el mensaje, aplicado a día de hoy, va más allá: realmente el mensaje que nos quiere transmitir es el de despojarnos de aquellas posesiones que nos hacen esclavos en nuestro día a día. El tiempo de verano, de merecido descanso vacacional, debe ser un tiempo para eso mismo: para disfrutar del tiempo que no tenemos durante el año de poder compartir la jornada, que cada día se nos regala, con nuestra familia. ¿Acaso no tenemos posesiones que nos hacen esclavos en nuestro día a día y que merece la pena dejar atrás? Empecemos por algo muy sencillo: nuestro teléfono móvil.
Ese dichoso aparato que hace que cada día seamos más dependientes: para whatsapp, para juegos, para ver las redes sociales… incluso ya para consultar un mapa o gps. ¿Acaso no hay algo tan bonito como hablar con la gente, desarrollar nuestras habilidades sociales y preguntar a los viandantes cómo alcanzar nuestro destino?
Este mundo de las comunicaciones de a día de hoy se está haciendo cada vez menos comunicativo en lo personal: estamos necesitados de hablar de tú a tú, cara a cara, con los que tenemos cerca, ponerles rostro y ver en el prójimo (el más próximo a nosotros) a aquél que es reflejo también de nuestro Dios y que, a través de un “cacharro de estos” no nos deja ver la riqueza de descubrir al mismo Dios en el que nos rodea. Por ello, emprended vuestros viajes pero no llevéis nada que os estorbe, para hacer que vuestro destino sea realmente el disfrutar de la presencia de los demás en nuestro día a día.