Madre, sobran las palabras. Que el silencio me postre ante tu Hijo, el Hijo del Padre, Dios hecho hombre en ti, por nosotros. Amén.Madre, ante el anuncio de la Encarnación de Jesús, quedaste turbada, mas no perdiste la calma, pues oíste lo que Gabriel te decía, y preguntaste, y aceptaste que Dios actuara a su manera en ti. Gracias, María. Madre, Gabriel se dirigió a ti con un apelativo que le dictó el cielo: Llena de gracia: plena de la presencia de Dios.
Y tú aceptaste la palabra del ángel y ofreciste al cielo la tierra de tu huerto, y el Espíritu Santo plantó el Verbo de la vida en ti, y Dios se hizo carne de nuestra carne, Verbum caro factumest. Y el Verbo se hizo carne. Gracias, María. Madre, sobran las palabras.
Que el silencio me postre ante tu Hijo, el Hijo del Padre, Dios hecho hombre en ti, por nosotros. Amén.Nacimiento. “Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer… para que recibiéramos la condición de hijos adoptivos de Dios”, dice san Pablo. Madre, san Pablo se extasió ante el nacimiento de tu Hijo y dio en la diana.
Su nacimiento no fue solo un acontecimiento histórico que evoca el pasado. No. Aquel tiempo pone al descubierto el valor definitivo que tiene para todos los tiempos, y por eso Pablo lo llama: la plenitud del tiempo, es decir, el tiempo para todos los tiempos. Gracias, Madre, porque, como dice san Bernardo: “La fuente de la sabiduría, el Verbo del Padre, estaba en los cielos. Fue aquel Verbo el que por tu mediación se hizo carne”. Por eso, yo adoro en silencio, el nacimiento de tu Hijo, el Verbo del Padre. Amén.