viernes 22 noviembre 2024
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Panen el circenses (pan y juegos de circo)

No celebramos el Carnaval, como se hacía en los últimos años, desde que comenzó la maldita pandemia que nos trae locos a todos. Esperemos que en este año 2022 se pueda hacer algo, lo más parecido posible a lo de los años que precedieron a la pandemia, aunque muy lejos de los famosos Carnavales que fueron muy celebrados y famosos en nuestra ciudad, por lo menos hasta poco antes de la Guerra Incivil, ya que ninguna guerra puede ser Civil. Le daremos las gracias a los hados carnavalescos, si nos permiten celebrarlo este año.

Hace ya varios años que no me suelo disfrazar en Carnaval y, la verdad sea dicha, suelo disfrutarlo, aunque de otra forma. Colocado en una acera, como la mayor parte de los mortales, he visto cómo las carrozas y las bandas de música, por llamarle de alguna forma a estas orquestinas que tan agradablemente nos divierten con su música pachanguera, desfilaban delante de los espectadores, de la misma manera que hace muy pocos días veíamos desfilar a las carrozas de los Reyes de Oriente, los llamados Magos, y que, de igual manera, veremos procesionar –estación de penitencia, se les denomina–,  me imagino que penitencia para lo que portan los tronos o pasos, a  Vírgenes y  Cristos en la  próxima Semana Santa. A los espectadores les interesa el espectáculo en sí –“todo lo que es capaz de atraer la atención”–, independiente de que sea carnavalesco, religioso, lúdico, cultural, deportivo…

Como mero espectador, no he observado ninguna diferencia: A las personas nos gusta que nos diviertan y por eso he denominado este artículo “Panem et circenses”, de acuerdo con la frase acuñada a finales del siglo I o principios del II después de Cristo, por el poeta satírico latino, Juvenal, al que le debemos frases tan interesantes como la ya citada u otras como: “Rara avis”, “Mens sana in corpore sano” y, quizás la más de actualidad en nuestra política “Sed quis custodiet ipsos custodes?” (¿Pero quién vigila a los propios vigilantes?).

Hasta hoy no he comprendido con exactitud lo que afirmaba Caro Baroja cuando escribió aquello de que: “Desde el momento en que todo se reglamenta, hasta la diversión, siguiendo criterios políticos y concejiles, atendiendo a ideas de orden social, buen gusto, disciplina… el Carnaval no puede ser más que una mezquina diversión de casino pretencioso. Todos sus encantos y turbulencias se acabaron”. 

Yo pensaba que era una crítica, ¡inocente de mí!, hacia los ayuntamientos y, más concretamente, a los/as Concejales/as de Cultura. Pero no, Baroja se refería, así lo interpreto yo, a que el pueblo no tiene ganas de esforzarse en hacer nada por iniciativa propia; se refería a que hoy no estamos dispuestos a ser nosotros los que nos divirtamos siendo el objeto mismo de la diversión; se refería a que hoy preferimos que nos den la diversión hecha y a que nosotros sólo tengamos que poner el cuerpo, fijo en una acera durante unas horas; se refería a que preferimos ver disfrazados a otros, antes que vernos disfrazados a nosotros mismos; se refería a la incapacidad que hoy se tiene de improvisar, de entre la ropa y objetos viejos que se acumulan en las casas o pisos, un disfraz que, de verdad, haga reír por su imaginación, su rareza o su tipismo y que no haya que gastarse tanto dinero para despilfarrarlo en sólo unas horas. En lo que creo que se equivocó Caro Baroja fue en pensar que los concejales de cultura habían matado al Carnaval, ya que ha sido todo lo contrario: Gracias a ellos podemos divertirnos aunque sólo sea una tarde noche de Carnaval. De ahí la frase de Juvenal.

¿Donde quedó aquel sentido histórico y social del Carnaval? “Mientras el hombre ha creído que, de  una  u otra forma, su vida estaba sometida a fuerzas sobrenaturales, el Carnaval ha sido posible”, afirmaba Caro Baroja. ¿Dónde quedó aquel cambio de papeles, rol se denomina hoy con carácter más eufemístico, en donde el hombre desahogaba sus instintos femeninos disfrazándose de mujer, la mujer, desahogaba sus instintos masculinos, al hacerlo  de hombre, el cura de seglar, el seglar de cura, el niño de anciano, el anciano de niño, etc.? Pasó a la historia.

Aunque parezca que este artículo está en contra del Carnaval que hemos vivido últimamante, es todo lo contrario: Hoy me he convencido de que se ha dado con la tecla del Carnaval que quiere la gente y que le gusta. Estamos, pues en el camino de la recuperación, yo más bien diría, renovación del Carnaval. Estamos, pues, de enhorabuena. 

Y es que en la tarde noche del sábado y el domingo, el pueblo, más aún los niños,  ha estado bastante movido con los concursos de disfraces, con los concursos de coplillas, con los desfiles de murgas, chirigotas y comparsas, con la cabalgata tan variada y amena y con algún espectáculo final nuevo, desde que se decidió acabar con una reciente costumbre de “Quemar al mollete”, en otros lugares “Enterrar la sardina”.

Estoy convencido de que a los antequeranos, en general a todas las personas de cualquier lugar que sean, nos gusta más ser espectadores pasivos que actores vivos en los actos lúdicos, culturales y festivos, y, si es así, tenemos que asumir qué es lo que tenemos que hacer y si hay que gastar dinero público para ello, hagámoslo sin temor alguno: Esto es lo que nos gusta y con ello nos divertimos. Nunca hemos visto tanta gente en la calle como en las cabalgatas de Reyes, ahora no tanto por la pandemia ni como en el desfile carnavalesco de otros años.

