No olvidemos el contexto del relato evangélico de hoy, es importante. Nos encontramos a Jesús con sus discípulos camino de Nain. Iban de camino… El camino es en los evangelios una disposición de ánimo, no sólo movimiento. Seguir a Jesús es así dejarse ganar por esa disposición que nos saque de nosotros mismos, que nos saque de nuestros propios esquemas mentales y deje a Dios actuar con la plena libertad. Se trata en definitiva de no poner nuestras ideas, nuestras palabras como suyas, no hacernos un Dios a nuestra propia medida, sino dejar que Dios sea Dios y nos lleve por sus caminos…
La muerte del hijo único de una viuda, no significaba solamente el dolor por la pérdida, el sufrimiento de una madre al perder a su hijo, que obviamente es así. Junto al dolor humano, se unía la situación de indefensión social y económica a la que tendría que enfrentarse esa mujer: marginación, hambre… sufrimiento unido al sufrimiento humano de una madre por la muerte de un hijo. Muerte sobre muerte. Dolor sobre dolor.
Y es que a muchas formas de muerte se enfrenta el ser humano además de la muerte física. Muchos tipos de sufrimiento caben bajo el sentido profundo de la muerte: la marginación, el miedo, la desigualdad, la injusticia, la angustia… La muerte además de ser el umbral del misterio, el miedo y la pérdida humana, tiene otros rostros. Muchas formas de muerte y de dolor nos acechan, además de las impuestas por la naturaleza: la injusticia, el egoísmo, las decisiones erradas, el pecado, la violencia… Ante ello cabe la posibilidad de la desesperación, de la angustia. No ver salida, no saber cómo ni qué hacer…
Pero cabe optar también por la esperanza. Para el creyente no está nada perdido. Leía en las redes sociales estos días un mensaje de esperanza que me parece precioso: Al final todo saldrá bien… y si no ha salido bien, es que aún no es el final. La actitud del cristiano, la actitud que muestra Jesús ante el dolor es precisamente ésa, el mensaje de su vida, de su Resurrección es precisamente ése: la muerte, el dolor, el sufrimiento no son absolutos.
Y eso es así precisamente porque la característica central de Dios para con sus hijos, es la de la compasión y la esperanza. A Dios le afectan las circunstancias y el dolor humano. Como Padre, sufre con los que sufren, siente lástima, ternura, empatiza con el hombre, la misericordia llena su corazón de padre. Dios se deja afectar por el sufrimiento humano. Ese tierno “no llores” de Jesús parece que resuena en la voz de los que alguna vez nos lo han dicho a nosotros, o en mi propia voz cuando se la he dicho a niños en mi colegio. En ese “no llores” está la voz conmovida de Dios. Jesús, como hijo de Dios, nos muestra esa actitud profunda que nos dice cómo es Dios. El que se apiada, el que se compadece, el que siente lástima del dolor y del sufrimiento de las personas. Un Dios que ha creado el mundo, que ha dado la vida, que ha hecho cuanto existe para que el hombre lo disfrute, para que viva en plenitud, para que se desarrolle, para que celebre y cante y ría. Un Dios de vida y alegría, que no mira a otro lado cuando el sufrimiento se presenta en la existencia. Al revés. Que sufre cuando su proyecto de vida se tuerce para el hombre. Un Dios que se compadece de la muerte, el dolor y el sufrimiento… y que interviene para que el dolor y la muerte no tengan la última palabra en la vida humana.
¿Y cómo interviene ese Dios? Porque no se me oculta, y sería inhumano e irresponsable hacerlo, que el mal y la muerte y el dolor continúan existiendo, que no se han acabado aún, que son parte de esta vida. Y sin embargo el misterio del mal y de la muerte y del dolor no se enfrenta con el Dios de la vida, pues a fin de cuentas, lo creado es en sí mismo un límite. Lo que se trata es de vivir en ese límite con la actitud de la vida, vivir con la actitud de Dios mismo. Es así que la intervención de Dios frente a ese mal se produce trayendo esperanza.
Si en tiempos antiguos lo hizo a través de profetas como Elías, como nos cuenta la primera lectura, con Jesús es el mismo Dios el que viene a mostrar los senderos de la vida. Nos muestra, con su propia vida, con signos como hoy, pero también con su propia muerte, con la Resurrección, que nada de lo que llena de dolor al ser humano, de sufrimiento y muerte, nada de eso tiene la última palabra para Dios. Dios es un Dios de vida, no de muerte. Dios lleva consigo la vida. Ésa es la enseñanza paradigmática que Jesús muestra con la resurrección del hijo de la viuda de Nain, Dios se compadece del dolor y la muerte y lleva consigo la vida. La vida con Dios, se llena de vida.
padre carmelita Antonio Jiménez