Sobre la destrucción no bélica del patrimonio histórico español se han escrito algunos libros más o menos documentados y con argumentaciones muy diferentes. La primera gran aportación en esta materia fue el libro de Juan Antonio Gaya Nuño titulado “La Arquitectura Española en sus monumentos desaparecidos”, que publicó la editorial Espasa-Calpe en el año 1961. Gaya denunciaba las grandes pérdidas arquitectónicas del siglo XIX y de comienzos del XX, pero no alcanzó a incluir las tremendas destrucciones de los años sesenta, consentidas por una dictadura en parte ‘tecnocratizada’ que, interesadamente y con total impunidad, propició la confusión entre la modernidad y la simple especulación urbanística.
En 1976, cuando estudiaba la licenciatura de Geografía e Historia en la Universidad de Granada, publiqué un artículo, en el número 15 de la revista “Jábega” de la Diputación de Málaga, bajo el título “Monumentos de Antequera desaparecidos”. En el mismo hacía referencia a las entonces recientes demoliciones de las iglesias de San Isidro, la Caridad y las Huérfanas o de otros edificios civiles como el magnífico palacete barroco de la plaza de las Descalzas esquina a calle Calzada. Para finalizar, añadía un apartado sobre aquellos monumentos que ya corrían peligro de desaparecer y comentaba: “El palacio de las Torres, también llamado de los condes de la Camorra, en la calle del Carmen, es posiblemente el que hoy corre mayor peligro entre todos los de la ciudad. La pérdida de éste –muy similar al de los marqueses de la Peña, aunque no tergiversado por reformas modernas– significaría para Antequera una de sus mayores vergüenzas. A pesar de ello la ruina es inminente y nada se hace por atajarla; para una de sus torres ya se ha solicitado permiso de demolición por su estado de peligro”.
Un año después, cuando hacía el servicio militar obligatorio en el cuartel de Infantería Pavía 19 de San Roque (Cádiz), envié un artículo de opinión a “El Sol de Antequera”, que apareció publicado el 21 de noviembre de 1977, bajo el título “La Casa de Las Torres, en peligro”. De aquel texto entresaco los siguientes párrafos: “Y digo mientras siga en pie, porque su gravísimo estado de ruina parcial obliga a dudar sobre su existencia futura; esta ruina se hace más patente en la torre de la derecha, que sin duda se verá muy agravada por la acción de las lluvias que ya han comenzado. Tanto es así que parece bastante posible que no llegue a primavera en su estado de relativa integridad que todavía posee”. En otros párrafos añadía un recordatorio valorativo del singular monumento en los términos siguientes: “El palacio de los condes de la Camorra, construido a mediados del siglo XVI, es el único conservado en la ciudad en el que se mezclan los estilos mudéjar y renacimiento, como ejemplo típico de palacio andaluz de la época basado en modelos de clara raigambre castellana”. Y finalizaba: “Tampoco debe olvidarse que en el paisaje de las ciudades existen elementos claves a los que no se puede renunciar, so pena de perder su propia entidad urbana. En este sentido no hay duda de que la Casa de las Torres es fundamental en el paisaje de la ciudad alta. Su desaparición significaría la degradación total de un barrio monumental tan dañado hace algunos años con la construcción del enorme y mastodóntico bloque de la Plaza del Carmen. Pero junto a las argumentaciones de tipo cultural está la más importante, si cabe, de la seguridad de los viandantes. La torre de la derecha constituye un auténtico peligro mientras no se recurra a su consolidación de urgencia. Más adelante quizás haya que lamentar hechos y situaciones que todavía tienen solución”.
