La tradición de la Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección es para el cristiano el fundamento de toda su fe. Los apóstoles y primeros cristianos, no dejarán en ningún momento de proclamar a los cuatro vientos esta verdad. Apoyados en ella, irán a todos los rincones de la tierra; se dejarán despreciar e incluso matar, porque sus vidas, y por tanto las nuestras, tienen sentido si se fundamentan en la única verdad indiscutible y duradera: Jesús el hijo de María, que vivió entre nosotros y nos enseñó cómo es Dios, murió por nuestros pecados y resucitó de entre los muertos, para abrirnos las puertas de los cielos.
El Viernes Santo considerábamos cómo en la Cruz todo el mal caía sobre Jesús, y quizá una de las más dramáticas expresiones de esos intentos de hundir su misión, de eliminarla, es la inscripción que figura en lo alto de la cruz: “Éste es el rey de los Judíos”. Lo pusieron los líderes romanos como diciendo: tú piensas que eres el rey, pues nosotros te vamos a demostrar que no lo eres, y que eres débil y vulnerable a través de una muerte lenta y atroz.Ésa era la respuesta del mundo a la venida de Jesús enviado por el Padre para mostrar su amor. “¿Tú crees que eres el rey de los judíos?, pues no, no lo eres”.
Al tercer día, en cambio, sin ruido de ningún tipo, hubo otra proclamación, realizada no por las masas, ni con ruidos llamativos, sino por Dios mismo: ¡sí, Él es Rey!: Jesús resucita. No es que sea el milagro más grande entre los que hizo estando en la tierra, para demostrar que era un gran hacedor de milagros muy cercano de Dios, sino que lo primero que podemos entender es la respuesta de Dios como rechazo del mal; Él es quien solía decir que era, pero de una forma que no os imaginabais. No podemos dejar de hablar de la Resurrección en sí. El hecho extraordinario –único– que da sentido a toda nuestra fe.
Imaginemos por un momento que no fuera cierta, como ya algunos en tiempo de San Pablo pretendieron defender. Como él mismo dice “vana sería nuestra fe”. Intentar imaginarse que toda una fe, una cultura con más de 2.000 años, esté basada en una mentira parece algo aberrante. Puede ser difícil de creer, pero mentira no.Todo lo que los cristianos vivimos, todo lo que celebramos cada año, todo lo que se ha elaborado a lo largo de la era cristiana está apoyado en el hecho único de la Resurrección de ese hombre que, según cuentan los testimonios históricos, fue crucificado y muerto bajo el poder de Poncio Pilato, gobernador romano durante la ocupación de ese imperio de los territorios judíos.Tras el silencio del Sábado Santo, en el que hemos considerado de la manera más real posible que Dios ha muerto, irrumpe con una alegría incomparable la Vigilia Pascual.
Es la Noche Santa, la Vigilia de las Vigilias.Repasando un poco lo que vivimos en la liturgia, vemos que todo lo que compone la celebración de esta noche está pensado para exultar de alegría, para gritar a todo el mundo ¡alegraos! nuestro Jesús –Nuestro Dios– ¡ha vencido a la muerte! ¡Vive!: la luz del Cirio, el canto del Pregón, el canto del Gloria, del triple Aleluya… todo es la exclamación de una alegría incontenible de quien se sabe triunfador sobre el poder de las tinieblas.Hay indicios de que ya en el primer siglo de la era cristiana se celebraba. Se trataba de una vigilia nocturna con la comunidad despierta, a la espera del retorno del Señor. La celebración culminaba, pues, con la eucaristía en la madrugada del domingo, a la que pronto precedió el bautismo de los catecúmenos adultos.Lo cierto es que desde finales del siglo II la Pascua anual es la fiesta más importante de la Iglesia. El Aleluya, el grito del júbilo cristiano, que estaba suprimido desde hacía nueve semanas, surge con Cristo y suena gozoso en la boca de la Iglesia. En el uso romano medieval, por ejemplo, el Papa mismo lo anunciaba: terminada la epístola, lo repetía tres veces con voz siempre más alta.
