A lo largo de la historia actual, el cine es un medidor de los miedos, deseos y añoranzas de la sociedad, a veces impuestos por diversos intereses, que son los mismos que mueven nuestro día a día, ya sean sociales, políticos, filosóficos, religiosos, culturales… Por ello, a veces, la pantalla, cual enorme espejo platónico, cuando nos deja ver la realidad de alguno de sus reflejos, el impacto emocional es brutal. Grandes obras, hoy clásicos de la cinematografía, rompieron esa barrera entre el espectador y el contenido. Y dichoso se siente uno, cuando logra “in situ” disfrutar de uno de esos momentos.
“Joker” de Todd Phillips, se ha convertido en la película que está en boca de todo el mundo. A través de los ojos del demente Arthur, asistimos a esa metamorfosis a Joker. En un escenario de decadencia y falta de escrúpulos, para nada lejano al real, Arthur acumula fotograma a fotograma, la desdicha de una vida mísera, opaca de cariño, amor, comprensión… incluso el sector de ayuda social en estas situaciones insostenibles le da la espalda. Al final, el viaje dramático, angustioso incluso para el espectador, revienta como una olla a presión, en forma de violencia, caos y anarquía.
La genial interpretación de Joaquín Phoenix, la fotografía, el lenguaje del director que casi nos hace oler las calles, el metro,… junto a su banda sonora, nos adentra en un mundo, donde su protagonista termina tras una máscara. Una imagen inocente e infantil, la de un payaso, un bromista, un guasón. Pero tras ella, no encontraremos nada bueno. Una sonrisa, dibujada con su propia sangre, que busca la anarquía, la aniquilación de la sociedad que lo convirtió. Todo ello, desde la fácil exaltación en los medios televisivos, la rebeldía callejera, hasta llegar al asesinato de los padres de un chiquillo inocente, Bruce Wayne. La tragedia demanda un sacrificio. Esa perdida hará nacer la peor pesadilla de esa misma anarquía, que al igual que ella se moverá entre las sombras para combatirla y aniquilarla,bajo el símbolo de unas alas en la noche.