Pongamos en práctica el dicho de Lope de Vega, no hay que remontarse  hasta los romanos cuando exigían “Pan y juegos de circo”, cuando decía aquello de que “Pues el pueblo paga, es justo hablar en necio para darle gusto”. Hagamos espectáculos de esta índole siempre que sea necesario y que nadie se rasgue las vestiduras, porque no exista religiosidad en Semana Santa, porque se haya perdido el verdadero sentido de algo tradicional –las tradiciones están para romperlas y crear otras mejores y más adaptadas a la realidad de hoy– como es el Carnaval…

Pasadas las fiestas del Carnaval, cuando eran domingo, lunes y martes, el miércoles, ya cambia todo: Es el Miércoles de Ceniza y los cristianos tienen la obligación  de acudir a misa tempranera.

Pero nunca perdamos el verdadero espíritu del Carnaval, Carnestolendas o Antruejo, como nos lo recomendaba nuestro Juan del Enzina:  “Hoy comamos y bebamos y cantemos y holguemos, que mañana ayunaremos. Por honra de san Andruejo, (sic) parémonos hoy bien anchos, embutamos esos panchos, recalquemos el pellejo. Que es costumbre de concejo, que todos hoy nos hartemos, que mañana ayunaremos.  Honremos a tan buen santo, porque en hambre nos acorra, comamos a calca porra, que mañana hay gran quebranto. Comamos, bebamos tanto, hasta que nos reventemos, que mañana ayunaremos”. 

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Del Carnaval a la Cuaresma

Llegado el miércoles, se acudirá a misa para que el sacerdote de turno, posiblemente molesto porque sus fieles hayan pecado hasta saciedad con el sumo pecado de la gula y el sexo –“ahítos de amor y sexo” decían los antiguos que terminaban con el Carnaval– les imponga la ceniza y les diga aquello de: ”Memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris” (Te recuerdo, hombre, que eres polvo y en polvo te convertirás). 

Y es que aún está vigente la división del tiempo que acordaron, posiblemente de manera tácita, las religiones cuando establecieron, según Caro Baroja: “Una especie de orden pasional a lo largo del año con días de alegría y júbilo; días de placer y de tristeza; incluso días en los que la expresión colectiva de envidias, cóleras y enemistades es posible”. Y continúa diciendo: “La Religión cristiana ha permitido que el transcurso del año se adapte a un orden pasional, que se repite siglo tras siglo. Así, a la alegría familiar de la Navidad, le sucede el desenfreno del Carnaval y a éste, la tristeza obligada de la Cuaresma y de Semana Santa.”

Y para que no haya duda, Caro Baroja da una explicación de estos hechos: “El sol y la luna han servido para marcar este orden al que se somete el individuo dentro de una sociedad y al que parecen someterse los elementos. Muerte y vida, desolación y esplendor, tristeza y alegría, frío y calor, todo queda dentro de este tiempo cargado de cualidades y de hechos concretos que se miden, también, por medio de vivencias”. 

Y a estos días de diversión –¡qué pena que antes eran tres y ahora sólo ha quedado reducido a un día!; bueno, más bien una tarde de sábado y una mañana de domingo, le van a suceder, nada más y nada menos que ¡cuarenta días! de ayuno y abstinencia. Hagan ustedes la proporción, pero me parecen demasiado desiguales los días de diversión, si se comparan con los días de penitencia. 

Muy cerca de que nuestros  lectores lean este artículo, ya estaremos sometidos a las ceremonias de novenas, quinarios, tríos y demás actos sacros que organicen nuestras cofradías, gracias a todos los que hacen posible esto de manera tan desinteresada, para preparar la Semana Santa. Pero sólo un ruego: A los que crean o no crean, a los que hagan esto con fervor religioso o, simplemente, por diversión, a los que acompañan a los tronos descalzos y a los que salen con la copa en la mano a las puertas de los bares, a los que pasan de todo de manera olímpica, a todos, que seamos respetuosos con los demás. Nadie está en posesión de la verdad, pero todos estamos en la obligación de respetar los sentimientos ajenos, sean cuales sean.

A los que estemos en las aceras, igual que lo hacemos en la  tarde-noche con el desfile de Carnaval, cabalgata de Reyes y seguiremos estando en Semana Santa, que nos respeten por igual. 

Y si quieren un argumento general, se los doy con palabras de Caro Baroja: “El Carnaval es hijo del Cristianismo, aunque sea hijo pródigo. Sin la idea de Cuaresma –Quadragesima– no existiría en la forma concreta en que ha existido desde fechas muy tempranas y oscuras de la Edad Media europea…  El Carnaval es un periodo en el que los llamados “Valores paganos de la vida”  se ponían de relieve, en contraste con el periodo inmediato, de duelo, en el que se exaltan los “Valores cristianos” de la Cuaresma y de Semana Santa”. 

A los que no les guste el Carnaval, que se resignen. A los que sólo pretenden pasar esta vida lo mejor posible, sin molestar a nadie, sin hacerle daño, sin perjudicarle, porque la ética personal y social así nos lo exige, a los que no ansían otra vida, ni mejor, ni peor que ésta –decía F. Dostoyevski– que “Si hay algún pecado contra la vida es la esperanza en otra vida”-, que les dejen vivirla sin que nadie se sienta en la obligación de adoctrinarlos. Cada uno debe satisfacer sus necesidades espirituales como sepa y como  más le guste, sin tener que exigir a nadie que se las organice. A lo sumo, y para ello pagamos nuestros impuestos, a los/as Concejales/as de turno que nos den aquello que nos gusta y que nos distraiga y nos libere de nuestros problemas cotidianos. Espero y deseo que así, sea.

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