jueves 21 noviembre 2024
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Se cumplen veinticinco años de la inauguración del Museo Conventual de las Descalzas de Antequera

A veces escribimos de temas que, en realidad, nos quedan algo lejanos en nuestro sentir profundo. Entendemos que es conveniente reflexionar sobre ellos por múltiples razones, pero lo cierto es que en lo personal nada nos incumbe. No es éste el caso, dado que lo que ahora pretendemos no es otra cosa que relatar cómo y en qué circunstancias se fraguó una de las instituciones museísticas más singulares de Andalucía, inaugurada el día 16 de octubre de 1999, hace ahora veinticinco años.

Tenemos que remontarnos a comienzos de los ochenta del siglo pasado cuando, deseando acceder al desconocido patrimonio artístico de la clausura conventual de las Descalzas, me puse en contacto con la priora del cenobio, la madre María Victoria de San José. El primer encuentro, a través de la reja del locutorio, me desconcertó en cierta medida. La madre priora nada sabía, en realidad, de aquel joven universitario que pretendía conocer lo que hasta ese momento parecía ser una importante colección de obras de arte oculta a los ojos del resto de antequeranos. José Muñoz Burgos, tantos años director de “El Sol de Antequera”, ya había adelantado, en su “Guía de orientación turística de Antequera” (1969), que en la clausura de las Descalzas se conservaban unas esculturas de San José y de la Inmaculada, a las que calificaba como preciosas tallas del imaginero italiano Nicola Fumo, fechadas en 1705. Y, además, publicaba una pequeña foto del San José, naturalmente en blanco y negro. La curiosidad estabMuseo a más que servida.

Mi llegada al Ayuntamiento como concejal de Cultura me allanó el camino para un posible acceso a la clausura conventual y a las riquezas artísticas que ésta guardaba. Un día me dijo la madre priora que me iba a enseñar la “Celda de la Santa”, en la que estaban reunidas las mejores piezas del convento. Nada más me avanzó sobre el contenido de la misma. Y la sorpresa iba ser mayúscula. Era una estancia situada en la planta alta, de forma rectangular y de apenas unos treinta metros cuadrados. Cuando abrió la puerta de doble hoja de la “Celda”, lo primero que me llamó la atención fue la imagen sedente de Santa Teresa, situada al fondo de la sala y en el nivel del pavimento, de vestir y de tamaño natural, ataviada con sencillo hábito carmelita, como el de cualquier otra monja del convento. Diríase que nos estaba esperando para recibirnos, a pesar de que un angelito volandero, que parecía de los Márquez, se empeñaba en clavarle una flecha en su corazón. Una imagen de Santa Teresa de Ávila, de bello rostro, que en verdad parecía más una joven novicia que el retrato fiel de aquella Santa andariega y fundadora, curtida por los aires de Castilla.

Pero, de inmediato, me di cuenta que a ambos lados de la Santa había dos magníficas urnas acristaladas de ébano, bronce y carey y, dentro de ellas, las dos esculturas de Nicola Fumo, de tamaño académico, que tanto había deseado conocer desde mi adolescencia. Después seguí viendo, a ambos lados de la sala y depositadas sobre mesas antiguas, de diferentes épocas y estilos, el resto de lo que allí se guardaba. De entre las diferentes piezas recuerdo el gran impacto que me produjo la pequeña escultura del Niño Jesús Pastorcito –hoy emblema del Museo Conventual–, obra del escultor murciano del siglo XVIII Francisco Salzillo, así como el Niño Jesús del Milagro, realizado en peltre policromado,que debió salir de los talleres sevillanos del maestro Juan Martínez Montañés y el Niño Jesús Misionero de Andrés de Carvajal. Otra pieza de gran importancia, colocada sobre otra mesa, era la tabla hispano-flamenca de La Piedad del siglo XVI, enmarcada en un retablito plateresco de madera dorada. En cuanto a platería me llamó mucho la atención los dos atriles de plata repujada y estilo rococó, así como el relicario de plata con la carta autógrafa de Santa Teresa a Roque de Huerta del año 1577. Y algunas piezas de filigrana de plata cordobesas, como los dos candeleros y la arqueta con el escudo del Carmen Descalzo.

