Queridos hermanos: El camino cuaresmal continúa. Y hoy nos lleva a otro lugar sagrado. En este domingo vamos a subir a lo alto del Monte Tabor de la mano del Señor, de Pedro, de Santiago y de su hermano Juan. Este segundo domingo de Cuaresma siempre nos ofrece, en la misa, el Evangelio de la Transfiguración.
Y no sé, si alguna vez os habéis parado a pensar por qué hace esto la Iglesia. La vida ciertamente está llena de alegrías y sinsabores, o como decía el Concilio, de gozos y tristezas. Por ello, el Señor, tras anunciarle su Pasión, quiere poner en el corazón de estos discípulos una experiencia “fuerte”, configuradora de sus vidas, una experiencia llena de luz y de vida.
Y no es casualidad que Pedro, Santiago y Juan acompañasen a Jesús. Ellos son los testigos de muchos momentos importantes, destacando la oración de Getsemaní. Para aguantar el dolor de la Pasión, Jesús sabía que tendrían necesidad detener en su corazón experiencias que abriesen su vida a la esperanza.
Eso es lo que encontramos en el texto del Evangelio de hoy. En lo alto de la montaña, el Señor les muestra su rostro glorioso. Y lo más importante del relato, su divinidad viene confirmada de la mano de Moisés y de Elías, dos de las figuras más importantes de la historia de Israel, dos de los pilares de la fe de ese pueblo. De ahí que no debe sorprender el estupor de Pedro, sobrecogido por la situación: hagamos tres tiendas, quedémonos aquí para siempre.
Por si fuese poco, la Teofanía se completa con esa voz que viene del cielo presentando a Jesucristo: Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo. Es el Hijo de Dios y les muestra su gloria. Y será también su elegido cuando en el camino del Calvario cargue con el peso de la cruz sobre sus hombros.
Ésa es la enseñanza del Maestro en lo alto del monte: que guardaran en su corazón esa luz que alumbrara su vida cuando las cosas se pusieran mal, cuando las sombras y el dolor lo llenasen todo en esa Pasión que ya les había anunciado, para que encontrasen su fuerza y su esperanza en esa gloria que ya habían contemplado.
Os escribo estas líneas desde nuestro seminario diocesano de Málaga, que es donde nuestro obispo me envió a trabajar como formador hace unos años. Sin en las últimas semanas habéis tenido la oportunidad de asistir alguna eucaristía, igual os habéis encontrado con alguno de los seminaristas. Y es que hoy, 16 de marzo, la Iglesia en España celebra el día del Seminario.
La fiesta de San José está cerca, y en el domingo más próximo toda la comunidad eclesial dirige su mirada hacia estos centros de formación, al lugar donde los jóvenes se preparan cuidadosamente para servir a Dios y a los hermanos siendo curas.
Este año, y con el lema: “sembradores de esperanza”, nuestra iglesia de Málaga celebra esta importante jornada. Y quiere que los futuros ministros sean hombres de esperanza para las comunidades que van a servir, llevando el pan de la Palabra y de la Eucaristía a todos los rincones de nuestra tierra.
Para que esa esperanza se haga realidad, nuestro seminario diocesano necesita de vuestra ayuda y de vuestra oración al Señor, para que el Dueño de la mies envíe obreros a su mies.
A eso se dedica la campaña vocacional que cada año realizamos, el momento de hacer presente el Seminario en medio de las comunidades y los centros educativos de nuestra diócesis.
De ahí que podamos afirmar que nuestro Seminario tendrá el futuro que los cristianos de Málaga trabajemos para él. Si con nuestra oración y con nuestra ayuda económica sostenemos esta obra, sí continuamos haciendo la invitación vocacional a los jóvenes, el Señor continuará tocando su corazón, haciendo que sean muchos y buenos los sacerdotes que salgan de esta histórica casa.