La tularemia es una enfermedad infecciosa producida por un bacilo llamado Francisella tularensis. De entrada hay que tener claro que la tularemia es una enfermedad que afecta a animales tales como conejos, liebres, roedores, mapaches, mofetas, ardillas e incluso gatos. Los humanos nos infectamos cuando una persona entra en contacto con un animal infectado simplemente por contacto directo, o bien con mosquitos o garrapatas que contengan ya la bacteria y actúen como vectores. En la actualidad esta infección es más frecuente en niños, ancianos y en personas inmunodeprimidas.
Normalmente los síntomas aparecen de manera repentina a partir del cuarto o quinto día tras el contagio, son inespecíficos e incluyen fiebre, cefalea, rigidez articular, dificultad respiratoria, escalofríos, ganglios linfáticos inflamados y dolor muscular. También aparecen unas úlceras de color rojizo que sí son algo más características de esta infección. El diagnóstico intenta poner de manifiesto la presencia de la bacteria, por eso incluye la serología y el hemocultivo. No debemos de olvidar que la tularemia puede ser mortal si no se establece el tratamiento, quizá aquí resida en parte la importancia de un rápido y certero diagnóstico.
El tratamiento farmacológico es antibiótico y utiliza principalmente tetraciclina, cloranfenicol y estreptomicina, como en otros muchos casos se aconseja comenzarlo lo antes posible. Raras veces aparecen complicaciones, no obstante podría presentarse pneumonía, insuficiencia renal e incluso meningitis. En la profilaxis hay que tener en cuenta que existe vacuna y confiere inmunidad de por vida, esto puede ser muy útil en colectivos profesionales como granjeros, carniceros, veterinarios, peleteros y por supuesto también en los cazadores. Para finalizar, hoy he de reconocer que nunca es tarde para una segunda luna de miel, bienvenida sea y si es posible que dure aún más que la primera.