Este Evangelio que corresponde al Domingo XV de Tiempo Ordinario, me ha llevado desde siempre a pensar que Jesús no debía de hablar mucho de la otra vida, cuando un escriba, le pregunta: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”. Llego a la conclusión de que quien no quiere comprometerse con nuestro mundo actual, y el aquí y ahora, habla mucho de la ‘eterna’. Pero Jesús no se deja atrapar en esta farsa tampoco.
Hace que sea el jurista quien se dé la respuesta, recordándole la escritura: “Escucha, Israel: Amarás al Señor tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo”. ¡Y no basta con recitarla!Aquel jurista mal intencionado que quería atrapar a Jesús se ha quedado atrapado en su propia trampa (queriendo justificarse). Ha recitado demasiado bien los mandamientos, pero Jesús le invita a ‘hacer’, y si se trata de hacer y no de saber las leyes. El jurista pretende escurrirse: “Y ¿quién es mi prójimo?”. Jesús le propone una parábola.El centro de la parábola es un hombre, pero también es la humanidad entera. “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó”, y porque bajaba de Jerusalén, con lo que supone de alejamiento para un israelita, “lo asaltaron unos bandidos, lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo medio muerto”. El comentario del sacerdote y del levita sería unánime: ¡Le está bien, por abandonar las prácticas religiosas! ¡Él se lo ha buscado!
El evangelista Lucas, con buen criterio hace coincidir fortuitamente tres individuos que representan a otros tantos estamentos: los dos primeros están estrechamente vinculados al templo, preocupados por la vida eterna. Por las cosas divinas pero no por los demás hombres. Mientras que el tercero, un samaritano, representa al pueblo más odiado por un judío religioso, pero preocupado por la vida de aquí. En los dos primeros hay coincidencia con el desgraciado, pero solo material: “Coincidió que bajaban por aquel camino un sacerdote y, después, un levita”. “Pero un samaritano, que hacía su camino, llegó a donde estaba el hombre”.
El samaritano, un fuera de la ley, un alejado de Dios…. se compadece de él, y no solo lo cuida personalmente, sino que se preocupa de que luego otros se ocupen de él.Jesús le responde al jurista que el prójimo no se pasea por la calle, no lleva ningún distintivo. Uno mismo se hace prójimo, cuando se acerca a los más necesitados, cuando toma partido por el hombre al que han pisoteado sus derechos y que ha sido reducido a una condición infrahumana…El samaritano es capaz de sentir compasión de aquel apartado por la institución oficial. No indaga en absoluto. Pasa a la acción y se vuelca haciendo el bien. Cuando Jesús pregunta quién se portó como prójimo, el jurista responde: “El que tuvo compasión de él”. Jesús remacha el clavo: “Pues anda, haz tú lo mismo”. No podría terminar de una manera mejor la parábola. Jesús, de nuevo da en el centro de la diana, desnuda una vez más la mentira e invita a seguir la verdad del evangelio con toda realidad.