En el hermoso Evangelio que nos presenta la liturgia de este domingo, dentro de este marco de la Cuaresma, podemos contemplar, nuevamente el rostro amoroso y misericordioso de Jesús. A Jesús le presentan una adúltera, y todos rápidos en juzgar, según la Ley quieren poner a prueba a Jesús. Jesús nos da una lección, no sólo a la mujer sino especialmente a los que la enjuician.
Las últimas palabras de Jesús son magníficas, dignas de nuestro Dios y nuestro Rey de Amor: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”. Jesús no ha venido a condenar sino a liberar, ¿liberarnos de qué? Del peso del pecado. Sí, el pecado es todo lo que nos aparta del amor Dios; y muchos, sin saberlo, por inconsciencia o por los vaivenes de este mundo, no saben que pecan.
Las consecuencias del pecado no son aparentemente visibles a los ojos humanos, pero sí que modifican nuestra personalidad: pensamos mal, más desconfiados, perezosos en el buen obrar, nos hace ser más egoístas, nuestro orgullo crece… y la conciencia humana queda cada vez más debilitada apoyándose en el “yo y yo mismo” personal que en el “tú” como hermano.
Nuestro corazón de carne que late por y para los demás, se va haciendo poco a poco de piedra… esas piedras que los judíos tenían en sus manos para apedrear rápidamente a la pobre mujer adultera. Querían justificar sus errores y pecados con los actos erróneos de los demás. Eso ocurre también hoy en nuestra sociedad, la humanidad ha cambiado poco. ¡Qué rápido somos en etiquetar a los demás! ¡Con cuánta rapidez la crítica fácil y destructiva corre veloz antes que la prudencia y el perdón!
Jesús nos pide practicar la misericordia y el perdón de los pecados, volver a convertir nuestro corazón de piedra en un corazón de carne. Él nos muestra el camino y practica con el ejemplo: “No te condeno. Anda, y en adelante no peques más”. Jesús, el mismo Amor encarnado no ha venido a medicar a los sanos sino a los enfermos, a los que se encuentran lejos de Dios y de la Iglesia, a los perdidos en una sociedad excluyente, a los que viven sin bandera ni horizontes…
Estamos en un tiempo favorable para ello, en este Año Jubilar de la Misericordia presentado por el Papa Francisco y en este contexto de la santa Cuaresma, podemos y debemos pedir perdón, arrepentirnos por nuestros pecados en el sacramento de la confesión.
Con esto nos transformaremos poco a poco, y volveremos a sentir entrañas de misericordia con el prójimo, porque Dios primeramente ha mirado tu humillación y conversión. Has sentido el Amor de Dios en ti y ya estás dispuesto a contagiar a los demás las maravillas que Dios ha hecho contigo, la alegría del perdón de Dios te inundará para que tú a la vez practiques el perdón y la misericordia con el que te ofendió. Sólo entonces comprenderás lo que es sentirse perdonado para practicar el perdón.
Aprovechemos este tiempo para acercarnos al Amor de Dios pidiendo perdón, y no nos justifiquemos en los errores de los demás haciéndonos jueces de todo y cada vez más individualistas y egoístas. Jesús nos quiere hacer libres para hacer el bien y para que otros viendo tu testimonio, se acerquen a Dios. Amén.
Fray Raúl Sánchez, capuchino