¿Es bueno, para nosotros y para los que nos rodean, encerrarnos en nuestros defectos y presumir de los que sabemos?
Todas las personas en momentos de la vida, tenemos un ideal. En algún momento de nuestra vida, hemos anhelado llegar a metas altas. En algún instante, hemos intentado buscar la perfección y salir de la mediocridad. Y, en todo ello, en los ideales, metas y búsqueda de la perfección, nos hemos dado cuenta que no siempre hemos estado a la altura que, para llegar hasta el final, hemos tenido que corregir aquello que no era bueno para lograr nuestros propósitos. ¿O no?
Jesús en el evangelio nos pregunta: ¿Quién de vosotros cuando se va a hacer una casa no hecha números antes de ponerse a construir, no vaya a ser que no tenga para acabarla? También hoy nos podemos preguntar: ¿Es bueno, para nosotros y para los que nos rodean, encerrarnos en nuestros defectos y presumir de lo que sabemos son en el fondo errores? ¿Por qué con frecuencia, pensamos que la conversión o el cambio lo tienen que realizar los demás y no en nuestra vida?
Jesús, en el evangelio de este domingo, nos ofrece unas pistas que son muy dignas de ser tenidas en cuenta: Nos habla primeramente de la corrección fraterna que no significa el modelar las personas a nuestro antojo. Cuántas veces nos creemos con derecho a destacar las debilidades de los demás y a ocultar las nuestras. El Señor nos indica el camino y el sentido auténtico de la corrección fraterna: buscar que nuestros hermanos estén en comunión con Dios.
En segundo lugar nuestro objetivo, como cristianos, no es juzgar ni pregonar desde la azotea de nuestras palabras, posición o privilegios, las actitudes o vida de los demás. Nuestra oración, nuestra misión o nuestro reto debe ser precisamente el que los demás encuentren la verdad de Dios.
En tercer lugar hacemos uso de aquello de “a mí plin” no es bueno ni característico de una vida cristiana. Los problemas de los demás, aunque nos parezca una intromisión, deben de ser también los nuestros. No podemos vivir indiferentes al sufrimiento de los que nos rodean. Ser cristiano es compartir la alegría y la tristeza, el gozo y el llanto, el éxito y el fracaso con todos.
Resumiendo, cuesta, y mucho, corregir y ser corregido. Corregir; porque siempre hay riesgo de perder amigos. Cuesta, y mucho, ser corregido; entre otras cosas porque el nivel de nuestra fe no siempre está suficiente cultivado como para afrontar o acoger una dinámica de este tipo.
Sólo, desde la lectura de la Palabra de Dios, desde el amor a Cristo, desde el deseo de encontrarnos con Él es cuando, la corrección fraterna, es entendida como un camino que nos abre las puertas hacia el encuentro personal y auténtico con Jesús y a una mejora en nuestra relación con los demás.
Vivimos en una sociedad donde, los defectos y los fallos de la Iglesia, son aireados no como llamada al cambio o la reflexión, sino como destrucción. También, a nuestro alrededor, con nuestra forma de enjuiciar situaciones y personas, podemos caer en la misma tentación: querer someter todo aquello que no nos agrada. Y eso, amigos, no es corrección amigable, fraterna o cristiana, sino todo lo contrario.