· Primera lectura: 2Re, 5, 14-17: “… y su carne quedó limpia de lepra”.
· Salmo responsorial: Salmo 97, 1, 2, 3ab, 3cd y 4: “El Señor revela a las naciones su justicia”
· Segunda lectura: 2 Tim, 2, 8-13. “… para que ellos también alcancen la salvación”
· Evangelio: Lc 17, 11-19. “… uno se volvió alabando a Dios”.
El leproso era una persona excluida de la sociedad israelita o pagana. No tenía ningún derecho; cualquiera podía hacer con él lo que quisiera; vivía sólo y apartado de los núcleos urbanos; era considerado un maldito, un excluido de Dios, un muerto viviente. Considerarle así y aislarle totalmente era obligatorio, para todo buen judío, en aquella sociedad; algo propio de una persona decente e incluso muy creyente, muy observante de las normas sociales y religiosas del tiempo; era de sentido común, lo lógico, lo normal, lo que todos hacían.
Y si además, el leproso era un gentil, un pagano, mucho más. Era el caso de Naamán el sirio; también del leproso samaritano, un pueblo hereje para los judíos, y por tanto excluido de la salvación. Algo en clara contradicción con el mensaje misericordioso de Dios de la primera lectura y del Evangelio.
También hoy existen muchas situaciones parecidas aunque parezca mentira. El nuestro es un mundo en el que aún existen personas sin derecho alguno a un reconocimiento social digno de un ser humano, libre, sujeto de derechos inalienables, a causa de su religión, etnia, nación, su posición social o cultura; y es que vivimos en una sociedad que ha perdido gran parte de su sensibilidad humana hacia los desheredados de nuestro tiempo, especialmente pobres, enfermos, discapacitados, sin recurso alguno para vivir con un mínimo de dignidad.
Pero el lenguaje y el talante de Dios es radicalmente diferente. Tanto la curación del sirio Naamán como la del leproso samaritano comportan una carga evangélica revolucionaria para su tiempo y provocadora para nuestro mundo moderno, pues están suponiendo un discurso y un mensaje divino en clara y radical contradicción con muchos comportamientos vigentes en nuestras sociedades ricas, opulentas, pero lastimosamente discriminadoras.
Ya, las mismas palabras del salmo sobre la revelación de la justicia divina a todas las naciones, indican y anuncian con fuerza la absoluta y total disponibilidad de Dios para llegar con su mensaje salvífico y misericordioso a todo ser humano, independientemente de su condición personal, sin excluir a nadie, sin apartar a nadie, sin discriminar a nadie.
También el evangelio nos muestra el mensaje de misericordia y perdón por parte de Jesús al pagano leproso samaritano, excluido oficialmente de la pertenencia al pueblo judío por su origen geográfico y su actitud religiosa. A esta persona Jesús lo cura física y espiritualmente, y se pregunta con amarga ironía, dónde estaban los otros leprosos, éstos judíos..
Esta realidad provocadora debe hacer reflexionar al cristiano de hoy. Al que va a la iglesia y al que lleva sólo el nombre; al que lee la palabra de Dios y al que no tiene tiempo para ello; al totalmente indiferente y al supuesto creyente de siempre; al que respeta escrupulosamente la ley, las tradiciones religiosas, al que cuida y mima su imagen de persona decente…
A todos se dirige el mensaje de Jesús que nos invita a centrarnos en el que sufre, en el que nos necesita, en el que mendiga una mirada compasiva, misericordiosa, humana, fraterna. A todos nos invita a la reflexión, a deducir consecuencias de vida evangélica, a vivir su mensaje en profundidad y con toda su carga de compromiso, incomodidades y amarguras por causa del Reino.
padre trinitario Domingo Reyes