En aquel pesebre encontramos a Dios hecho un niño
Ese Niño es lo más bello y maravilloso de toda la Creación. Y también lo más solo y olvidado. En esos días podemos mirar y tratar a Jesús con una gran ternura. No por sentimentalismo, sino por la decisión de renovar nuestra vida. Mientras cantamos villancicos podemos decir a ese Niño que le amamos, y podemos dar la enhorabuena a la Santísima Virgen y a San José.
También podemos darnos cuenta que Dios es exigente. Con su nacimiento en Belén, nos da mucho y nos pide mucho. Él se nos entrega y quiere que nos entreguemos de verdad. ¡Qué buena ocasión esta Navidad para que haya una conversión en nuestra vida! Descubrir qué cosas hay que cambiar en nuestra vida. Y cambiarlas.
En una revista le preguntaron a un músico famoso por su conversión. “¿Siempre ha tenido usted esa fe religiosa que ahora tiene?” “No. Mi vida de cristiano tuvo un largo paréntesis de vacío que duró un cuarto de siglo. Me bautizaron al nacer y ya no recibí ni una sola noción que mostrase y alimentase mi fe ¡Con decirle que comulgué por primera vez a los veinticinco años! Yo no practicaba, ni creía, ni me preocupaba lo más mínimo que hubiera o no una vida espiritual y una trascendencia y un más allá.
Dios no contaba en mi existencia. Pero después supe que yo siempre había contado para Él. Fue una conversión súbita, repentina, inesperada y muy sencilla. Yo estaba en París, apoyado en un puente del río Sena, viendo fluir el agua. Era por la mañana. Exactamente, el 18 de mayo. De pronto le escuché dentro de mí. Quizá me había llamado en otras ocasiones, pero yo no le había oído. Aquel día yo tenía “la puerta abierta” y Dios pudo entrar. No sólo se hizo oír sino que entró de lleno y para siempre en mi vida”.
Dice usted que “le escuchó”. ¿He de entender que usted, allí junto al Sena, “oyó” palabras? “Sí, claro. Fue una pregunta, en apariencia, muy simple:¿Qué estás haciendo?”. En ese instante todo cambió para mí. Sentí la necesidad de plantearme por qué vivía, para quién vivía y mi respuesta fue inmediata. Y desde aquel momento nunca he dejado de saber que soy criatura de Dios, hijo de Dios.
Así como hasta entonces Dios no contaba para nada en mi vida, desde aquel instante no hay nada en mi vida, ni lo más trivial, ni lo más serio, en lo que yo no cuente con Dios. Y eso en lo que es alegre y en lo que es doloroso, en el éxito, en el trabajo, en la vida familiar.”
Ójala escuchemos esta Navidad también nosotros esa pregunta que con cariño nos hace el Señor: “¿Qué estás haciendo?”. Jesús Niño nace en Navidad para dar sentido a nuestra vida. Porque la vida sin Él no llena. Este es el motivo por el que nace en un pesebre. Porque el único que llena completamente es Jesucristo. Porque todo lo demás termina cansando.
Hoy vivir entregado a Dios no está de moda, no apetece. Dios no está de moda. Como si fuese algo del pasado, no del presente. Y terminamos olvidando o despreciando justo el fundamento sobre el que tenemos que construir nuestra vida.
Nosotros sabemos que nuestra vida está llena, llenísima de sentido porque le dejamos entrar en nuestro corazón. Jesús nació para que estuviéramos con Él. Muchas veces nos distraemos en hacer cosas que Dios no quiere. A veces cosas malas. Otras veces cosas que aunque no sean malas nos distraen de Él. A veces, nos metemos tanto en el día a día que nos olvidamos de Dios.
Todo lo que hacemos nos tiene que servir para amar a Dios: si no, no tiene sentido. Lo que no nos une al Señor no sirve.
padre José María Valero