domingo 29 junio 2025
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Un sacerdote relata lo que le sucedió un día en su Parroquia

Resulta que “en el centro del pueblo está la iglesia. Queda abierta durante todo el día. Mucha gente entra y saluda al Señor. A mí me da mucha alegría. Una tarde, cuando faltaba una hora para la Santa Misa, fui para hacer un rato de oración. Al entrar vi a Paco. Es un chaval de unos ocho años. Estaba sentado en uno de los primeros bancos. Me extrañó que no mirara hacia atrás al oír mis pasos. Sin duda hablaba con Jesús. Me senté junto a él y le pregunté: ¿Qué le dices?. Él me dijo: Que si se muere mi abuelita, la lleve al cielo”.

Estuve mucho rato sentado junto a mi amigo, y aquella tarde no supe decirle otra cosa al Señor: Si se muere la abuela de Paco, llévala al Cielo, Señor. Su abuela se murió a los pocos días. Estoy seguro de que el Señor escuchó lo que mi amigo y yo le pedimos tantas veces aquella tarde. Y esto tan sencillo es hacer oración.”
Hay muchas maneras de comenzar a hacer oración. Cada uno elige la que quiere y la que le viene mejor. Una de esas maneras es decirle a Jesús: “Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía Inmaculada, San José mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, interceded por mí”.
 
Y procuramos escuchar las cosas que Él nos quiere decir. Y le decimos lo que llevamos en el corazón. Y le pedimos. El Papa Francisco, recordando lo que sucedió una vez en Argentina, nos enseña cómo debe ser nuestra oración, nuestra petición: “Una niña de siete años se enferma y los médicos le dan pocas horas de vida. Su padre tomó un autobús para ir al Santuario mariano de Luján, a setenta kilómetros de distancia.
 
Llegó después de las nueve de la noche, cuando todo estaba cerrado. Y se puso a rezar a la Virgen, con las manos sobre la valla de hierro. Y oraba, y oraba; mientras lloraba… y así se quedó toda la noche. Pero este hombre estaba luchando: luchaba con Dios, luchaba verdaderamente con Dios para alcanzar la curación de su hija.
 
Luego, después de las seis de la mañana, se dirigió a la estación y tomó el autobús para volver a su casa. Regresó al hospital a las nueve de la mañana, más o menos. Encontró a su esposa llorando. Y pensó en lo peor. Ella le dijo: “Es que vinieron los médicos y me dijeron que la fiebre había desaparecido, que respira bien, ¡que no tiene nada! ¡La dejarán otros dos días, pero no entiendo lo que pasó! Esto todavía sucede: hay milagros”, añadió el Papa.
 
Pero hay que orar con el corazón, concluyó Francisco. Una oración valiente, que lucha por conseguir el milagro. No esas oraciones gentiles: Ah, voy a orar por ti; y digo un Padre Nuestro, un Ave María y me olvido.
 
Una oración valerosa, como la de Abraham, que luchaba con el Señor para salvar la ciudad; como la de Moisés, que tenía las manos en alto y se cansaba, orando al Señor; como la de muchas personas, de tantas personas que tienen fe y con la fe oran y oran.
 
La oración hace milagros, ¡pero tenemos que creer! Creo que podemos hacer una hermosa oración y decirla hoy, todo el día: Señor, creo, ayúdame en mi incredulidad.
Y cuando nos piden que oremos por tanta gente que sufre en las guerras, por todos los refugiados, por todos aquellos dramas que hay en este momento, rezar. Pero con el corazón al Señor: Señor, yo creo. Ayúdame en mi incredulidad. Hagamos esto hoy.”
 
La Beata Teresa de Calcuta nos dice: “Si confías en el Señor y en el poder de la oración podrás superar todos los sentimientos de duda, temor y soledad que suelen sentir las personas”.
Nadie como la Santísima Virgen habla con Jesús como lo hace Ella, ni le dice cosas cariñosas como lo hace Ella, ni le promete amor como lo hace Ella, ni le es tan fiel como Ella es. Pidámosle a nuestra Madre Santa María que nos enseñe a rezar y a pedir.
 
padre José María Valero 
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