Viendo la madre priora el interés que mostraba por todo aquello que estaba contemplando, decidió que pasáramos al coro bajo, cuya reja da vista al presbiterio. Precisamente sobre esta reja, en una hornacina de obra, pude admirar la escultura de medio cuerpo de la Virgen de Belén, obra que en la actualidad atribuimos a Pedro Duque Cornejo, aunque en aquel tiempo se decía era de la Roldana. Otras piezas que entonces estaban en el coro bajo eran la imagen de vestir de la Dolorosa de Antonio del Castillo, que las monjas siempre llamaron La Priorísima, o dos lienzos del máximo interés, cuales son la Santa Teresa escritora de Luca Giordano y el retrato de San Juan de la Cruz del siglo XVI. Para terminar la jornada subimos al coro alto, que estaba convertido en almacén y atestado de pinturas antiguas, colgadas en la pared o apoyadas en el suelo, urnas de madera que cobijaban esculturas de tamaño menor e incluso muebles antiguos ya en desuso. Y entre tanto objeto, me sorprendió sobremanera un gran lienzo de San José con el Niño y San Juanito, que evidenciaba ser una copia libre del original de Alonso Cano que se conserva en el convento del Santo Ángel de Granada; cuando descolgamos este lienzo y le dimos la vuelta nos apareció la firma “Athanasio me fecit”, es decir, era una obra firmada de Pedro Atanasio Bocanegra, uno de los discípulos más destacados del racionero granadino.

Pero aún quedaban más sorpresas, ya que cuando visitamos la sacristía interior de la iglesia para ver la amplia colección de piezas de platería, pude conocer la gran custodia de la fundadora, obra de 1654 del platero cordobés Antonio de Alcántara. Entonces observé que encima de un armario había una urna de madera negra, acristalada, y dentro un busto de Dolorosa que apenas se adivinaba. Cuando bajamos la citada urna la sorpresa fue mayúscula: se trataba del busto de Dolorosa de Pedro de Mena, que permanecía allí olvidada desde hacía algún tiempo y que hoy preside la Sala de la Tribuna del Museo Conventual.

La creación del Museo Conventual

Cuando le planteé a la madre María Victoria de San José la posibilidad de crear un Museo abierto al público, con una parte del patrimonio artístico que se custodiaba en la clausura, me comentó que la idea ya era compartida por la comunidad carmelita desde hacía algunos años. Según me dijo, el entonces obispo de Málaga,Ramón Buxarrais, les había concedido licencia en 1978 para poder crear un Museo, pero pasaban los años y no contaban ni con los medios ni con el asesoramiento necesario. Además, si el público accedía por la puerta reglar, y entraban directamente en el claustro mayor, la comunidad durante las horas de visitas apenas podría realizar sus movimientos cotidianos.

Mi llegada a la Alcaldía de Antequera en 1994 me hizo volver a replantearle a la madre María Victoria, que seguía siendo la priora del convento, la idea del Museo. Y mi sorpresa fue que ella ya había encontrado la solución a los espacios disponibles para ser musealizados. Se trataba de unas habitaciones situadas en la planta alta del claustrillo cercano a la cuesta de los Rojas y rodeando la capilla mayor, aunque debido a su estado bastante ruinoso solo se utilizaban desde hacía años como trasteros. Tampoco era fácil la conexión de estos espacios con la iglesia y sacristía, que lógicamente tenían que formar parte de la visita al nuevo Museo. La solución a este problema también la encontró la madre priora: una alacena de la sacristía se convertiría en puerta de acceso al claustrillo y en una esquina de éste se levantaría de nueva planta una escalera que diera acceso directo a las habitaciones elegidas para salas expositivas. Ahora solo faltaba poder financiar la rehabilitación de los espacios del nuevo Museo, que resultaba ser compleja y costosa. Había que ponerse manos a la obra.

