lunes 25 noviembre 2024
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Redacciones ganadoras del XIV Concurso «Un día Sin Alcohol» de CALA

 
El XIV Concurso de Redacción “Un día sin Alcohol” organizado por el Centro de Ayuda y Liberación de Alcohólicos de Antequera (CALA) daba a conocer los finalistas y premiados del mismo este jueves 15 de noviembre, Día Mundial Sin Alcohol. A continuación redacciones ganadoras.

 
PRIMER PREMIO: “Volver a empezar” por Pilar Miranda Morente, del Colegio María Inmaculada
 
Mi nombre es Raquel y llevo dos semanas sin beber. Ahí me encontraba yo, en una sala repleta de personas desconocidas después de todo lo sucedido. ¿Cómo llegué allí? Pues todo empezó el día de mi graduación, por la noche, en la fiesta que hicimos en la casa de Katy.
 
– ¡Ey! Raquel, ¿por qué no te tomas algo? Dijo José, que ya estaba medio borracho.
– No, gracias, que después me sienta mal. Dije sin mucho entusiasmo.
 
Al final, José me convenció de que tomara una y saliera a bailar, después me tome otra y otra, y lo último que recuerdo es a José dándome otra cerveza. Me desperté en mi casa, en mi cama con la ropa del día anterior y un dolor de cabeza impresionante.
 
Me levanté sin muchas ganas y me fui a la cocina a por algo de desayuno. Allí estaba mi madre, la notaba algo rara, cansada y ocultándome algo, pero no tenía fuerzas para preguntarle qué le pasaba. Al final desayuné, ya que lo que comía lo terminaba echando.
 
A la semana siguiente recibí una invitación a otra fiesta que se celebraba a causa de la graduación. Asistí a la fiesta donde empecé a tomar unas pocas copas, que al final acabaron siendo una botella entera. Al día siguiente me pasó como la anterior. Amanecí con la misma ropa y el dolor de cabeza aún mayor. Mi madre seguía dormida. 
 
Desde que mi padre nos dejó la había notado muy rara, pero pensaba que era por ese motivo. Era verano y no tenía otra cosa que hacer que estudiar Selectividad, pero esos últimos días no sabía lo que me había pasado. Sólo tenía ganas de divertirme, ir de botellón y beber. Las dos últimas semanas había ido a seis fiestas y cada vez volvía con más resaca, pero, además cada vez quería más. De lo que llevaba de verano sólo había estudiado tres días, y sabía que así no iba a aprobar, pero las ganas que tenía de ir de fiesta, eran más que las ganas de estudiar.
 
Quedaban dos semanas de vacaciones y lo único que había hecho en las otras semanas era ir de “marcha” con mis amigas. No sabía lo que me pasaba. El cuerpo me pedía más y más, y yo se lo daba. Ya no veía a mi madre porque en los momentos en los que estaba en casa –que eran pocos– ella estaba trabajando.
 
Que yo recuerde este verano, sólo estudié cuatro veces y fue porque me dijo mi madre que me pusiera, ya que de lo contrario se me iba a acumular todo. 
 
Y en aquella aula me encontraba ya, un poco mareada y como si estuviera pegada a la silla. No recordaba nada de lo que se suponía que había estudiado, así que rellené lo que más o menos sabía y lo demás lo dejé en blanco, esa semana previa a las notas me fui de fiesta tres veces. Respecto a mi madre, cada día la encontraba peor. Nosotras no hablábamos mucho antes pero ese verano empeoró. Sentía que me había distanciado totalmente de ella.
El día que los padres acudían a recoger las notas, mi madre llegó a casa hecha una fiera y me dijo todo lo que yo esperaba oír.
– ¡Has suspendido! Dijo mamá con todas las fuerzas que el quedaban.
– Mamá… yo… es que… Tartamudeé.
– ¡Es que nada! ¡Este verano lo único que has hecho es malgastar el tiempo y el dinero en alcohol! ¿Es que no lo ves? ¡Tienes que salir de ese agujero! Ése fue el último momento en el que yo hablé con mi madre. Me fui a vivir a casa de Katy, y lo único que hacía era beber y beber. 
 
Al cabo de unos meses me llegó una carta de un hospital. Entonces entendí todo. Mi madre había estado enferma todo ese tiempo y yo no me había dado cuenta. Pensé que me informaban de que mi madre se encontraba ahí. Pero no y en cuanto leí esa carta, me cambió la vida. Mi madre había fallecido a causa de una terrible enfermedad y no le pude decir cuánto la quería, lo último que le había dicho era que no quería volver a verla y que me dejara en paz. Entonces me di cuenta de que tenía que salir de ahí, de ese mundo en el que me había metido y que tenía que vivir la vida tal y como yo quería. 
 
Me fui a un centro de menores, ya que todavía no tenía los 18 años, y decidí ingresar en un centro de alcohólicos anónimos y 2 meses después de la muerte de mi madre. Al final, al cabo de los años conseguí licenciarme en Medicina. Ahora soy Pediatra y también he ayudado a salir del alcoholismo a otros jóvenes, para que no hicieran lo mismo que yo. Porque la vida me ha enseñado que no hay segundas oportunidades y que la primera hay que aprovecharla.
SEGUNDO PREMIO: “Un día sin alcohol” por Almudena Romero Palacios, del Colegio Nuestra Señora de Loreto
 
David, Luis y Jorge, eran tres amigos de 16 años que estudiaban Cuarto de ESO en el Colegio Nuestra Señora de Loreto. Durante la semana eran chicos responsables y educados y sacaban muy buenas notas. Cada fin de semana solían salir y reunirse con sus amigos en el botellón. Al principio, sólo lo hacían los sábados, pero como se divertían mucho, empezaron a salir también los viernes y unos meses después también los domingos. Así no dejaron tiempo para estudiar. 
 
