Sucesor en el tiempo de unas fiestas de Roma, el Carnaval era una especie de “atracón” festivo ante lo que conllevaba la Semana Santa, tanto en los aspectos de las comidas, como de las celebraciones desbordantes de alegría.
En sus mejores tiempos, principios del siglo XX, Antequera tenía dos carnavales: el de la clase pudiente, que tenía su epicentro en el Círculo Recreativo, y el del “pueblo llano” que se apoderaba de toda la zona de Las Peñuelas.
Cada cual iba a donde le correspondía, o a donde más le gustaba, sin que hubiera, al principio, muchos incidentes destacados. Por otro lado, uniendo una zona de la ciudad con la otra, el Salón Rodas, acogía los festivales musicales, en el que comparsas, chirigotas, agrupaciones, ofrecían bellas composiciones musicales, no exentas, a veces, de críticas, humorísticas pero críticas al fin y al cabo, de lo que pasaba en la ciudad, como de la actividad del Ayuntamiento y algún hecho destacado.
Los “choques” aludidos se producían cuando grupos de una zona iban hasta la otra y además de los cánticos, se cruzaban algo más que los confetis o papelillos, como los cascarones de huevos llenos de ceniza o los huevos tal cual. Por ahí anduvo el mal que afectó al Carnaval antequerano, cuando las cosas pasaron a mayores y tuvo que intervenir la Autoridad para suspenderlos.
Luego, en tiempos de Franco, decayeron en casi todas partes, limitándose en Antequera a bailes de máscaras en el Casino y en algunas casas particulares, hasta que en los últimos años se está recuperando.
Pero esos incidentes, eran la parte menos grata y, no demasiado frecuente como antes decimos. Lo bonito, lo que gustaba a todo el mundo eran las actuaciones de los grupos musicales, como el de la fotografía, con disfraces de “Charlot” y los típicos instrumentos de Carnaval.