Jesús tuvo claro desde el principio que la salvación no era cosa de unos pocos, una cuestión de exclusivas, como vemos cada «tres por cuatro» con las vidas de los famosos, donde las revistas mal llamadas «del corazón», se hacen eco de esos eventos, donde los protagonistas se cuidan de no desvelar dicha exclusiva, normalmente muy bien pagada.
Pero el Señor comprendió casi desde el principio que la salvación y amor de Dios es un amor universal, gratuito y para todos. Y también supo bien pronto que para que eso fuera así, para que el amor resonara en todo el mundo, no lo podría hacer solo. Por eso, y desde el comienzo de su vida pública fue un maestro itinerante al que se le fueron uniendo sus discípulos y colaboradores. Lucas ponía el domingo pasado a Jesús dirigiendo sus pasos a Jerusalén, camino a la ciudad santa. Por eso, quiere empezar a preparar su camino. Y lo hace mandando por delante a algunos de sus discípulos.
Estos llevados de la ilusión por el encargo, se ponen manos a la obra. Llenan toda Judea con su predicación, con su anuncio. Van con unas instrucciones concretas. Es normal. No van por su cuenta sino en nombre del Señor. Y tienen un anuncio concreto: está cerca de vosotros el Reino de Dios. Ese es el gran mensaje. Pero que quiere decir eso, que significa que esté cerca el Reino. Pues ni más ni menos que el amor de Dios está llamando en la puerta de nuestra casa, esperando que nosotros lo oigamos y le abramos la puerta de nuestra vida de par en par.
Mientras muchas veces nos pasamos los días mirándonos el ombligo, preocupándonos por detalles sin importancia, mientras que el Señor espera de nosotros que seamos capaces de sacar lo mejor que somos y tenemos en nuestras vidas, que eso es al final, creernos que el Reino de Dios está en medio de nosotros.Por eso, cuando los discípulos vuelven al lado del Maestro, lo hacen contado las maravillas que les ha ocurrido cuando han ido en el «nombre del Señor». Así ha sido siempre en la historia de la Iglesia. Cuando la Iglesia se ha mirado el ombligo no ha sabido ser fiel al Señor. En cambio, cuando se ha hecho capaz de ser reflejo del amor de Dios, su palabra ha llenado la tierra con la alegría de la Buena Nueva.Pero en lugar de alegrarse de ello directamente, la respuesta del Señor es cuanto menos, sorprendente.
Les dice que deben alegrarse porque sus nombres están inscritos en el cielo. Ni más ni menos. Esa es una parte importante del secreto de la fe. Nos mueve a transformar nuestra vida y la de nuestros hermanos, pero sabiendo, que a fin de cuentas, aquí estamos de paso, que nuestra mirada va siempre más allá. Es la esperanza que hace que la palabra de Dios sea una fuente de agua viva y no una poza de aguas muertas, donde podemos saciar siempre nuestra sed de Dios, que al final es saciar la sed del hombre, porque desde la encarnación de Jesucristo nada humano le es extraño. Y lo que es lo más importante, todo está redimido en su amor.Pues dispongámonos nosotros a acoger primero ese amor de Dios, para luego convertirnos nosotros también en apóstoles.
Frente a la primera impresión de que nada puede cambiar, hoy nuestro mundo y sobre todo, nuestros hermanos y hermanas necesitan que alguien les hablen de ese amor, de palabra, pero sobre todo con nuestras vidas, que es donde el testimonio debe tomar fuerza. Feliz fin de semana a todos. Ojalá aprovechemos este tiempo veraniego y el relajo en muchas de nuestras actividades cotidianas para oxigenar nuestra vida de fe. La alegría del evangelio es la verdadera alegría que todos necesitamos. Feliz y santo fin de semana.