Es necesario anunciar un Cristo Vivo
En esta tercera semana pascual, nos encontramos con una aparición de Jesús resucitado. Parece como si el bueno de Pedro presintiera ya lo acaecido. Nos dice Pedro: Me voy a pescar. Pero en medio de aquel ambiente es más impresionante lo que los demás contestaron: Vamos también nosotros contigo…
Juan el discípulo amado dice a Pedro: “Es el Señor”. Este relato sugiere que, tras la muerte de Jesús, transcurrió un espacio de tiempo cuya extensión no podemos precisar, de tal manera que siete de sus discípulos invitados por Pedro vuelven a sus actividades a Galilea. Esto significa que el impacto de la muerte de Jesús alcanzó seriamente a los discípulos.
Jesús, el Pastor bueno, recoge de nuevo a sus discípulos y los envía a la misión después que experimentaron que estaba realmente vivo. El relato de los discípulos que se dirigían a Emaús (Lc 24,13ss), nos reafirma en esta convicción. ¡Qué duros días pasaron los discípulos! Esto nos enseña a valorar todavía más la importancia de la resurrección de Jesús y su experiencia. Sólo desde y por el Resucitado fue posible la misión. Este acontecimiento, que permite experimentar a Cristo como vivo y presente, ha de ser meditado una y otra vez y participado en la aceptación creyente del mensaje, en la experiencia personal y comunitaria de que estaba vivo y en la posibilidad de una nueva forma de vida y comunión en el amor expresado tan poderosamente en la cruz y afianzado para siempre en la resurrección.
Hoy, como ayer y como siempre, es necesario anunciar a un Cristo vivo que sale al encuentro de los hombres y les ofrece la esperanza que puede dar sentido a sus vidas. Real es la resurrección como real fue la muerte en cruz. Real es la cruz de la humanidad y real es la esperanza que se le ofrece en el acontecimiento pascual que alcanza las vidas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo en su realidad humana así como los anhelos de sus corazones.
Simón, hijo de Juan, “¿Me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis corderos”. Observemos, en primer lugar, la triple pregunta de Jesús a Pedro. Sabemos que en la Escritura el número tres tiene su significación: la insistencia y la importancia. La importancia de que Pedro manifieste expresamente su disposición a amar a Jesús. Es necesario consolidar la obra de la misión sobre las mismas bases en que se fundamenta la salvación.
La salvación es una obra del amor de Dios manifestado en Jesús hasta el extremo (Jn 3,17s; 13,1ss). Pedro es elegido para hacer posible y presente la prolongación de esta obra en el mundo. Por tanto, con toda coherencia, se le pregunta sobre su capacidad y disponibilidad a amar a Jesús y por él y en él a todos los hombres.
El ejercicio de la misión que se le encomienda sólo es posible desde estas disposiciones. Ciertamente los Padres de la Iglesia suelen relacionar esta triple pregunta sobre su capacidad de amar con su triple negación de Jesús durante su proceso. Es probable que hubiera una relación entre los dos relatos.
De hecho, el narrador recuerda que, ante la pregunta por tercera vez, Pedro se sintió invadido por la tristeza. En todo caso, el interrogatorio está destinado a asegurar y afianzar la misión de Pedro y revela el verdadero sentido y relieve de la misma.
El ejercicio de la autoridad en la Iglesia, en todos sus planos y manifestaciones, ha de estar dirigido por el amor como lo entiende Juan: una disponibilidad total para servir a los demás hasta el don de la vida.
El autor recordará que ese amor no es asunto de palabras sino de obras y sinceridad. Y sólo es posible el ejercicio de este amor pastoral si se ha experimentado profundamente el amor de Dios revelado en la persona, la vida y la muerte de Jesús. Hoy es necesario recordar y restaurar diariamente este programa ofrecido por Jesús a Pedro.
padre carmelita Antonio Jiménez