Llegados a este punto, debemos aclarar que, en las actas capitulares, concretamente en las de la Comisión Municipal Permanente de 18 de junio de 1976, ya había quedado constancia de un escrito presentado por Jaime Molina Muñoz, propietario del inmueble colindante por la derecha con el palacio, denunciando el mal estado de éste y haciendo alusión a los frecuentes desprendimientos que amenazaban a los aleros, cubiertas y cartabones de su casa. También se conoció informe del perito aparejador municipal, el cual expresaba “que aun cuando la generalidad del edificio (Casa de las Torres) se conserva en relativo buen estado, no obstante, su antigüedad y mal uso, sin embargo, la cubierta principal de la crujía de los faldones a la calle y patio aparecen completamente abiertas… Que igualmente ofrece un peligro en ciernes la torre de la derecha, apareciendo en la misma grandes grietas y descomposición de sus fábricas”. Los munícipes reunidos acuerdan, sin más consideraciones patrimoniales, que, si el perito municipal considera necesario “la incoación de oficio de expediente de ruina de la mencionada ‘Casa de las Torres’, proceda a iniciación en consecuencia, produciendo la correspondiente denuncia técnica”. En la portada de “El Sol de Antequera”, del día 5 de marzo de 1978, dos años después de la denuncia del propietario colindante señor Molina, aparecía el titular “Se cayó la torre…”. La noticia se acompañaba de una foto de la fachada del palacio y, aun lamentando lo sucedido, el anónimo redactor se congratulaba de que no hubiera habido víctimas.
Rápidamente el Ayuntamiento procedió a demoler la esquina que quedó en pie de la torre de la derecha y, más adelante, autorizó la demolición total del palacio. Imaginamos que si a la catedral de Burgos se le cayera una de sus torres de la fachada principal la decisión política no sería demoler el templo catedralicio en su totalidad. Aquí, guardando las distancias entre un caso y otro, fue justamente lo que ocurrió. Y después el olvido y un solar lleno de jaramagos durante muchos años. Hay que recordar que eran tiempos en los que el criterio generalizado que dominaba en la opinión pública era que algunas iglesias “de mucho mérito” merecían ser conservadas, pero el resto de los edificios de carácter civil y doméstico, independientemente de su valor monumental, quedaban a merced de la exclusiva voluntad de sus ‘legítimos’ propietarios. Y aunque entonces nadie entendía que el ‘legítimo’ propietario de un cuadro de Goya pudiera quemarlo, sí podía comprender que pudiera destruir un edificio de primera línea si era suyo. La nueva Democracia, tal como se entendía en Europa, no terminaba de cuajar en Antequera, al menos en lo que al patrimonio cultural se refería como bien de todos y, más que de nadie, de las futuras generaciones.
Historia del edificio original
De una lectura formal y en detalle de la construcción original de la casa-palacio del conde de la Camorra se deducía con claridad que era obra de mediados del siglo XVI. Un edificio que participaba, a un mismo tiempo, del modelo de alcázar urbano castellano tardomedieval y de otros ejemplos constructivos de la tradición granadino-nazarí. Los volúmenes de este palacio respondían a un concepto arquitectónico esencialmente prismático, huyendo de todo decorativismo o añadido ornamental en su aspecto exterior. Su panel de fachada, encuadrado por las dos torres de los extremos, respondía a lo que se ha dado en llamar estilo desornamentado, presentando un aspecto compacto y cerrado, casi de arquitectura defensiva, salvo los altos miradores del cuerpo superior abiertos en sus cuatro caras cada uno. Estas torres, que fueron cabeza de serie de otras muchas en Antequera incluso de época barroca, presentaban el esquema de prismas rectangulares, cubiertos con tejadillos a cuatro aguas. Abrían en cada uno de sus frentes un hueco con dos arcos, de ligerísima herradura, apoyados sobre columna central de orden toscano y capiteles-péndola a ambos lados. Otro detalle de clara tradición mudéjar eran los alfices rehundidos en los que quedaban enmarcados los referidos arcos. Por casualidades de la vida, o de la orientación frente a los agentes atmosféricos, habían llegado hasta el siglo XX, aunque algo deteriorados, dos pretiles o antepechos de la cara posterior de la torre de la izquierda, fabricados en un estuco de gran dureza y desarrollando una tracería gótico-mudéjar de dibujo muy reiterativo. Un diseño muy parecido a los pretiles que vemos en algunos palacios sevillanos de la primera mitad del siglo XVI, como la torre-mirador de la Casa de los Pinelo o el patio de honor de la Casa de Pilato, solo que en estos casos están labrados en piedra y calados sus dibujos.
