Hace escasos dos días, la Iglesia celebró la fiesta de San Josemaría Escrivá. El Santo, a lo largo de su vida, nos recordó que todos, absolutamente todos podemos ser santos. Queda atrás el tiempo en el que sólo unos pocos estaban llamados a la santidad. La Iglesia nos recuerda que todo bautizado puede ser santo y debe luchar para ello. Seguramente no se nos verá en altares, pero nuestro camino de santidad lo debemos hacer en el día a día, en las cosas pequeñas y ordinarias que nos encontramos en nuestra vida; cada uno en su condición. A todos los bautizados nos pide Dios convertir nuestras ocupaciones diarias en medio y camino que nos acerque más a Él, la familia, el trabajo, la amistad, el dolor, los éxitos, los fracasos…
Hace unas semanas se publicaba la primera entrevista del Papa Francisco para una televisión española. En ella, el Papa nos dijo que los mártires de los primeros cristianos no son menos importantes que los mártires del siglo XXI. En la época que nos ha tocado vivir, hay países en los que siguen matando a los cristianos como se hacía hace dos mil años. Aquí en nuestro país es otro tipo de martirio; vemos cómo en determinados ambientes se mofan de los cristianos y de la Iglesia, te “aislan” en el trabajo o no te tienen en cuenta por tener unas ideas católicas. No podemos perder de vista el fin de nuestros días aquí, el paso por esta vida debe ser eso; acercarnos cada día más al Señor y ofrecerle todas las contrariedades que cada día nos encontramos en el camino. La vida del cristiano es un constante comenzar y recomenzar, un renovarse cada día por esforzarnos en ser mejores personas. La santidad se forja en lo cotidiano, en el cumplimiento de nuestras obligaciones de nuestra vida corriente: en los deberes de estado, en el trabajo, en la familia, en el trato social; en resumen: en realizar lo que es bueno y justo.
No puedo terminar sin recordar la fiesta que celebramos mañana; festividad de San Pedro. Debemos estar muy unidos a Roma, no sólo ahora que tenemos al Papa Francisco, un Papa tan cercano y tan sencillo que a todos nos llama gratamente la atención, sino estando el Papa que esté, porque sea quien sea, será el mismo Cristo. San Pedro nos enseñó a ser fieles al Señor y perseverar a pesar de las circunstancias que nos encontremos. Como diría San Josemaría para referirse al apoyo incondicional que tenemos que tener los cristianos con el Papa podríamos decir “Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam” (Todos con Pedro, a Jesus por María).