En la oscuridad, con los ojos cerrados, sientes que allá arriba hay algo que brilla, que te protege y te cuida aunque no lo veas y no lo creas. Hay muchos momentos en la vida en los que te vienes abajo y te pones a dudar, pero es ahí cuando esa estrella, ese ángel irrumpe y te crea un aura que te hace levantarte de nuevo y seguir creyendo y luchando en esta vida…
Es lo que sentimos en este momento cuando nos hemos enterado que Miguel Ángel Soto ha partido para seguir con su alma amando a los suyos, defendiendo los valores de buen hijo, magnífico esposo, inigualable padre, brillante maestro, apasionado del Balonmano, pero sobre todo, una persona callada, prudente, atenta de los más pequeños, guardián de las cruces que la vida le puso y valiente por dar esperanza a quienes querían acercarse a preguntar cómo estaba.
Miguel Ángel pertenece, porque nos negamos a escribir en pasado, a la familia que más aporta al Balonmano en Antequera, y más aún, un ejemplo inigualable en Andalucía. Jugadores, entrenadores, aficionados… amantes de este bendito deporte rey que es el Balonmano, que tanto tuvo que ver el maestro Manolo Porras en los colegios de La Salle.
Tras jugar y ser entrenador… decidió capitanear la escuela de balonmano porque en la base está la esencia. «En los niños está el futuro», nos dijo. Y él, con su esposa y su hijo, buscaban las tardes para, después de dar clase en el Infante don Fernando, atender a niños y niñas para que descubrieran lo que es este deporte y optar a subir en los diferentes equipos de la base.
Pero hace más de dos años, el cáncer llamó a su cuerpo y tuvo que parar su vida pública, tanto al frente del Colegio Infante don Fernando, del que era director, como de la escuela de balonmano. Empezó su liga más difícil, donde recibiría faltas, expulsiones, agresiones, malas decisiones arbitrales, entradas de un rival que nos visita a todas las casas… el cáncer. Pero él mantuvo la esperanza de que no le pitaran pasivo alguno y saber buscar la defensa adecuada para cada momento y hacer un golpe franco para frenar la oleada.
Contó con su familia, con su mujer, con su hijo, con sus amigos, con sus nuevos amigos, y fue ganando torneos. Regresó como un espectador más al Fernando Argüelles, animando a su hijo en sus partidos. Volvió a sonreír… ¡era el corazón verde de la esperanza en esta enfermedad! Rezó y rezó a su Virgen del Socorro y lo vimos peregrinando por toda iglesia abierta para pedir por los suyos y por él. Tuvimos ocasión de compartir algún momento entrañable en Santa Eufemia.
Cuando te lo encontrabas, cuando le escribías, él era el que te daba esperanza, en vez de dársela tú. Miguel Ángel era una buena persona y no lo decimos porque ya no esté físicamente, es que lo era. Todos los que lo conocieron lo saben y pueden dar fe de ello. No lo decimos por escribir estas líneas.
La última vez que le preguntamos nos dijo: «Esto es una carrera de fondo y no se puede tener prisa», terminando la frase con un amén y un corazón verde. No sabíamos qué hacer ante tan triste noticia, pero necesitábamos dedicarle estas palabras cuando la ciudad se está enterando que se nos acaba de ir un ángel sin alas visibles, un ángel con familia, un buen ángel que ya estará cuidando de todos los que deja.
Un fuerte abrazo a su esposa, su hijo, a sus suegros, a sus hermanos, a su familia entera, a sus amigos y a la gran familia del Balonmano. Y sus grandes amigos del cáncer, donde él era nuestro capitán, el que daba esperanza de que algún día, a ese chaval, a esa niña, que apunta maneras en el Balonmano, será de grande la persona que investigue y consiga curar el cáncer para no llenar el cielo de tantos ángeles jóvenes como se suma hoy Miguel Ángel.
En la vida hay trofeos que se ganan y se guardan en vitrinas. Pero en la vida hay recuerdos que se ganan, aunque no cuelgues una medalla. Quienes han conocido a Miguel Ángel antes y durante su último campeonato, podrán descansar algún día con la satisfacción que compartieron, aunque fuera sólo una conversación, con este joven que soñó con el Balonmano y nos dejó su corazón verde de esperanza. ¡Gracias por lo que nos has enseñado!