En la fachada de este palacio antequerano, compuesta de cinco ejes verticales de ventanas, destacaba como elemento de singularización la portada labrada en piedra arenisca de acceso al mismo, que no aparecía centrada, sino localizada en el segundo eje desde de la izquierda. Su diseño, de elegante sencillez, respondía a un claro modelo renacentista y enlazaba con conocidos ejemplos italianos, que el arquitecto-alarife debió tomar de los libros de arquitectura que ya circulaban por España. Cabe señalar como elemento identificativo los dos rectángulos verticales, a modo de capiteles, que coronaban las pilastras cajeadas de los extremos y que, en realidad, son una especie de triglifos umbralados de gotas. El segundo cuerpo de la portada, realizado en ladrillo cortado y raspado, se componía de medias pilastras almohadilladas sobre las que resaltaban otras pilastras lisas con pequeñas orejetas, coronado todo de frontón triangular partido. Este cuerpo debió ser añadido en la segunda mitad del siglo XVII y evidenciaba estar embutido en un momento posterior en la fábrica primitiva. Por aquel tiempo se incorporaron también los dos magníficos escudos de piedra –José María Fernández los definió como “soberbios blasones de amplio y magnífico dibujo”– que antaño decoraban la fachada y pertenecían a los apellidos Pareja (derecha) y Obregón (izquierda), respectivamente. Arrancados de su ubicación original en los años cuarenta del siglo pasado, hoy se pueden ver en el patio del cortijo-palacio de la pedanía de Villanueva de Cauche.
El ático o soberado de la fachada, desarrollado entre ambas torres, también fue añadido en la segunda mitad del siglo XVII, ya que en el momento de la demolición del edifico (en 1979) se pudo comprobar que las caras interiores de las torres, en la parte que había permanecido oculta por el añadido del ático, presentaban aun una superficie enfoscada, esgrafiada y pintada con imitación de ladrillo. Algo del máximo interés ya que este testigo nos estaba indicando que, en origen, toda la fachada estuvo tratada con este criterio paramental. Volviendo al análisis del primer cuerpo de piedra arenisca de esta portada debemos hacer notar sus sensibles nexos, en cuanto a diseño arquitectónico, con el segundo cuerpo de la portada del palacio de la marquesa de las Escalonias de calle Pasillas.
En el interior del palacio destruido destacaban tres elementos, cuales son el patio claustral, la caja de la escalera principal y el jardín con tapias y vistas a la Moraleda. El patio de honor presentaba cuatro lados iguales, todos ellos logiados en sus dos plantas con danzas de cuatro arcos de medio punto de ladrillo sobre columnas toscanas de piedra arenisca. La galería superior del patio fue cegada en la segunda mitad del siglo XVII, abriendo balcones bajo cada uno de los arcos con guarnición de sencillas pilastras con orejetas y frontones triangulares y curvos apenas resaltados. A finales del siglo XIX el ala paralela al jardín fue demolida, quedando entonces el patio con planta en forma de ‘U’.
La escalera principal de la casa se situaba justo detrás de la torre de la derecha, comunicando solemnemente las dos plantas del patio claustral. A través de una fotografía antigua, cuando ya se había demolido el ala derecha del patio y la propia escalera (sobre 1920), se veía marcado en la cara interior de la torre el testigo que indicaba su tipo de cubierta: cuatro trompas aveneradas, realizadas en yesería, para recibir una armadura mudéjar de madera de tipo ochavado. Algo parecido a lo que todavía podemos ver en la capilla mayor de la iglesia conventual de la Encarnación de Antequera. Sabemos que la mayoría de los salones de la casa-palacio del conde de la Camorra se cubrían de importantes artesonados de madera de los siglos XVI y XVII, desapareciendo todo ello en la demolición de 1979. Sus maderas fueron adquiridas entonces por un carpintero local, especializado en fabricar muebles ‘antiguos’ con elementos de acarreo y de derribos. Delante de la fachada trasera del edificio corría un mirador con pilarillos y barandas de hierro sobre arcada de sillares de piedra arenisca, que a manera de belvedere asomaba al jardín con tapias a la Moraleda.
