lunes 25 noviembre 2024
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A Conchi Luque, nuestra madre

El tiempo pasa y no nos queda otra cosa que seguir avanzando en la vida para seguir demostrando una gallardía a veces imaginada; y honrar la memoria de nuestros seres queridos es bueno, reconociendo que han partido con el Señor y que desde allí nos siguen protegiendo, velando nuestros días con sus noches, y guiándonos por el camino correcto, llegándonos su aviso para rectificar si nos desviamos.

Y es que una madre siempre está presente, nunca se ausenta, y en su caso no hizo más que atender a una llamada del Cielo, que no le dejaba más alternativa que obedecer en respeto a las leyes de la vida, porque su cansado y agotado corazón no podía esperar más, echando también muy en falta la compañía y apoyo de siempre de nuestro padre. Y es el nuestro, el corazón de sus hijos, el que no entiende de edades, enfermedades, sufrimientos… es un hueco muy grande el que deja, y que sólo el tiempo puede ayudar a rellenar, nunca a desaparecer. 
 
Desde la atención y esfuerzo con que nos crió y educó con la preparación que la naturaleza le había dado, en tiempos que, si no difíciles, sí algo “ajustados”, ayudándonos a encaminar nuestras vidas, hasta cuando, ya fallecido nuestro padre, pendientes del teléfono, de sus miles de advertencias, visitas para “darle vuelta” y atenderla, paseos por nuestra Antequera con frecuentes paradas para saludar y visitar a unos y a otros, a quienes siempre regalaba una sonrisa de su dulce rostro. ¡Cuántas velas le hemos pedido que le ponga a la Madre Carmen por los estudios, la salud, el trabajo… de todos sus nietos…!
 
Su vida sencilla, humilde, sobria… no podía pasar sin expresar nuestro más sincero agradecimiento, cariño y respeto a nuestra madre, que si siempre lo hemos hecho con nuestra dedicación y trato personal y diario, ahora, que no nos lo puede impedir, lo hacemos públicamente. Porque hay vidas que destacan por grandes iniciativas, logros sociales, reconocimientos públicos, consecución de objetivos, altos cargos, grandes aficiones,… y otras muchas en las que sólo hay AMOR, mucho amor, con la entrega, esfuerzo, dedicación, generosidad, sacrificio y desinterés que éste siempre lleva consigo. Y eso era ella. Siempre pendiente de sus hijos, nietos, bisnietos… interesándose y preocupándose por todo y todos, muchas veces en exceso, ofreciendo de lo que no tenía y agradeciendo todo el buen trato que recibía.
 
Fue inevitable recordarla, y seguro que a todas las madres del mundo, cuando hace poco oía una leyenda bretona que cuenta que un joven se enamoró de una mujer perdidamente caprichosa y despiadada, tan mala era que le dijo que, si de verdad la amaba, le trajera el corazón de su madre en una bandeja. El pobre chico se entristeció, pero por no perder a la novia marchó a cumplir el deseo. A la vuelta, mientras se dirigía por la calle, tropezó en una piedra y se cayó, rodando por el suelo el corazón que llevaba en la bandeja. Al agacharse para recogerlo de nuevo, oyó la voz de la madre que decía: “Hijo, ¿te has hecho daño?”.
 
JUAN CRISTÓBAL MORENTE LUQUE
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