Nos encontramos hoy con un texto evangélico maravilloso. Maravilloso nos parece a nosotros hombres del siglo XXI y maravilloso pareció a aquellos discípulos suyos que tuvieron la oportunidad de disfrutarlo. Pero si sus discípulos no llegaron a entenderla, también nosotros deberíamos preguntarnos: ¿entendemos el relato de la Transfiguración?
La Transfiguración es un anticipo de la gloria del Señor y de nuestra propia gloria si nos mantenemos en Él. La escena ocurre cuando Jesús está en oración. La oración para cada uno de los cristianos debe transfigurarnos y transformarnos pues por ella obtenemos la sabiduría, la gracia y el gozo que hacen que resplandezca el rostro.
Hay creyentes que temen su cuerpo ya que lo ven como nido de pecado. Se olvidan que fue el propio Señor quien tomó un cuerpo como el nuestro para, desde él, llevarnos a la salvación eterna. No es bueno ni sano estar obsesionado con la pecaminosidad de nuestro cuerpo. Tampoco es saludable ignorarlo.
Creo que lo justo es transformar el cuerpo para hacerlo templo del Espíritu Santo. Jesús aparece vestido de luz resplandeciente. Están también Moisés y Elías que hablaban con Él sobre la muerte que iba a sufrir en Jerusalén. En medio de la transfiguración estaba Jesús dispuesto a hablar de sus sufrimientos. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño. Se anticipa la escena de Getsemaní donde los discípulos se quedan dormidos.
Lo mismo en la gloria que en la agonía del Señor los discípulos, se mantuvieron en vela. Los cansancios y los problemas de la vida nos pueden llevar a quedarnos si no dormidos, por lo menos aturdidos, y ese aturdimiento nos impide ver la gloria del Señor cuando pasa a nuestro lado.
Al final les envuelve una nube, símbolo de la presencia de Dios; no es oscura sino luminosa en señal de acogida, pero aún así infundía temor a los discípulos. Nadie tiene que temer el entrar en la nube si está Jesús en ella, porque Él hará que pasemos sin sufrir daño alguno. Las nubes que nos envuelven no son siempre claras. Hay momentos que son tristes y oscuras y, lo que es peor, anulan los ojos de nuestra alma y nos quedamos sin guía en esos momentos tan difíciles. Sólo quien ha anclado su vida en Dios puede seguir sin temor llevado de su mano.
La transfiguración es una confirmación de la encarnación. Jesús tomó nuestro cuerpo, pero no abandonó su divinidad. En aquel cuerpo de Jesús, semejante en todo al nuestro menos en el pecado, se escondía la gloria de la divinidad. Es un anticipo de la gloria de la resurrección. Es un anuncio de lo que ocurrirá con nosotros.
En pocos momentos de la Historia como ahora le hemos dado tanta importancia al cuerpo. Si en siglos anteriores el cuerpo era despreciado hoy se valora enormemente. La gente no tenemos miedo de hacer grandes sacrificios por mantener en línea y la belleza de su apariencia física, pero no realizamos el mismo esfuerzo por su apariencia interior. No importa el mantener auténticas dietas espartanas para que nuestro cuerpo no coja exceso de grasas… no cuestan laboriosos y cansados ejercicios físicos para que nuestro cuerpo no acuse el sobrepeso… pero no se da la misma paridad de esfuerzo para que nuestra alma no pueda contaminarse con el pecado.
Es como si al darle importancia al cuerpo nos olvidamos del alma, y viceversa. Lograr un equilibrio es más que importante para el cristiano. Este equilibrio del que habla la Transfiguración lo encontramos en hoy y cada día en la Eucaristía. Si cada Misa fuese para nosotros un Tabor ya estaríamos más que convertidos, lo que ocurre es que en muchas ocasiones subimos al monte a orar, pero con mucha frecuencia nos quedamos dormidos.
padre Antonio Jiménez López