Una antigua coplilla popular, hoy casi olvidada, comenzaba diciendo “Antequera está en un hoyo…”. Y podríamos añadir, coronada entre dos contrapuntos elevados: el cerro calizo de la vieja Alcazaba y el cerro arenisco de la ermita de Vera-Cruz. Ambos elementos construidos fueron, a través de los siglos, las dos más claras referencias del paisaje urbano de Antequera que –vistas desde lo llano– aún se recortan en el cielo.
Sobre los orígenes de la ermita de Vera-Cruz ya escribieron la mayoría de los historiadores locales, viniendo casi todos ellos a decir lo mismo. Que ocupa la cima de un cerro que en época andalusí llamaban de Viscaray (Cerro de las dos caras o de las dos vistas) y posteriormente del Infante, pues éste asentó en 1410 uno de sus campamentos en la falda del referido montículo durante el asedio y conquista de la Madina Antaquira islámica. Sabemos también que la ermita fue fundada en 1517 por un personaje llamado María Ruiz, la Rubiana, como beaterio en el que se recogían niños abandonados, mendigos e incluso leprosos.
El edificio tuvo otros usos durante varios años: sirvió como lugar de fundación de las Carmelitas Calzadas en Antequera, antes de su traslado al convento de la actual calle Encarnación; también fue sede de la Cofradía del Señor Crucificado, subiendo hasta allí las cofradías antequeranas durante los días de Semana Santa, ya que hacía la función de Calvario de la ciudad. En cuanto a su documentación gráfica, la representación más antigua que conocemos de esta ermita se incluye en la ‘Vista de Antequera’ de 1567, dibujada por el artista flamenco Anton Van den Wyngaerde, apareciendo sobre ella la letra ‘A’ que se corresponde, en el listado de referencias localizadas, con el texto ”La vera cruy (cruz) hermicta”. También aparece representada la ermita en el cuadro de ‘La Epidemia’ de la iglesia de Santo Domingo, lienzo del siglo XVIII que representa un suceso del siglo anterior.
Del antiguo patrimonio mueble de carácter religioso que tuvo esta ermita sabemos por José María Fernández que su capilla mayor estuvo presidida por la imagen de “un devoto y arcaico Crucifijo” y que, en una de sus capillas, a comienzos de los años cuarenta del siglo pasado, aún permanecía un lienzo de San Lázaro, alusivo a la función de lazareto de leprosos que tuvo el edificio en el pasado. También hace referencia a unas grandes cruces penitenciales de madera que colgaban de las paredes y pilares de la nave central.
Más recientemente, a finales de los noventa del siglo pasado, el profesor Antonio Alcaide contaba que en su casa se conservaba una imagen del Ecce-Homo, de unos cuarenta centímetros de altura, fundida en plomo y policromada, que perteneció a la ermita de Vera-Cruz y a la que profesó gran devoción el famoso bandolero estepeño Joaquín Camargo Gómez (1866-1929), apodado “el Vivillo”. De hecho, Alcaide donó esta pieza al Museo de la Ciudad, siendo restaurada desinteresadamente por Pepe Romero, e imaginamos que debe permanecer en los almacenes de la citada institución.
Durante los siglos XVI al XIX, con altibajos, la ermita de Vera-Cruz mantuvo el culto católico, sobre todo durante los días de cuaresma, llegando al siglo XX como propiedad de la familia Muñoz Rojas, al igual que todos los extensos terrenos que la rodeaban. Después de la guerra civil la propiedad llevó a cabo importantes obras de consolidación del edificio, pero lo incómodo del lugar no propició el uso para el culto que, al parecer, era lo que se pretendía. Siendo yo niño recuerdo que la ermita se usaba como carpintería e incluso años después, en 1976, sirvió como plató para grabar un capítulo de la famosa serie televisiva ‘Curro Jiménez’, titulado La Dolorosa y dirigido por Rovira Beleta. Entonces todavía estaba en pie, aunque para la grabación de dicho capítulo le tuvieron que añadir una espadaña de aglomerado de madera pintado de blanco, ya que la original se había derrumbado.
En 1979 los hermanos Muñoz Rojas, como propietarios del inmueble, ofrecen al Ayuntamiento la cesión del mismo, al tiempo que mostraban su deseo de colaborar en la restauración. El pleno municipal del 10 de diciembre de 1979, presidido por el alcalde José María González, aceptó el ofrecimiento, pero en los siguientes años el edificio se fue cayendo en medio del más absoluto de los abandonos.
En el año 1980 Antonio Parejo y yo visitamos y fotografiamos la ermita, que ya se encontraba en un proceso de ruina casi imparable, y publicamos un pequeño artículo en la sección ‘Plazuela’ de El Sol de Antequera que titulábamos ‘¿Salvamos la Ermita?’. De aquella visita lo más interesante quizás fuera el reportaje fotográfico, en blanco y negro, que Antonio hizo de todos y cada uno de los detalles que aún pudimos atrapar a través de la cámara y que tanto servirían años después para la reconstrucción del edificio.
