Mensaje de las lecturas
· Primera lectura, Ezequiel 18, 25-28.
· Salmo responsorial: Salmo 24. Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna.
· Segunda lectura, Filipenses 2, 1-11.
· Evangelio: Mateo 21, 28-32.
La libertad
De todas las características propiamente humanas que tenemos las personas, posiblemente la más grande, y a la vez la más compleja, sea la libertad, el poder actuar y elegir libremente ante cualquier situación de nuestra vida.
Y esto es el tema central del relato del evangelio dominical, el vigésimo sexto del tiempo ordinario. La cuestión de la libertad nos pone ante lo más propio del hombre, ante la cuestión de cuándo somos verdaderamente libres. ¿Lo somos cuando hacemos lo que nos parece o cuando sometemos nuestra decisión a Dios y a los hermanos?
Para muchos de nuestros hermanos la respuesta hoy parece ser la primera. Yo soy dueño de mis actos, de mi futuro, de mis decisiones. Yo sé siempre lo que tengo que hacer. O el a mí nadie me da órdenes, o me dice lo que tengo que hacer. Sin embargo vemos que eso está lejos de ser verdad.
Vivimos en un mundo complejo, con muchas relaciones a todos los niveles, que hacen que algunas de las decisiones sobre nuestra vida se toman bien lejos y sin saber muy bien por parte de quien, que nuestro trabajo o nuestro futuro más inmediato está “a merced” de algo tan inhumano como son los mercados de la economía.
Y entonces los cristianos ¿qué podemos hacer? ¿Hay alguna manera diferente de actuar, de hacer las cosas? Pues sí, tenemos un espejo para mirarnos en esta cuestión de libertad: Jesucristo. Él, el Hijo de Dios, por obediencia se despojó de su categoría de Dios. No era un capricho, era la única manera de hacer que la salvación que traía pudiera llegarnos a todos.
Pero, y ahí está la segunda clave de estas lecturas, cuando afirma Jesús que los pecadores irán delante de lo supuestamente “justo” en el camino al cielo. ¿Cómo es esto posible?, ¿cómo puede ocurrir esto?
Es la novedad del evangelio, ésa que muestra que sólo desde en el amor nos jugamos todo, es el fundamento de nuestra respuesta a Dios. Porque, ¿quién ha hecho la voluntad de Dios, quién dice que no a su invitación, pero es capaz de reflexionar y hacer lo que se le pide, o quién queda bien diciendo que si y luego no quiere hacer su deber?
La respuesta de Jesús está clara: obras son amores y no buenas razones. Y sin embargo una y otra vez caemos en lo que Jesús denuncia hoy en el relato evangélico: a Dios muchas veces le decimos que sí, pero con la boca pequeña, sin mover un dedo para hacer presente la voluntad de Dios. Y sin embargo criticamos a quienes después de una vida poco ejemplar, son capaces de encontrarse con el Señor y de vivir en plenitud su fe, su fidelidad a Dios
No caigamos en la tentación de tomar la vida de fe como algo fijo, inamovible. Ése es muchas veces nuestro problema: creemos que con lo que aprendimos de niños, o con un poco de catequesis es suficiente.
Y nos perdemos la riqueza de vivir y crecer en el camino de la fe, ése que nace de descubrir a Jesucristo en nuestra vida, y que de su mano, y junto a nuestros hermanos, termina alcanzando la vida de felicidad que nos alcanzó para todos, por ser obediente a Dios, su Padre.
Este artículo no es una carta, es cierto, pero permitidme esta pequeña postdata: el Santo Padre, el Papa Francisco, nos pide a todos los católicos oraciones en este domingo por los muchos y buenos frutos por el Sínodo de la Familia que comienza en unos días en Roma.
Ojalá el Espíritu Santo asista con fuerza a los miembros del Sínodo, para que la Iglesia siga ofreciendo a la familia, iglesia domestica, la alegría del evangelio de Jesucristo. Pidamos con confianza al Señor por esos frutos.