jueves 21 noviembre 2024
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Reflexión sobre el evangelio del domingo, del padre Juan Manuel Ortiz Palomo

Mensaje de las lecturas
· Primera lectura, Jeremías 20, 7-9.
· Salmo responsorial: Salmo 137  Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
· Segunda lectura, Romanos 12,1-2.
· Evangelio, Mateo 16, 21-27.

La Cruz es nuestro símbolo de identidad
Hoy podríamos comenzar recordando lo que dice el refrán acerca de lo “poco que dura la alegría en la casa del pobre” referido al apóstol Pedro. El pescador de Galilea fue capaz de alabar a su maestro y de reconocerlo como Hijo de Dios. Pero su carácter le hace enfrentarse al nuevo anuncio de Jesús con unos presupuestos muy mundanos, que no nacen del amor de Dios precisamente.
 
Por eso de darle las llaves del reino a acusarlo de ser un diablo, de no tener confianza en Dios, sólo hay un paso. Pero es cierto que ése es Pedro. El discípulo que ama al Señor con locura, que ha sido capaz de dejarlo todo para seguirlo. 
Pero que al mismo tiempo, en muchas ocasiones no es capaz de dominar su ímpetu. Y lo más grave, pese a la cercanía al Maestro, aún no ha sido capaz de renunciar a pensar sólo de “tejas para abajo”, sólo con claves humanas: no ha terminado de dar el paso de la fe, ése que nos permite a las personas ver la realidad con los mismos ojos de Dios.
 
En el evangelio de este domingo lo vemos una vez más, y es la principal fuente del problema. Pedro se cuestiona el “¿cómo va a ser posible lo que anuncia el Señor en este evangelio?”. Si es el Mesías, si viene de Dios, quién va poder parar el poder transformante del Dios Todopoderoso, “el sueño de Dios” de un mundo según su corazón. 
 
Pues la respuesta es sencilla: ni más ni menos que quien puede verse amenazado por ese sueño: los poderosos, los que van a encontrar a Jesús como un peligro para su control del pueblo de Israel. 
Pero dónde está la dificultad, qué es lo que escandaliza a Pedro y a los otros apóstoles, aunque no lo digan en alto, vaya que también Jesús los acuse a ellos. La solución de Jesús es dejarnos claro a los cristianos donde está lo importante, donde está una de las piedras de toque de nuestra vida de fe: cómo debemos situarnos en nuestra vida, que es lo que debemos buscar, hacia dónde debemos dirigir nuestros pasos en la vida. 
La tentación de hacerlo hacia el éxito o  el aplauso fácil es grande. Pero el Señor nos recuerda que ni mucho menos ése es el camino. Más bien al contrario. Él pone sus ojos y los nuestros en la cruz, en el lugar del mayor de los fracasos a ojos humanos. Pensémoslo un momento. Estamos demasiados acostumbrados a la Cruz. Es nuestro signo de identidad, aquello que en nuestras iglesias y nuestros cuellos nos identifica como discípulos del Nazareno. Pero la cruz entonces era un instrumento de tortura y muerte. Por eso el anuncio de que ese final sonaba a escándalo a aquellos discípulos.
 
Pero sólo así podía Jesús ofrecer la lección de este evangelio: las cuentas de Dios casi nunca son las nuestras. Nosotros buscamos seguridades materiales que nos garanticen el bienestar. Y somos muchas veces capaces de hacerlo “caiga quien caiga”. El “ande yo caliente y ríase la gente” está muy presente en muchas de nuestras decisiones, en muchas de las cosas que hacemos. 
Y sin embargo, el Señor nos pide que nos abramos a la confianza en Él. ¿Cómo podemos hacerlo? Pues siendo capaces de apostarlo todo a Él, siendo capaces de perder la vida entregándola en las claves que él nos da. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. 
 
Que no se nos olvide que esto fue hecho vida hasta su propia muerte en la cruz. Porque el único camino a la gloria y a la plenitud de Dios pasa por la entrega de la cruz. Con esa convicción que nace del don de la fe, feliz y santo domingo a todos.
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