sábado 23 noviembre 2024
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Reflexión III Domingo de Adviento: Domingo Gaudete

· Primera lectura: 
Isaías 61, 1-2, 10-11.
· Salmo responsorial: 
Lucas 1, 46. “Me alegro con mi Dios”. (Magnificat).
· Segunda lectura: 
1 Tesalonicenses 5, 16-24.
· Evangelio: Juan 1, 6-8. 19-28.


Queridos hermanos: Cuando estamos entrando en la recta final de la espera ilusionada del Adviento, llegamos a la celebración de este tercer domingo de Adviento, el domingo de la Alegría, el domingo de Gaudete. 
 
Un pequeño paréntesis en la seriedad del Adviento, para recordar la esperanza ilusionada de este tiempo. Es una espera “preñada” de alegría. En apenas ocho días, “el Sol que nace de alto” vendrá al mundo, celebraremos el nacimiento del Hijo de Dios.
 
Es cierto que todo nos va sonando a la Navidad que ya llega. Porque algo tan importante no se improvisa de un día para otro. Aunque cada año aumenta en mí la sensación de que iniciamos antes los preparativos. Desde hace semanas el anuncio de la fiesta llena nuestras calles. Y  cuando llega el gran día, nos pilla agotados de tanta luz, de tanta comida de Navidad y tanto festival de villancicos. Como alguno dice por ahí, la Navidad termina cuando empiezan las vacaciones escolares; o cuando los niños de San Ildefonso cantan los números del sorteo extraordinario… 
 
A estos hechos se une la penosa moda que cada año va tomando más fuerza: parece que queremos esconder el aspecto religioso de estas fiestas que se aproximan. ¿Qué celebramos? Si es el nacimiento del Señor, porque las decoraciones de nuestras calles nos recuerdan muchas veces a cualquier cosa antes que a esto, porque queremos ocultar a la Familia de Nazaret, los primeros protagonistas de estos días.
 
Entonces se da la paradoja de que nos dejamos “robar” lo más importante de la celebración: el nacimiento de Jesucristo, de nuestro Dios hecho hombre. Y que por mucho que algunos lo quieran ocultar, difícilmente será así. Porque este hecho que cambia la Historia, no ocurre por sorpresa, era algo esperado por el Pueblo de Dios. Y seguirá siendo una Buena Noticia mientras un corazón humilde o una vida sencilla, acoja al Salvador.
 
Pero esta aventura empezó hace mucho más de 2000 años: llevaba muchos siglos de dolor y sufrimiento Israel, cuando los profetas empezaron a hacer su anuncio ilusionante, el de que Dios no se había olvidado de su pueblo. Muchos profetas habían dado voz a ese anuncio en el Antiguo Testamento. Aunque serán especialmente dos los que pongan una voz firme a la salvación de Dios, los que más escuchamos cada año en Adviento: Isaías y Juan Bautista.
 
Uno en medio del destierro de Babilonia, que da esperanza al pueblo en un momento de los más difíciles de su historia. Lo habían perdido casi todo. Pero aquellos que los habían esclavizado no podían quitarles lo más grande: el esperar en Dios que todo lo puede. Isaías es la voz de la esperanza de vivir en plenitud todo lo que Dios les ofrece.
 
Esa esperanza tomó un poco de realidad en la vuelta del exilio. Pero faltaba lo más importante. Dios había pensado que la mejor manera de rescatarnos era enviando a su Hijo muy amado para traer la gran noticia: Dios quiere salvarnos, quiere seguir apostando por la Humanidad. Aunque entró en la Historia “casi” de puntillas, necesitó de una voz fuerte que lo anunciara en medio de su pueblo. Necesitaba del vocero que predicara a los cuatro vientos: “Allanad el camino al Señor”. 
 
Hasta el desierto se fueron los maestros de la Ley a preguntarle, pues su fama llegó a la Ciudad Santa, a Jerusalén. Pero su respuesta no deja lugar a dudas: él no era el esperado, el Mesías. Aunque su misión era preparar su venida. Él bautizaba con agua, pero el Esperado lo haría con el fuego del Espíritu, con el fuego del Amor de Dios.
 
Pues ojalá escuchemos su voz. Ojalá que en estos últimos días del Adviento preparemos los caminos del Señor, su venida. Con esa tarea nos disponemos a acompañar el camino a Belén con José y María. Feliz y santo domingo, y que Dios os bendiga.
 
padre Juan Manuel Ortiz Palomo 
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