lunes 25 noviembre 2024
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Reflexión domingo 24 de mayo, Domingo de Pentecostés

Mensaje de las lecturas
· Primera lectura, Hechos de los Apóstoles 2,1-11.
· Salmo responsorial: Salmos,  117. 
· Segunda lectura, 1ª Corintios 12, 3b-7. 12-13. 
·Evangelio: Juan 20, 19-23.10, 11-18.

Envía tu espíritu Señor y repuebla la faz de la tierra
Pentecostés era la fiesta de las semanas para los judíos. A los 50 días de la Pascua (siete semanas), celebraban esta fiesta, que como nuestra próxima Feria de Mayo de Antequera, es un momento de celebrar y de compartir, de comprar lo necesario para la inminente cosecha y de paso, terminar de vaciar los almacenes de los productos del año anterior, para hacer sitio a los frutos que en la tierra esperaban ser recolectados.
 
Pero aquel año también Pentecostés fue diferente en Jerusalén. El grupo del Nazareno no sólo no había desaparecido tras su muerte en la cruz, sino que sale a las plazas diciendo que está vivo, que Dios ha hecho obras grandes en su Hijo, que lo ha resucitado.
 
Aquella mañana estaban todos reunidos, como de costumbre con María, con la madre del Señor. Estaban en oración, porque desde hacía días esperaban que Jesús cumpliera su última promesa. Se habían quedado muy tristes tras su marcha al cielo, y no comprendían que pudiera estar en otro lado mejor que con ellos. 
Pero el maestro les insistía una y otra vez en que se iba para desde el cielo cuidar de ellos. Y para mandar a Alguien que fuera el motor del nuevo proyecto de salvación, que les ayudara a seguir adelante con la misión: el Espíritu Santo. Por eso, en esa venida siempre hemos situado el nacimiento de la Iglesia. Con su fuerza habitual irrumpe en aquella oración. Interesantes detalles: en oración y con María, algo que no deberíamos olvidar, especialmente ante nuestros momentos de “crisis”. En ellos podemos tomar tierra firme para seguir adelante. 
 
Y desde aquel día ya nada fue igual. Muchos judíos se sorprendieron de ver a los discípulos por las calles y plazas predicando a toda Jerusalén y a los peregrinos que allí estaban, que el Señor había resucitado.  
 
Si, los mismos galileos que se habían asustado ante la posibilidad de que su vida terminara en la misma tragedia que la de su Maestro, los que habían huido a esconderse ante el drama humano que vivió Jesús, son ahora sus apóstoles, son su voz fuerte en medio de Jerusalén.
 
De ahí la sorpresa. Ésa es la presencia joven y fresca del Espíritu Santo. Si, es Él quien mantiene siempre joven a la Iglesia para Jesucristo, su esposo; es el aire fresco que alivia las fatigas de los trabajos de cada día, el aliento de esperanza que hace que podamos seguir adelante con ilusión, en los trabajos del Evangelio.
 
Por eso siempre que la Iglesia tiene problemas o se encuentra con dificultades, puede acudir a Él, pues Su presencia santificante garantiza el que podamos ir adelante, a pesar de que el polvo del camino se haya pegado a nuestros pies y nos impida avanzar muchas veces con la necesaria alegría.
 
Si siempre es necesaria la presencia del Espíritu, hoy, en este momento decisivo de la Historia de la Iglesia, cuando de nuevo los hombres y las mujeres necesitan que les ofrezcamos la alegría del Evangelio, hace muy necesario el soplo fresco del Espíritu Santo sea quien siga llevando la nave de la Iglesia por los mares del mundo.
 
Especialmente en el importante campo de la familia: la Iglesia necesita de las familias, casi tanto como las familias necesitan ser acogidas de verdad por la Iglesia, ayudadas a vivir su fe. El rostro de la familia ha cambiado mucho, es cierto. Y esa evolución y esos cambios no se van a detener. 
Pero esa realidad, para nuestra Iglesia, como buena madre, no puede ser un obstáculo ni una dificultad, sino un aliciente, un reto: quien no tiene fe, quien vive como si Dios no existiera, es quien más necesita que la Buena Noticia llegue a su vida. Y la familia es el ámbito privilegiado de la vida de fe, que nace de la mano del amor donde se funda la realidad familiar. 
 
Eso solo será posible con una vivencia coherente de la fe por parte de quienes nos decimos cristianos. Sólo viviendo en el Espíritu, que es vivir en ese Amor de Dios, podremos tener una vida que interpele y nos haga creíbles antes los demás. Las palabras se las lleva el viento. Solo el amor que seamos capaces de repartir es el que salvará el mundo.
 
Espíritu Santo, ven, derrama el fuego de tu Amor en nuestros corazones, para que podamos ser testigos apasionados de ese Amor. Feliz y santo domingo de Pentecostés para todos.
 
padre Juan Manuel Ortiz Palomo 
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