· Primera lectura: Sof., 2.3; 3, 12-13: “Buscad al Señor, los humildes…”
· Salmo responsorial: Salmo 145, 7.8-9a. 9bc-10: “Dichosos los pobres en el espíritu”
· Segunda lectura: 1 Cor. 1, 26-31: “… el que se gloríe, que se gloríe en el Señor…”
· Evangelio: Mt. 5, 1-12a. “Dichosos los pobres… los que tienen hambre y sed de justicia”.
Todos deseamos ser felices, tener salud, gozar de una situación económica desahogada, vivir en paz, ser aceptados socialmente y vivir en armonía, respetándonos unos a otros. Y todos estamos de acuerdo en que este deseo indestructible se incrusta en lo más profundo de nuestro ser. Pero la realidad frecuente es que muchos, tal vez demasiados, piensan que el camino más adecuado para ello es acumular la máxima cuota de poder que posibilita el dominio sobre los demás y la acumulación de la riqueza, cuya fuente se nutre en las aguas pútridas del más nefasto egoísmo fácilmente dispuesto a pisotear los derecho más elementales de los demás.
Estos se creen los más listos, los más inteligentes, los que saben vivir la vida; y los demás son unos pobres diablos que merecen ser despreciados y pisoteados en sus derechos más sagrados. Ellos son los auténticos sabios; los demás, burros e ignorantes.
Por eso las lecturas que se nos ofrecen a nuestra reflexión y meditación en este domingo pueden suscitar la risa inflada de ironía, la burlona compasión, o tal vez la indiferencia más insensible. Por eso el mensaje de la primera lectura, basado en que la auténtica sabiduría solo se encuentra a través de la humildad y la sencillez que brotan de la confianza en el Señor suena a inaudito y ridículo para muchas personas de nuestros ambientes. Proclamar con el salmo que los pobres de espíritu son los que alcanzan el reino de los cielos resulta ridículo; valorar con Pablo la asamblea de creyentes porque en ella brillan por su ausencia los poderosos o los sabios como grupo escogido por Dios, parece cosa de broma.
Y es que, en lo más profundo del mensaje espiritual de las lecturas de este domingo emerge clarividente, pujante e irresistible, la invitación de un Dios que llama insistentemente a cada ser humano a gloriarse en el Señor, a confiar en Él, no en sí mismo; es una oferta realizada sin violencia, suavemente, insistentemente; pero es una llamada preñada de una formidable energía transformadora que hace posible un cambio radical de mentalidad y actitud.
Esta nueva sabiduría divina toca lo más profundo del corazón humano; transforma la mente y dota de nuevas energías para iniciar un camino nuevo en el que la confianza en Dios y la conciencia de la propia poquedad posibilita el espíritu de las bienaventuranzas por el que el cristiano está dispuesto a la pobreza espiritual para ser rico en amor; por el que está pronto a llorar para experimentar el consuelo de Dios; por el que está preparado para aceptar el sufrimiento personal, de profunda carga solidaria, sufriendo con el oprimido y el pobre; por el que se presta a pasa hambre y sed en su esfuerzo incansable por implantar la justicia; este tal es bienaventurado cuando es misericordioso, es feliz cuando trabaja por la paz; es fuerte cuando en su coherencia profundamente caritativa y plena de sensibilidad humana, es insultado, perseguido y calumniado por causa de Cristo.
Entonces, y solo entonces, su alma se inunda de la alegría que viene de Dios. Entonces es bienaventurado; porque es entonces cuando ha entendido lo que significa ser sabio, pues es, en ese momento, cuando ha comprendido lo que significa confiar plenamente en Dios y abrirse al hermano… por la fuerza desbordante del amor.
padre trinitario Domingo Reyes