Seguramente que nos ocurre a todos los que ya somos mayores que era habitual que los niños insistiésemos en que nuestros mayores nos volviesen a contar, una y mil veces, aquella historia o cuento que ya habíamos escuchado multitud ocasiones.
Hoy, aprecio que mis sobrinos nietos siguen manteniendo esa insistencia cuando me piden ver, una y otra vez, la película de dibujos animados o el video que más les gusta. Lo que no me deja de sorprender es que siempre escuchan o miran como si fuese la primera vez que ven las imágenes. No pierden la capacidad de sorpresa y admiración ante aquello que les parece bello. Esta actitud es la que deberíamos mantener los cristianos cada vez que leemos o escuchamos las palabras de Jesús que hoy nos transmite el evangelista san Marcos.
La pregunta de aquel escriba, experto en la ley, esconde dentro de ella una cuestión que va más allá del orden de los mandamientos, puesto que cualquier israelita conocía que el mandamiento principal consistía en: «amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todo el ser».
Por ello, la respuesta de Jesús no se limita a establecer una lista de los mandamientos ordenados por importancia. Él va más allá y propone una lectura nueva de este mandamiento. Jesús enseña que no solo es el primero, sino el principal, puesto que de este mandamiento se derivan todos los demás. O dicho de otra manera, los mandamientos que orientan la vida son una explicitación de todo lo contenido en este mandamiento principal.
El segundo elemento que constituye la enseñanza de Jesús es la unión indisoluble que el Señor establece entre el amor a Dios y el amor al prójimo. De esta manera, lo que en principio es intangible; el amor a Dios, se hace palpable cuando se concreta en el amor al prójimo. De tal manera es así, que es imposible decir que se ama a Dios si no se ama al que tengo al lado. Además, la propuesta de Jesús propone el amor al prójimo como condición inexcusable para aquellos que se llamen discípulos suyos, puesto que el mandamiento propuesto debe leerse en doble dirección, es decir, si el amor al prójimo es prueba del amor a Dios, si no hay amor al prójimo, no hay amor a Dios.
Por último, la propuesta de Jesús supera cualquier tentación casuística, tan habitual entonces y ahora, de establecer hasta donde debe llegar o cómo debe expresarse el amor al prójimo, sino que se trata de experimentar el amor de Dios y devolverle a Dios, a través del prójimo, ese amor recibido. De esta manera será posible escuchar de boca de Jesús: «no estás lejos del reino de Dios».