domingo 1 junio 2025
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Tanto en los asuntos humanos como en los espirituales, hacer examen de conciencia es una saludable costumbre

Hace ya tiempo leí un artículo que un sacerdote escribió en una revista. Este sacerdote escribe y predica estupendamente. Se llama Don Enrique. No voy a reproducir todo el artículo sino sólo algunas de las cosas que él escribió. Espero que no se enfade conmigo. Creo que nos puede hacer pasar un rato entretenido. También nos puede ayudar a pensar y a rezar.

“Tanto en los asuntos humanos como en los espirituales, hacer examen de conciencia es una saludable costumbre. En el orden espiritual, cuando uno se descubre en números rojos, caben tres posibilidades. Disponerse, con humildad y realismo, a acudir a confesarse. Ésta es, sin duda, la actitud más razonable. También se puede mirar para otro lado, taparse las narices, y aguantar mientras se pueda (en general, se aguanta poco y no compensa). Finalmente puedo intentar engañarme a mí mismo. Hay dos sistemas para engañarse a uno mismo:
 
El primero consiste en echar la culpa al prójimo de todos nuestros errores. El segundo es más elegante aún: cambiar los nombres de las cosas, recurrir a ese vocabulario pastoso, aceitoso y confuso que maquilla los defectos hasta convertirlos en otra cosa, incluso en virtudes.
 
Pongamos algunos ejemplos: No llames pereza a la pereza. Llámala cansancio, agotamiento, serenidad. A la soberbia se la puede llamar autovaloración (que suena muy aparente), o incluso dignidad, derecho a la propia imagen.
 
Para la envidia, los políticos han inventado una expresión deliciosa: agravio comparativo. (Por lo visto, si mi vecino tiene algo apetecible, de lo que yo carezco, esa tristeza que corroe el hígado no es más que un afán de justicia basado en el agravio comparativo que representa tan manifiesta desigualdad).
 
Por el mismo precio, al egoísmo podemos llamarlo espíritu ahorrativo. A la desobediencia, personalidad. A la lujuria, amor. A la gula, mientras uno es joven, hambre; con la madurez, mejor llamarla apetito; y con la vejez, gastronomía.
 
A la cobardía se la puede calificar como prudencia. A la mediocridad, humildad. A la calumnia, libertad de expresión. Al cotilleo, crítica constructiva.
 
A la tibieza, espíritu tolerante (con uno mismo, por supuesto). A la superficialidad, simpatía. A la frivolidad, ingenio. Al insulto, sentido del humor. A la traición, fidelidad al presente (os aseguro que la he oído llamar así). A la intolerancia, firmeza de criterio. Al rencor, afán de justicia. Al embuste, mentirijilla, mentira piadosa, exageración.
 
Al aborto, interrupción del embarazo. A la estafa, hábil negocio. Al asesinato, eutanasia. A la eutanasia, dignidad. Al paso que vamos, terminaremos llamando a la calvicie, minuspelidez. Al canibalismo, gastronomía alternativa. Al homicidio, interrupción voluntaria de la vida. Y, al racismo, buen gusto.”
 
A mí, estas palabras de Don Enrique me hacen pensar que hay cosas en mi vida que tengo que cambiar. Que no me debe dar miedo ser generoso con Dios y con los demás. La generosidad es la virtud de las almas grandes que encuentran el mejor premio en dar y en darse. Habéis recibido gratis, dad gratis. La persona generosa sabe dar cariño, comprensión, ayuda material. Y no busca a cambio que la quieran, que  la comprendan, que la ayuden. Da y se olvida que ha dado. Ahí está toda su riqueza. Ha comprendido que es mejor dar que recibir.
 
Saber sonreír y hacer la vida más amable a los demás, aunque uno esté padeciendo contradicciones. Adelantarse en los servicios menos agradables del trabajo y de la convivencia.
Perdonar con prontitud todo y siempre. Aceptar a los demás como son. Podemos dar: alegría, cordialidad, un pequeño elogio, escuchar con interés y atención, hablar con oportunidad y con visión positiva de las personas y de las cosas.
 
No vayamos a salir perdiendo por querer guardar para nosotros. El Beato Pablo VI nos anima a ser generosos: “Ésta no es la hora de los cobardes, de los perezosos, de los distraídos; sino de los generosos, de los fuertes, de los puros, de los convencidos: de quien cree, espera y ama, de quien está dispuesto a comprometerse y jugarse la vida por la extensión del reino de Cristo, por la llegada de otros tiempos mejores”.
 
padre José María Valero 
 
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