Al principio sus resultados empezaron a bajar un poco, pero cuando llegaron las últimas calificaciones del segundo trimestre, los tres suspendieron varias asignaturas. Sus padres comenzaron a preocuparse y se reunieron para encontrar una solución al problema. Lo primero fue permitirles salir sólo los sábados. Pero un mes después se dieron cuenta de que eso no daba resultado.
 
Entonces decidieron ponerse en contacto con un psicólogo para que les explicara el daño que causa el alcohol. Un viernes por la tarde, los tres chicos acudieron acompañados de sus padres a la consulta del psicólogo. A su llegada, el psicólogo los saludó y les hizo pasar a la consulta. Allí les puso un vídeo en el que aparecían chicos borrachos en un botellón, haciendo tonterías y tirados por el suelo. Luego les puso otro vídeo en el que aparecía el testimonio de un hombre alcohólico que había perdido a sus familia porque no soportaban verlo siempre borracho, gritando y de mal de humor. También había perdido su trabajo por culpa del alcohol. Ahora se veía obligado a pedir por las calles para poder comer.
 
Por último, el psicólogo les explicó que el alcohol sólo podía traerles problemas que se convertirían en chicos problemáticos y difíciles a los que nadie les harían caso.
 
Finalmente, les puso un vídeo de chicos universitarios que habían triunfado en sus profesiones. Se les veía felices. El psicólogo les preguntó a quienes se querían parecer.
 
Ellos lo tuvieron muy claro, nunca más beberían alcohol.
TERCER PREMIO: “Redacción un día sin alcohol” por Lucía Delgado Jiménez del Colegio La Salle-Virlecha
Estoy tumbada en una camilla del hospital mientras los médicos me hacen pruebas de asma. Recuerdo la última vez que estuve aquí… Fue aquel 12 de diciembre.
 
Estaba arreglado para ir a la fiesta de Marta con mi hermana Daniela que tenía 15 años, yo acababa de cumplir los 18. Ya arregladas nos subimos al coche, antes mamá nos dijo: No lleguéis tarde y tener cuidado, no corras, que ya sabes como están las cosas y sobre todo, no bebáis.
 
– Que sí mamá. Dije.
 
Al llegar a la fiesta me separé de mi hermana, pasaba de estar con ella y las enanas de sus amigas. Marta trajo vodka con piña, mi preferido, y no podía resistir y empecé a beber y a beber en exceso. En cambio, Daniela recordó las palabras de mamá y no probó ni una sola gota de alcohol, la gente le ofreció de todo, pero ella mantenía su promesa. En cambio yo, bebía y bebía con mis amigas sin hacerle caso a mi madre. No se que me pasó, probé un poco y no me supe controlar, la fiesta proseguía y la gente se divertía. Daniela no probó ni una sola gota de alcohol. Sin más eran las 3, ya era hora de volver, cogí el coche poco segura, había bebido mucho y tenía miedo, las manos me temblaban, Daniela en cambio, se sentía orgullosa de si misma. 
Ya estamos llegando, sólo quedan 2 kilómetros, se me quita el miedo. Estoy dando la curva  y de repente, unas luces no me permiten ver, una de la fiesta que había bebido en exceso se acerca hacia nosotras, yo mareada por el alcohol, no sé controlar la situación. Quito las manos del volante y abrazo a mi hermana, cierro los ojos y cada vez noto como se acerca más y más…
 
Abro los ojos e intento salir del coche como pueda, veo mi sangre en el asfalto y el dolor me está matando, oigo voces que dicen: estas chicas van a morir. Por fin, la ambulancia, apenas tengo fuerzas para respirar. Me despierto en el hospital; al lado tengo a mi hermana, me sonríe y me coge de la mano, me dice que me tranquilice, que pase lo que pase, estaremos juntas, se me saltan las lágrimas, me siento culpable de que mi hermana esté tan débil, ella fue responsable y no bebió y por mi culpa está así. Escucho una máquina que toma las pulsaciones de mi hermana, cada vez más despacio. Me agarra de la mano con fuerza y cierro los ojos; la maquina hace un “piiiiii” largo y mi hermana me suelta la mano. Mis lágrimas caen, se fue, la perdí. Y todo por culpa del alcohol.
Desde ese día me hice una promesa: “No volver a probar nada de alcohol”. Por mi culpa murió lo más grande que tenía en mi vida, mi hermana. Nunca olvidaré ese día, que mucha gente piensa que el alcohol es un refugio contra la tristeza. Pero tiene dos caras, y de un día para otro puede arruinarte la vida. Nunca me lo perdonaré.
 
A día de hoy tengo 23 años y no he vuelto a probar el alcohol, sólo quiero decirles que cuidado, que valoren lo que tienen y que sean responsables.
Aquí les dejo la historia que marcó mi vida y me hizo ver las cosas de diferente manera. Día a día, echo de menos a mi pequeño bicho, la querré esté o no. Porque pequeña, eres muy  grande, hasta siempre hermana.
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