No está del todo claro el apellido de la familia perteneciente a la nobleza antequerana que construyó de nueva planta el palacio que nos ocupa. Pudo tratarse de la familia Padilla y Castillo, ya que a principios del siglo XVII emparentaron con los Pareja-Obregón, heredando estos el mayorazgo que tenía como solar la propia casa-palacio. En algunas historias locales se dice que Francisco Félix Pareja-Obregón (1635-1702) “labró la casa principal… en la plaza del Carmen cuyo mérito es bastante conocido”, aunque en realidad lo que hizo fue realizar importantes reformas ‘modernizadoras’ sobre un edificio que ya tenía más de un siglo de antigüedad con objeto de vincularlo como casa solar al mayorazgo familiar que él mismo fundó.
El título de conde de la Camorra es muy posterior, ya que fue una concesión de Felipe V a Luis Ignacio Pareja-Obregón Pacheco y Rojas (1663-1727), en el año 1712, por sus servicios al rey como candidato Borbón, particularmente durante la guerra de Sucesión a la Corona española. Este hecho supuso un importante espaldarazo para el prestigio de la familia en el ámbito local y, por extensión, en el contexto de la nobleza ‘castellana’ asentada en el resto de Andalucía desde los tiempos de la conquista.
Decadencia y demolición de la casa-palacio
En una crónica manuscrita del año 1827 se dice, sin dar explicaciones, que la casa principal de los condes de la Camorra en la calle del Carmen se encontraba cerrada. Sin embargo, en el Padrón de 1875 se aclara que en la casa-palacio de la calle del Carmen viven Francisco de Paula Pareja-Obregón de Rojas, Gálvez y Narváez, V conde de la Camorra, junto a su esposa María Dolores Aguayo y Benui, natural de Córdoba, una hija aún soltera y una nieta, heredera de uno de sus hijos varones ya fallecido. Por cierto, este importante personaje histórico de la antigua nobleza local, identificado políticamente con el liberalismo moderado de la época isabelina, fue alcalde de Antequera y, con posterioridad, también lo fue de la ciudad de Málaga. Cuando muere en 1881, el título lo hereda un hijo suyo residente en Madrid, no retornando nunca el referido título a Antequera. En la casa seguirán viviendo la viuda, una hija y la referida nieta. Esta última, de nombre Mercedes Pareja-Obregón y Moreno de Villena, recordemos que nieta de los últimos condes de la Camorra residentes en Antequera, heredó la casa en circunstancias bastante rocambolescas y en ella moriría en 1901 poco menos que en la indigencia. De hecho, utilizaba como residencia una parte de la casa-palacio, dedicando el resto a viviendas de alquiler. Esta singular dama, reflejo de la decadencia de una estirpe, le sirvió al novelista malagueño Salvador González Anaya (1879-1955) como inspiración para construir el personaje femenino protagonista de su novela “La Jarra de Azucenas” (1949), ambientada en la Antequera de la primera década del siglo XX. A la muerte de Mercedes, recordemos en 1901, la casa-palacio la hereda Carmen Arrese-Rojas Pareja-Obregón, marquesa de Cauche, quien decide más adelante despojar al edificio de los dos magníficos escudos barrocos de la fachada y de la veleta de la torre de la derecha –la única que quedaba–, que se lleva a su residencia del palacio-cortijo del marquesado en Villanueva de Cauche. En 1947 la casa deja de pertenecer definitivamente a la familia Pareja-Obregón al ser vendida a Francisco Vergara del Pino, quien dos años después la revende a la “Sociedad Regular Colectiva Vergara y Compañía”. Cuando esta sociedad se liquida en 1975 la casa se adjudica a Trinidad Vergara Usategui, casada con José Puche, quienes la venden por 80.000 pesetas en 1976 a Josefa Ramírez Pérez, casada con Manuel García García. En 1988, siendo la casa-palacio ya un solar, lo adquiere por tres millones de pesetas el constructor granadino Francisco García Rivas para edificio de viviendas, comprometiéndose ante el Ayuntamiento a reconstruir la fachada del histórico edifico demolido y recuperar los volúmenes exteriores del mismo.
Entre estas dos últimas operaciones de venta se produjo la ruina y demolición que ya comentamos con anterioridad. Una triste circunstancia que pudo evitarse si las distintas administraciones competentes, la local y la estatal –la autonómica aún no existía–, hubiesen estado a la altura de las circunstancias, que evidentemente no lo estuvieron.
