Corría el año de 1578 cuando el nuncio papal en aquel entonces en España, describió a Santa Teresa de Jesús como “fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz”. Si bien estos adjetivos aplicados a la Santa de Ávila no le fueron puestos con una finalidad positiva, sirven como verdaderos atributos para comprender la vida y la obra de esta mujer en la España de aquellos siglos que se esforzó en vivir como verdadera “hija de la Iglesia”.
El tiempo en el que nace Teresa Sánchez de Cepeda y de Ahumada (1515) fue bastante parecido al nuestro, social y eclesialmente hablando: recio y turbulento. La Iglesia de entonces necesitaba, como la de hoy, hombres y mujeres que vivieran con autenticidad, con vigor, tenacidad y animo su fe. Y el Espíritu suscitó una generación de santos: San Juan de Dios, San Pedro de Alcántara, San Ignacio de Loyola, San Juan de Ávila, San Juan de la Cruz… y muchos otros, dando así el ejemplo de cómo orientarse y superar las crisis, sociales y eclesiales, por muy fuertes que parezcan serlo.
Y “En tiempos recios, amigos fuertes de Jesús”. Santa Teresa, no se propuso reformar el tiempo en el que vivía ni la Iglesia a la que pertenecía; la clave de su reforma no fue ni el feminismo, ni la rebeldía, ni la postura fundamentalista o rígida, sino su amor apasionado a Jesucristo, como su Señor y su Esposo, su fuente de espiritualidad, su devoción a la “humanísima humanidad de Jesucristo”. Este amor le llevó a una pregunta fundamental y complementaria: “Señor,
¿Qué mandáis hacer de mí?”… Sólo se puede lanzar esta pregunta cuando estamos convencidos, como Santa Teresa, de que “sólo Dios basta”.
¿Y a nosotros nos basta solo Dios para cambiar? La respuesta tendría que ser afirmativa, y como Santa Teresa, deberíamos de estar al servicio del amor para caminar con determinación y fidelidad. Deberíamos buscar con inquietud el camino de la oración interior para descubrir al mismo Dios en lo más íntimo de nosotros. Deberíamos promover una verdadera humildad y desprendimiento y vivir de una mejor manera el amor fraterno según la escuela de nuestro Señor.
Deberíamos de buscar la reforma, pero no la que nos gustaría, sino la que nos pide el Señor. Que este dos mil quince, año jubilar con motivo del nacimiento de la Santa, podamos decir que casi medio milenio después de su muerte, sigue siendo actual para nosotros. Todos, sacerdotes, religiosos, laicos, debemos de tener un ardiente amor apostólico a la iglesia y que Jesús sea siempre nuestra alegría, nuestra esperanza y nuestra fuerza para vivir, actualizando así la inquietud de la apasionada de Jesucristo.
“Jesús de Teresa” y Teresa de Jesús, en tiempos tan confusos como los que vivimos, nos proponen interiorizar en este año, aquellas palabras tan inspiradas: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”.
padre JUAN PABLO JIMÉNEZ