sábado 16 noviembre 2024
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La Plaza de Abastos a la que dio esplendor el alcalde Guerrero Muñoz (y II)

 
Completamos hoy nuestra visión de la antigua Plaza de Abastos, con la parte trasera. Pegados a los exteriores del mercado, se encontraba la Pescadería. No había “congelados”, de forma que las amas de casa que querían pescado habían de acudir a estos puestos o, en todo caso, a la pescadería que en calle Infante don Fernando tenían los Hijano, familia que tradicionalmente se dedicó a la Pescadería.

Casi de madrugada, venían camiones de Málaga con el pescado procedente de la Lonja, abundando boquerones, sardinas, pescadillas, almejas y para economías más pudientes, la merluza o el atún. No podemos olvidar la sorpresa al ver las cabezas de los “peces espada”, o la maestría de los pescaderos al trocear los peces. En todos los puestos hielo, para mantenerlo fresco y agua para limpiar los restos después de que los dependientes, blancos delantales de hule sobre su pecho, “prepararan” el pescado al ama de casa, quitando “las raspas”, arrancando las pieles más gruesas.
 
Cuando no había pescado suficiente, los huecos se aprovechaban para colocar tenderetes con tomates como se ve en la foto. 
 
Por cierto que al fondo, junto al descargadero de Sebastián Molina, otro edificio carismático de la Plaza de Abastos: el “Café de Fernando Ríos”. Ya hemos dicho lo que madrugaban los pescaderos, que en él encontraban café caliente, o los “ligadillos” de anís dulce y coñac, el “Machaco” o el célebre Anís Torcal antequerano, para coger calor. El citado “Fernando Ríos”, fue el último de los bares antequeranos que sirvió el “café de maquinilla”: sobre el vaso de café, que tenía un chorreón de leche, colocaban una especie de jarrillo, sobre cuyo fondo perforado muy fino, se depositaba el café molido; se tapaba presionando tras verterle el agua hirviendo, llevándose todo a la mesa o al mostrador, hasta que el agua disolvía el café, gota a gota, a la vista del cliente. Aún no habían llegado las máquinas automáticas y esta forma de servir el café suponía un avance sobre el “café de pucherillo” que se hacía en la cocina y se servía desde dentro… 
 
En cualquier caso, local ideal para las tertulias, para charlar, muy lejos de la frialdad de las grande superficies que sustituyeron estos puestos y bares entrañables de principios y mediados del siglo pasado.
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