El primer contacto para llevar a cabo el proyecto lo tuve con la delegada Provincial de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, la antequerana Rosa Torres Ruiz, quien me dijo que tenía que consultar el tema con la consejera de Cultura, que entonces era Carmen Calvo. Y la respuesta afirmativa no se hizo esperar, comprometiéndose a financiar una cuarta parte del presupuesto total. La siguiente llamada fue al presidente de la entidad Unicaja, Braulio Medel, que también aceptó aportar otra cuarta parte. El resto del presupuesto lo compartimos entre el Proder de la Comarca de Antequera y el propio Ayuntamiento. La última aportación económica la realizó Luis Muñoz Rojas, financiando algunos de los nuevos marcos para lienzos que se hicieron en los talleres de los hermanos Ladrón de Guevara de Granada.

De la selección de las piezas artísticas, estantes entonces en la clausura conventual, que serían expuestas en las salas del nuevo Museo,nos encargamos la madre priora y el que esto escribe. Y no fue tarea fácil, ya que muchas de las piezas seleccionadas, de escultura o pintura, eran devociones particulares de la mayoría de las monjas, en muchos casos desde el primer día que entraron en el convento. Ello significaba que su ubicación de siempre, en los recorridos habituales dentro de la casa, se iba a trastocar. Es decir, el nuevo Museo implicaba para muchas monjas una renuncia personal, pero también eran conscientes que estaban ofreciendo a quienes lo visitaran la oportunidad de disfrutar de la contemplación de un gran patrimonio artístico de carácter religioso, aquel que en los últimos siglos estuvo oculto a los ojos del resto de la ciudadanía.

Durante las obras de rehabilitación y adaptación de las estancias elegidas, que duraron casi un año, también fueron intervenidas en el Taller Municipal de Restauración muchas de las piezas que se iban a exponer. Estos trabajos se llevaron a cabo bajo la dirección de Marisa Olmedo Ponce y con la ayuda de Rafael Ruiz de la Linde y Antonio García Herrero.
El proyecto de intervención arquitectónica fue redactado por el aparejador municipal Manuel Cruz Sánchez, realizando los levantamientos planimétricos el delineante Carlos Madrona Sánchez. De la ejecución de la rehabilitación se encargó la empresa Construcciones Porras, S.A. y, al frente de ellas, el maestro de obras Pedro Porras, uno de los últimos alarifes de la ciudad por tradición familiar, ya fallecido

El día de inauguración

Después de más de un año de intensos trabajos, llegó la mañana del día 16 de octubre de 1999 en la que se iba inaugurar una nueva institución museística en la ciudad: el Museo Conventual de las Descalzas de Antequera. En el acto protocolario, que se desarrolló en la esquina de la galería alta del claustrillo, estuvieron presentes la consejera de Cultura, Carmen Calvo, que había visitado las obras en dos ocasiones; Antonia Iborra, esposa del presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves; el presidente de Unicaja, Braulio Medel; la delegada provincial de la Consejería de Cultura, Rosa Torres; el presidente del Proder de la Comarca de Antequera, Juan Antonio Martín; el vicario provincial de los Descalzos de Andalucía, Francisco Jaén Toscano; el secretario general del Obispado de Málaga, Alfonso Crespo; el poeta José Antonio Muñoz Rojas y su sobrino Luis Muñoz Rojas; y el alcalde de la ciudad, Jesús Romero, y numerosos miembros de la Corporación Municipal. Terminada la visita a las diferentes salas, todos los asistentes al acto, así como los medios informativos, bajaron hasta el presbiterio de la iglesia y, en ese momento, las monjas Carmelitas Descalzas del convento antequerano –hijas de Santa Teresa de Ávila– cantaron el Himno de Andalucía tras de la reja del coro bajo.

Desde aquella jornada inaugural, a lo largo de los últimos veinticinco años, se han incorporado nuevas piezas a la colección estable del Museo, unas aportadas por la Federación “Virgen del Carmen” de Carmelitas Descalzas de Andalucía y Badajoz y otras por donaciones de particulares. Además,en el año 2005, se añadió un nuevo espacio, la llamada Sala del Nacimiento, en el que, aparte de un gran Belén permanente con figuras de los siglos XVIII y XIX, se reunieron toda una serie de piezas relativas al ciclo litúrgico y a las tradiciones populares de la Navidad.

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