Camino de Emaús
El domingo de Resurrección es un domingo de “rescates”. Jesús dedica las primeras horas tras recuperar la vida, que deberían haber sido pura fiesta para todos si hubieran mantenido la esperanza como su Madre, a rescatarlos de la tristeza profunda, del desánimo, del hundimiento causado por la falta de confianza en sus palabras a pesar de la humana evidencia. Jesús va uno a uno hasta que acaba por mostrarse a todos juntos. Fijémonos en esos dos discípulos que abandonan Jerusalén en la misma mañana en la que se empiezan a oír rumores de algo extraordinario.
E “iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»” (Lc. 24, 14-18) Vemos en su conversación cierta irritabilidad y cansancio que viene de haber perdido la esperanza. Todo lo decían en un tono de decepción; en un hablar y hablar de lo acontecido como queriendo averiguar qué había pasado, como buscando el fallo. Y ante la pregunta del que todavía no reconocen más que como un simple caminante, manifiestan esa irritabilidad.
Tenían roto el corazón. Abandonan Jerusalén a pesar de esos rumores a los que se refieren cuando hablan con Jesús, porque no entran en la historia que se han formado debido a la desconfianza, al desánimo. Pero no es algo sólo humano, tienen desánimo espiritual, que es uno de los grandes enemigos de la vida cristiana. El Papa Francisco, comentando precisamente esta escena del Evangelio (Audiencia general 24 de mayo de 2017) dice: ¡Cuántas tristezas, cuántas derrotas, cuántos fracasos hay en la vida de cada persona! En el fondo, todos somos un poco como esos dos discípulos. Cuántas veces en la vida hemos esperado, cuántas veces nos hemos sentido a un paso de la felicidad, y después nos hemos encontrado de nuevo en tierra decepcionados. Pero Jesús camina con todas las personas desconfiadas que van cabizbajos. Y caminando con ellos, de forma discreta, consigue dar de nuevo esperanza.Él restaura su esperanza abriéndoles las Escrituras. “Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras” (Lc. 24, 27). Les explica todo lo que ya sabían pero con una nueva perspectiva: una historia en la que ellos están involucrados, una historia que les da razón de su propia existencia, y de qué quiere Dios de ellos… de nosotros.
Tenemos que permitir a Jesús que nos guíe y nos cuente la historia de manera diferente a cómo nosotros la habíamos interpretado: mi historia según Su interpretación. Continúa el Papa en su alocución: Todos nosotros, en nuestra vida, hemos tenido momentos difíciles, oscuros; momentos en los cuales caminábamos tristes, pensativos, sin horizonte, solamente un muro delante. Y Jesús siempre está junto a nosotros para darnos la esperanza, para calentarnos el corazón y decir: “Ve adelante, yo estoy contigo. Ve adelante.El secreto del camino que lleva a Emaús está todo aquí: también a través de las apariencias contrarias, nosotros continuamos siendo amados, y Dios no dejará nunca de querernos. Dios caminará con nosotros siempre, siempre, también en los momentos más doloroso, también en los momentos más feos, también en los momentos de la derrota: allí está el Señor. Y esta es nuestra esperanza”.
Horario Vigilia Pascual y Domingo de Resurrección
Vigilia Pascual
20: Encarnación, Catalinas.
21: Descalzas.
22: San Sebastián, San Miguel, Belén.
22,30: Capuchinos.
23: La Trinidad, El Salvador, Victoria.
———————————–
Domingo de Resurrección
8,30: Catalinas.
9: Encarnación.
11: San Juan de Dios.
12: La Trinidad, San Pedro, San Sebastián, San Juan, El Salvador.
13: Los Remedios, Capuchinos, Descalzas.
19: La Trinidad, San Sebastián.
20: Los Remedios, Capuchinos.
20,30: Portichuelo.
Más información, Especial de Semana Santa de El Sol de Antequera de 2019 (pinche aquí y conozca dónde puede adquirir el ejemplar)o suscríbase y recíbalo en casa o en su ordenador, antes que nadie (suscripción).