Queridos lectores, paz y bien. En este domingo XVI del tiempo ordinario, encontramos nuevamente a un Jesús “agricultor y recolector”. Jesús usa parábolas para que la gente entienda, pero a la vez piense. No se lo da todo masticado. No es ese el fin de la predicación de Jesús; su fin es mover corazones y convertirlos.
Durante años diversos teólogos se han planteado la siguiente pregunta: ¿Qué es el Reino de los Cielos? ¿a qué se refiere? Jesús usa a menudo en su vocabulario y en los cuatro Evangelios esta novedad del Reino de los Cielos. A mi opinión el Reino de los Cielos es: todo y a la vez la suma de cosas concretas.
Todo: refiriéndome al cómputo total que Jesús en su vida pública predicó para acercarnos a Él y a su Padre en la tierra, y a la vez, la recompensa de la Vida eterna.
Y la suma de las cosas: refiriéndome a que el Reino de los Cielos es la sencillez, la alegría, la caridad, el amor, en definitiva el día a día y las cosas pequeñas que hacen que sumándose puedan resplandecer más que el sol ante los hombres como obras de santidad que Dios obró en ellas.
Para nosotros que escuchamos esta hermosa lectura, Jesús nos invita a tener paciencia como la semilla que cae en tierra y va creciendo poco a poco; o la levadura que con poco hace fermentar el pan… o tantos otros ejemplos que nos pone. Es aquí donde a través de esta paciencia vemos y sentimos que Dios obra en los rectos de corazón, los justos y los que imploran de su misericordia. Es necesario el tiempo y a la vez la disposición.
En nuestro camino existe el tentador, el enemigo… él se encarga de apartarnos del amor de Dios y puede crear en nuestro corazón cizaña o personas que nos hacen tropezar… el enemigo es la prisa, el egoísmo, la vanagloria, el interés.
No hacer caso a esas tentaciones y procurad hacer siempre el bien porque el amor es paciente, siempre vence, el amor es la mayor fuerza del universo, porque el amor es el mismo Dios. Dios es el dueño de todo lo creado y Él se encargará de la recolección. Nosotros debemos de intentar poseer el mayor fruto posible en nuestras espigas, frutos llenos de amor para gloria de Dios y el bien de su Iglesia, el bien de su Reino el de la tierra y el del cielo.
Hermano capuchino Raúl Sánchez