· Primera lectura: Hechos 6, 1-7.
· Salmo responsorial: Salmo 32. “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”
· Segunda lectura: Pedro 2, 4-9.
· Evangelio: Juan 14, 1-12.
Queridos hermanos: Hemos llegado, ya, al quinto domingo de Pascua, entramos de lleno en la recta final de este bello tiempo pascual. Por eso estas lecturas de hoy nos siguen hablando de cómo comenzó la aventura de la Iglesia, cómo empezó “a navegar por los mares del mundo”, de la mano de los discípulos.
No fueron fáciles los inicios, pues había muchas diferencias entre los distintos grupos entre los que se incorporaban a la fe: judíos, griegos, romanos, orientales. Hasta que no aprendieron a vivir desde la comunión, hasta que no hicieron suyo aquello de que sólo hay un Señor y una sola fe, esa que nace del bautismo, esto se vivió con mucha dificultad.
Por eso algunas veces nos aparecen imágenes de cómo se organizó la Iglesia en su comienzos, como ante algunos problemas, como el de atender a las viudas de la comunidad aparecen soluciones prácticas. Pero esas dificultades respecto a la fe y a la comunión plena con Dios y entre los hermanos, venían de antes. Ni siquiera sus discípulos, a pesar de haberlo dejado todo y haberse ido con el Señor, terminan de comprender muchas de las cosas que les dice.
Jesús les anuncia a donde lleva su camino y les pide confianza, que “no tiemble vuestro corazón”. Me voy a prepararos sitio a la Casa del Padre. Cuando lo haga volveré y seguiremos juntos para siempre. Vosotros seguid mis pasos, continuad mi camino…
Pero ¿cómo lo haremos, Señor? En la pregunta de Tomás tras el anuncio de la partida al encuentro del Padre, una vez más, nos encontramos reflejamos muchos de nosotros: ¿Cómo voy a seguirte, Señor, si no sé dónde vas? ¿A dónde quieres que te acompañe ahora?
La respuesta de Jesús es fuerte, pues no le gusta la actitud de los suyos: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Porque realmente Él es la única respuesta para todas las preguntas del corazón humano. Lo único es que a veces el “GPS” de nuestro corazón se queda fuera de cobertura, debido a nuestros errores, a nuestros pecados.
Porque es cierto que las dificultades de la vida, sus sobresaltos, nos llevan a perder la calma e incluso la dirección que debieran llevar nuestro caminar. Pero este “descansar en Dios” no debería faltar de nuestra vida. En el corazón de Cristo hay sitio para todos, especialmente cuanto mayores son las dificultades que vivimos. No perdamos nunca la calma interior, Cristo está con nosotros.
Puede sorprender que la situación nos lleve ahí. La fe cristiana nos lo ha recordado desde el principio. Él es el camino, la verdad y la vida porque no solo predica con palabras, sino sobre todo con su vida. Y lo hace hasta el final, hasta extender sus brazos en la cruz, hasta derramar su sangre, para que nosotros podamos ver nuestros pecados perdonados y nuestras vidas redimidas. Hasta que podamos encontrar el verdadero sentido de toda nuestra vida.
Especialmente de lo que no podemos comprender por el dolor que supone.
Por eso, como sigue el Evangelio, ahora ante el cuestionamiento que hace Felipe de Betsaida de que le muestre al Padre: Quien cree en mí cree en el Padre que me ha enviado. Porque, al final todo es un gran un acto de fe, es creer que Él es el Señor. Si lo hacemos así, si lo reconocemos como nuestro verdadero
Camino, como la verdad de nuestra existencia y como participación en la vida verdadera. Ahí nos lo jugamos todo.
Con esa actitud acerquémonos a celebrar nuestra fe en este domingo. Que el Señor os bendiga y os ayude a caminar siguiendo sus pasos. ¡Feliz día del Señor!
padre Juan Manuel Ortiz Palomo