No sería hasta el año 1995, siendo yo alcalde, cuando se planteó seriamente la recuperación-reconstrucción de la ermita del cerro de Vera-Cruz, después de numerosos intentos anteriores que no llegaron a prosperar. En aquel año –era Rafael Morente director del OAL de Promoción y Desarrollo– habíamos propuesto al Instituto Nacional de Empleo (INEM) llevar a cabo dos Escuelas-Taller en nuestra ciudad, una como continuación de la obra del Centro Ocupacional del Henchidero y otra para la reconstrucción de la Ermita. En principio solo se aprobó la primera, aunque una visita a nuestra ciudad del presidente de la Junta de Andalucía Manuel Chaves hizo posible que, finalmente, se aprobaran las dos Escuelas-Taller. Después de una visita a la Colegiata de Santa María invité al presidente a asomarnos al Mirador de las Almenillas para ver la ciudad extendida en el llano y éste advirtió, en la cima del cerro de enfrente, un montón de ruinas y preguntó de qué se trataba. Le dije que era lo que quedaba de la antigua ermita de Vera-Cruz y que, de hecho, habíamos solicitado una Escuela-Taller para su recuperación que la Dirección Provincial de Málaga nos había denegado. Me dijo que hablase con el director provincial del citado organismo, que entonces era José Luis Arroyo Muñoz, para que procurase incluir la obra en la programación de 1996. Así lo hice y así se aprobó el proyecto.
Las obras de reconstrucción de la ermita de Vera-Cruz comenzaron el día 2 de enero de 1996, consistiendo las primeras tareas en desescombrar aquel montón de ruinas para poder localizar los muros, pilares y arcos que todavía permanecían en pie. La mayor sorpresa fue que en dos de los arcos que aun existían, y que separaban la nave central de la de la Epístola, se pudo comprobar que en origen eran apuntados, es decir gótico-mudéjares de comienzos del siglo XVI, aunque se habían camuflado en siglos posteriores como arcos de medio punto. En la zona de la capilla mayor fueron apareciendo, entre los escombros, las yeserías de las pechinas de la cúpula, con escudos manieristas de cartones recortados y centradas con símbolos de la pasión; tres de ellas se pudieron reconstruir y la cuarta hubo que hacerla nueva antes de reincorporarlas a su lugar de origen. El elemento mejor conservado, en el lateral del Evangelio, de los que aparecieron aun en pie fue el retablito de yeserías manieristas del siglo XVII en el que encajaría un lienzo. Con respecto a las yeserías dieciochescas del pequeño camarín, situado también en el lateral del Evangelio, nada se pudo hacer, pues estaban destrozadas a conciencia como diana de juegos infantiles. En los muros de la zona de la antigua sacristía aun pudimos recuperar restos de pinturas murales del siglo XVIII, con textos ilegibles, aunque de relativo interés.
Cuatro meses después de iniciadas las obras, el día 7 de mayo de 1996, hice una visita a las mismas en compañía del poeta José Antonio Muñoz Rojas, quien se emocionó al comprobar cómo algo que había formado parte de la Historia de Antequera y de la de su familia volvía a levantarse como el Ave Fénix renació de sus propias cenizas.
Durante el resto de aquel año y la totalidad del siguiente continuaron avanzando las obras de reconstrucción hasta su acabado final. Con estructura mixta de pilares y viguetas de hierro y fábrica de ladrillo cerámico perforado se fueron construyendo muros, pilares y arcos e incluso se volvió a levantar la cúpula de media naranja de la capilla mayor, haciéndose ésta por el sistema tradicional de bóveda tabicada o de panderete. Para cubrir la nave central se construyó una sencilla armadura de madera de par y nudillo y para la lateral de la Epístola se planteó una estructura de colgadizo a base de rollizos de madera, todo ello acorde con la estética gótico-mudéjar del momento de su construcción inicial, como ya advertimos en el análisis de las ruinas. Todo el edificio se cubrió con teja árabe antigua procedente de derribo, rematándose la espadaña, cubierta de la capilla mayor y tejadillo del camarín del lateral del Evangelio con tres veletas de hierro, que realizaron alumnos del módulo de forja en los talleres de la Escuela-Taller del Henchidero.
El tratamiento de la fachada de los pies, cuyos muros originales se habían conservado hasta una altura superior a los cinco metros en sus dos ángulos laterales, se continuó en fábrica de mampostería y sillarejo vistos, formalizándose el acceso como un arco rebajado con amplio dintel de ladrillo y, sobre éste, un óculo de ladrillo enmarcado en alfiz y con acentuado derrame hacia el interior.
La espadaña, situada a los pies de la ermita y asentada perpendicularmente a la fachada y sobre el muro original, se construyó de ladrillo y en su diseño planteamos un sencillo modelo de tradición mudéjar: un solo cuerpo y un único vano de medio punto para la campana, enmarcado de alfiz rehundido y acabado en frontón triangular,en el que asientan tres merlones de tipo ornamental, colocándose sobre el central la veleta de hierro. El resto del edificio, vivienda del santero y patios delimitados de tapias coronadas de albardillas, todo ello pintado de blanco, ofrecen desde la lejanía –particularmente desde la vega– una volumetría arquitectónica diversa de raigambre popular y elegante sencillez.
El renacer de esta humilde ermita, quizá pobre en los materiales con los que estuvo construida pero no en su significación, es una clara demostración de cómo los edificios que poseen una fuerte carga simbólica dentro del paisaje que les rodea, terminan sobreviviendo a los más variados avatares de la historia. Están ahí desde siglos, cambiando de uso e incluso llegando casi a desaparecer, pero, al final, la razón histórica de su presencia les permite sobrevivir. En su interior quizá no guarden nada especial, incluso absolutamente nada que justifique su permanencia, pero hacen valer su derecho a existir a través de los años y de los siglos. Por ello, a veces, se nos pierde la mirada en la distancia del recuerdo cuando observamos esta ermita de Vera-Cruz desde cualquier punto de la ciudad.