En el viaje particular de mi vida he tropezado con artistas que marcan un antes y un después en la manera de entender el universo que nos rodea, creando para mí, una realidad paralela en la que nada es lo que parece, y a la vez, es real.En este mundo, en el que crecí, el arte de Cristóbal Toral siempre inundó mi casa.
Entre viaje y viaje de mi padre, en alguna ocasión se coló su nombre, grabándose en mi memoria, registrando en mi mente sus pinturas que veía y observaba sin conocer exactamente su origen. Hoy, años después, descubro aquellas huellas indelebles, en algún lugar de mi ser.
Decido pues, recoger la maleta de mi pasado, para conocer esta vorágine desembarcada en Antequera.
Guiada por los pasos de las enormes banderolas que cuelgan del Museo de la Ciudad de Antequera y con mi maleta de recuerdos me adentro en la puerta principal de un edificio del siglo XVIII. Barroco en estado puro.
Nada más subir los primeros escalones el arte, azota mis pies, mi alma. Cientos de maletas, de historias amontonadas copan el patio central de este edificio, acumulando momentos pasados, el trasiego que acompaña nuestra vida y que el artista antequerano Cristóbal Toral ha convertido en ese viaje eterno de la humanidad, siguiendo el camino nómada que marca su existencia.
A esta intervención, une los balcones de este recoleto patio, ensamblajes realizados con paquetes, maletas, zapatos, coche de bebés a modo de vidas perdidas.Impresionada por los colores, historias envueltas y la inseguridad de a dónde lleva mi camino, decido adentrarme en la Sala de Exposiciones Temporales ‘Manuel Cascales’ donde la grandiosidad de la violencia capta toda mi atención.
Guiada por la mirada serena y sobrecogida por el negro de los ropajes de ‘El Secuestro del Papa Benedicto XVI’, la crítica ante la realidad que vivimos rodea al artista que creo esta obra como protesta ante los asesinatos yihadistas. En contraposición, el Papa me observa por allá donde me muevo, sereno de blanco límpido, espera, quizá, la muerte.Junto a esta obra sublime e impactante, la ejecución a mano de tres asesinos que matan sin tener en cuenta nada en absoluto, degüellan la vida, así de simple y doloroso.
Como contrapunto, sus maletas recorren el resto de la sala, en ese viaje a otros universos paralelos, dejando que los colores converjan en realidades que nos llevan a la vida de un Toral que creció en el campo, dibujando a la luz del candil en una choza. La violencia, el poder de la misma golpea con contundencia.
La trascendencia, el viaje hacia ninguna parte, al pasado o al futuro, al presente anegado de dolor, serenidad, terror, misterio, se cuelan por la rendija del simbolismo marcado por el genio.
Su obra en todoel espacio museístico
Embriagada por lo visto me dispongo a subir las escaleras para conocer la transformación realizada en la Sala Permanente Cristóbal Toral, no sin antes, toparme con los bocetos, dibujos y varias obras del artista que marcan prácticamente todo el espacio museístico.
En su sala, el cosmos de Toral, me (te) posee. Decido aparcar mi maleta de recuerdos pasados para centrarme en el presente. ‘Tríptico de manzanas en el espacio’ realizado exclusivamente para esta retrospectiva en Antequera, entrelaza el universo toraliano que gira, flota, fluctúa ingrávido entre lo abstracto, lo real, lo figurativo creando esta colisión necesaria que te une al cordón umbilical del artista.
De vuelta a la realidad en esta misma sala, dejando el espacio sideral de las manzanas de Toral, aterrizo por las obras que la componen sin quitar la vista de ‘El paquete’ donde el juego de luces y sombras te indica el camino hacia ‘El emigrante muerto’, ‘El tren’, ‘Los emigrantes’, en un acontecimiento que marcó a la España de los años 70 y que hoy desgraciadamente, sigue tan vigente y de actualidad. Todos somos en algún momento de nuestra vida, viajeros sin rumbo.
Bajo las escaleras cargada de sensaciones contrapuestas sin orden establecido que se convierten en una historia real, la de Cristóbal Toral, gracias a la Sala Biográfica donde me recibe una gran foto del pequeño Cristóbal.
Allí, sus dibujos de niñez, fotografías de familia, recuerdos de un pasado salvaje de un genio que creció con un don que convirtió en un trabajo que marca su día a día. Su biografía camina entre cada vitrina permitiéndome adentrarme en esa vida real que se escapa.
Aquí conoces al auténtico Cristóbal Toral, su vida, su familia, su camino, donde de verdad logras comprender el título de esta exposición “La pintura como testigo” porque él ha crecido dejando que su pintura, sus creaciones, fueran el mejor legado para lograr a entender ese cosmos complicado y enardecido de Toral.
Dejo atrás el Museo, sabiendo que mi maleta de recuerdos se ha llenado y ordenado, porque ya todo cobra sentido. No hay un antes y después, es ahora, es Toral, es Cristóbal, es en definitiva, un genio, ni más ni menos.