· Primera lectura: Za. 9, 9-10. “… Tu rey viene a ti, justo y victorioso…”
· Salmo responsorial: Salmo 114: “Bendeciré tu nombre por siempre…”
· Segunda lectura: Rm. 8, 9. 11-13. “El Espíritu de Cristo”
· Evangelio: Mt 11, 25-30. “Venid a mí todos los cansados…”
Las lecturas de hoy nos presentan un panorama vital en el que se entrelazan una gran parte de las contradicciones humanas, a caballo entre la constatación de nuestras pasiones, que tienden a dominarnos, y la dura tarea para sobreponernos a ellas. Particularmente en el mundo de la política, de la economía, de la cultura, del deporte, de la religión… y en la vida diaria.
Siempre, y quizás hoy más que nunca, tenemos una fuerte tendencia, que anida en lo más íntimo de cada uno de nosotros, a mostrarnos soberbios, prepotentes, orgullosos, falsos, violentos, vengativos… ¡es el mundo de las pasiones y de los instintos, de lo rastrero y lo deleznable, de lo vil e indigno, de lo ruín y despreciable! Es el mundo de la carne opuesto radicalmente al mundo del espíritu, en palabras de Pablo.
Frente a este mundo de tentaciones, que nos arrastra hacia abajo, emerge una realidad nueva, la esfera del espíritu. Es el mundo que nos muestra ya a Jesús con su vida de sencillez, de transparencia, de cercanía; el que se nos presenta a nosotros cada día no en lujosos vehículos de alta gama, ni en transatlántico de lujo, sino como humilde peregrino de pies descalzos, o en tambaleantes y peligrosas pateras. Viene a encontrarse con nosotros no con armas que matan sino con las armas del amor que vivifican.
Es el Señor que se nos ofrece, como dice el salmo, clemente y misericordioso, cariñoso con todas sus criaturas, fiel a sus palabras, sostén de quienes caen. Quien le sigue, vive una nueva vida: la del Espíritu, opuesta radicalmente a las de la carne.
Es el Señor que nos invita a todos a caminar a vivir, en palabras de Pablo, según el Espíritu que resucitó a Jesús, y que vivificará nuestros cuerpos mortales. Y que, mientras tanto, nos urge y apremia a caminar por esta senda, la de la misericordia, el perdón, la fraternidad y solidaridad.
También es verdad que no es fácil entender este camino de autenticidad personal y colectiva; particularmente en medio de un mar de soberbia y orgullo, de prepotencia y cobardía; entender la necesidad de un cambio radical de un modo de vida carnal profundamente egoísta no es posible sin una luz especial de Dios y una disponibilidad personal a mirar hacia otros horizontes que no sea el propio yo; ser manso y humilde de corazón es ya una gracia; también una tarea; supone la voluntad de cambio personal, el cambio, la conversión; experimentar la necesidad del cambio es ya un don; decidirse a ello es propiedad de la libertad personal.
El Señor, en estas lecturas, nos invita a ello, asegurándonos su fuerza, imprescindible para un auténtico cambio de vida que nos introduzca en la esfera del espíritu.
padre Domingo Reyes