Reconstrucción
Cuando el constructor Francisco García Rivas se interesó en 1988 en la compra del solar de la antigua casa-palacio de los condes de la Camorra, también conocida popularmente en Antequera como la casa de las Torres y entre los vecinos del barrio como la casa del Conde, se puso en contacto con el Ayuntamiento para saber qué condicionantes debería tener en cuenta para la redacción de un proyecto de viviendas. En aquel momento tenía yo la responsabilidad de la delegación municipal de Urbanismo y Patrimonio Histórico y, por tanto, me tocó atenderlo y comentarle lo que entendíamos mejor para la recuperación del paisaje urbano mutilado dentro del Conjunto Histórico-Artístico de Antequera. La fachada de la casa-palacio había que reproducirla lo más exactamente posible con respecto a la original, ya que se contaba con una documentación planimétrica y fotográfica del edificio más que suficiente para llevar a cabo el proyecto con las máximas garantías. En concreto existía un exhaustivo levantamiento planimétrico de la casa-palacio, realizado en el verano de 1976 por el arquitecto antequerano Sebastián del Pino Cabello, como trabajo de investigación durante su carrera en la Universidad de Sevilla. El referido estudio contaba con cuatro planos (alzado de fachada de calle Carmen, detalle de una torre con dibujo de los pretiles de tracería gótico-mudéjar, y secciones longitudinal y transversal del patio). En cuanto a la información fotográfica, aparte de las fotos antiguas del Archivo Temboury, contábamos con el amplísimo reportaje que hice de la casa-palacio cuando todavía se encontraba en pie para la redacción de mi Tesis de Licenciatura, que comencé en la Universidad de Granada y leí en la de Málaga, titulada “Arquitectura civil de Antequera. Edilicia y doméstica. Siglos XVI-XX”, y que aún permanece sin publicar. De las dos veletas originales aún se conservaba una en el jardín de la Casería del Conde, propiedad de José Antonio Muñoz Rojas; allí se pudo medir y fotografiar para su exacta reproducción en hierro forjado con sus tres metros de altura cada una.
Una pieza que se recuperó del antiguo edificio fue el umbral o escalón de caliza roja de El Torcal de la portada de acceso, que conserva las dos muescas para la entrada de los carruajes. Presenta una inscripción latina, de doble línea en capitales romanas, de difícil lectura y que debió ser un elemento antiguo reaprovechado en el siglo XVI; actualmente se puede contemplar en la pared derecha del zaguán de la casa.
Con estos mimbres, el arquitecto Pedro Pacheco Orellana pudo redactar el proyecto de reconstrucción del edificio como conjunto de viviendas. En ningún caso se quiso reproducir miméticamente la totalidad del edificio como palacio, particularmente en su distribución interior y patio de columnas, ya que la pretensión principal era recuperar los volúmenes exteriores y la fachada antigua con sus dos torres-miradores. Se trataba de reintegrar una gran laguna en el paisaje urbano e histórico de la ciudad. Una imagen más que consolidada a través de grabados, pinturas o fotografías y que, incomprensiblemente, había desaparecido. Y para justificar esta actuación, llevada a cabo entre los años 1992 y 1994, solo hay que recordar casos muy conocidos como la elevada torre o campanile de la Basílica de San Marcos de Venecia, derrumbada en su totalidad en 1902 y reconstruida en 1912, o el del casco histórico de la ciudad antigua de Varsovia. Este último es más llamativo, pues después de los bombardeos nazis, durante la II Guerra Mundial, no quedó piedra sobre piedra: todo escombros y ruina. Terminada la contienda los polacos decidieron volver a levantar su ciudad, reconstruyendo puntualmente todos los edificios que tenían registrados en soporte planimétrico y fotográfico. De los escombros ‘renació’ la ciudad histórica, con sus volúmenes y tratamiento de fachadas originales. En 1980 la UNESCO declaró la Ciudad Vieja de Varsovia –en realidad, totalmente reconstruida– Patrimonio Mundial de la Humanidad. En 1996 los arquitectos y restauradores polacos recibieron por su trabajo el Premio Internacional del Restauro.